Dentro de unos veinte años, el edificio del reactor uno de Almaraz estará más o menos como luce ahora el de la central nuclear José Cabrera, en Almonacid de Zorita (Guadalajara). O sea, será un cilindro con las paredes llenas de cruces y números de colores; el suelo estará salpicado de surcos y agujeros; los trabajadores se moverán de allá para acá en un trasiego constante; en los laterales habrá estrechas escaleras metálicas con peldaños de quita y pon que solo los valientes suben y bajan sin agarrarse a la barandilla;y la banda sonora serán las máquinas que pitan cada vez que se mueven y los aparatos de soldar que chillan y escupen chispas. En el edificio de contención de la José Cabrera, la primera central nuclear que abrió en España y la primera también en pasar a mejor vida –operó de 1968 a 2006–, los humanos se encogen y el reactor, que viene a ser el corazón de la planta, parece un gigante. Y sin embargo, toda esta percepción se queda en casi nada al imaginar cómo será Almaraz cuando llegue este mismo momento. Porque comparada con la instalación extremeña, Zorita, que es como la mayoría en España se refiere a esta instalación, es un enano.
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«Le hemos quitado los órganos y nos quedan el esqueleto y la piel», resume de modo ilustrativo Manuel Ondaro. Es ingeniero, y el hombre que dirige el desmantelamiento de la planta alcarreña, que comenzó en el año 2010. A fecha de hoy, está completado al 86 por ciento. «Es un proceso largo y difícil», define Ondaro, que está en nómina de Enresa (Empresa Nacional de Residuos Radiactivos), la encargada de descontaminar y echar abajo las nucleares españolas. Lo ha hecho en Vandellós 1 (Tarragona) –cuya segunda fase empezará en 2028, cuando termine la etapa en la que está ahora, llamada de latencia, o de espera y decaimiento–, lo está haciendo en Zorita y lo hará en Almaraz.
Por más que se le pregunte, la entidad pública no da ningún dato sobre qué ocurrirá en la planta extremeña una vez que baje la persiana. «Es imposible avanzar nada, porque los desmantelamientos son trajes a medida», repiten desde Enresa, un actor que entra en escena sobre el terreno al día siguiente de cesar la actividad en la planta. Eso sí, empieza a prepararse ese papel desde unos años antes.
Que José Cabrera cerraría en el año 2006 se supo en 2002. En esos cuatro años, lo que hizo Enresa fueron básicamente informes. En 2003 presentó el Estudio básico de estrategias para el desmantelamiento y en 2006 el Plan preliminar de desmantelamiento. En 2008 solicitó la autorización para el desmantelamiento, y el informe favorable del CSN (Consejo de Seguridad Nuclear) le llegó al año siguiente.
Además de este trabajo de despacho, entre 2006 y 2010 se acometieron en la central dos tareas principales: las actividades previas al desmantelamiento y la gestión del combustible nuclear gastado. Del de mayor radiactividad, que empezó a guardarse en el ATI (Almacén Temporal Individualizado) que hay en la propia planta.
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En el caso de Almaraz, se sabe ya que no cerrará ni antes del año 2025 ni después de 2030, según acordó recientemente el Gobierno con las empresas propietarias (Iberdrola, Endesa y Naturgy). El próximo viernes, el Ministerio para la Transición Ecológica presentará su Plan Nacional de Energía y Clima, en el que debe concretarse el año de cierre de cada planta. Hay que tener en cuenta, no obstante, que este documento, como tantos otros estatales, depende del gobierno central, y puede cambiar si lo hace el gobierno tras las elecciones del 28 de abril.
Si el guión de Zorita se repite en la central extremeña, pasarán cuatro años entre el cese de la actividad y el inicio del desmantelamiento. Si los reactores dejan de funcionar en los años 2027 y 2028, como publicó la semana pasada el diario económico Cinco Días, el desmantelamiento arrancaría uno en 2032 y otro en 2033, aunque habrá que estudiar si resulta más operativo retrasar el comienzo de uno para iniciarlos los dos a la vez.
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El día exacto del inicio del desmantelamiento lo marca un acto concreto, clave en todo el proceso: el cambio de titularidad de la instalación. En el caso de Zorita, el Ministerio ordenó que se produjera el 1 de febrero de 2010. Al día siguiente empezó el proceso, que aún continúa y presumiblemente terminará en 2021. O sea, más de una década para certificar la defunción de una planta cuya potencia es doce veces inferior a la de Almaraz (2.080 megavatios suman los dos reactores extremeños frente a los 160 del único que tenía José Cabrera).
En Enresa dejan claro que sería un error hacer una regla de tres y multiplicar por doce las cifras de una para hacerse una idea de lo que ocurrirá en la otra. Pero tampoco tienen dudas de que el desmantelamiento de Almaraz será una operación más larga y complicada, que requerirá más tiempo y gente que el trabajo que en estos meses encara su recta final en la planta manchega, a la que se llega tras cruzar varios municipios que languidecen desde que la instalación cerró.
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'Contra la despoblación. Alternativa a Zorita' se lee en la pancarta que cuelga de la fachada del ayuntamiento de Yebra, a 13 kilómetros de la central, donde trabajaron el año pasado una media de 194 personas. La cifra de personal ha ido bajando de forma casi ininterrumpida desde que comenzó el proceso. Fueron 299 en el año 2010, y en los sucesivos 297, 261, 259, 253, 234, 249, 211 y las citadas 194 del último ejercicio. Estos operarios pertenecen a 25 empresas (montajes eléctricos, pequeña construcción, limpieza, administración o seguridad, entre otras) y dos tercios de ellos viven en la provincia de Guadalajara, detalla Enresa, que a día de hoy no trabaja en relación a Almaraz.
La tendrá en sus planes cuando conozca la fecha de cierre. Apartir de entonces empezará a diseñar su plan de actuación, que en el caso de José Cabrera ha contemplado cinco fases. La primera, que más bien es la cero, se desarrolló entre 2008 y 2010 y consistió en las actividades previas y en retirar el combustible nuclear gastado de mayor radiación y trasladarlo en contenedores de acero y hormigón al ATI de la propia instalación. En la segunda etapa (años 2010 y 2011) se retiraron las torres de refrigeración y también la turbina, cuya sala se convirtió en el EAD (Edificio Auxiliar de Desmantelamiento). Conectado con el edificio del reactor mediante un túnel, en él se alojaron temporalmente los residuos antes de ser llevado a otros emplazamientos.
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En 2012 comenzó «lo gordo, el trabajo de pico y pala», resume en lenguaje llano uno de los técnicos que guía la visita. Desde entonces y hasta 2015 se desarrolló la tercera fase, que consistió en retirar y gestionar los grandes componentes radiológicos. Esto es, principalmente el generador de vapor –uno tenía Zorita, y seis hay en Almaraz–, la bomba principal y la vasija del reactor, que previamente fue segmentada bajo el agua con herramientas mecánicas controladas de forma remota, en una operación que según explica Enresa, atrajo a técnicos de varios países. De hecho, añade, desde que cesó en su actividad han visitado la planta más de 5.200 personas.
En la fase cuatro (de 2015 a 2017) se retiraron los componentes radiológicos y se descontaminaron los edificios que después fueron demolidos con técnicas convencionales. La descontaminación es un proceso que la empresa califica como clave. Para acabar con la radiación, importa tanto su nivel de actividad como su penetración. A veces basta un trapo húmedo para quitarla, y otras, hay que taladrar el suelo o la pared.
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«Hemos medido la contaminación radiológica metro por metro en 14.000 metros cuadrados», detalla Manuel Ondaro, que al inicio de la visita deja claro que por muchos vistazos que echemos al dosímetro que colocan en el mono a todo el que entra en el edificio del reactor, no le veremos pasar de cero. A la salida, la pantalla marca ese número. «Nada se demuele si antes no está limpio de radiación», asegura Enresa, que aún debe acometer la última etapa del desmantelamiento, la de la restauración ambiental. Cuando la haya concluido, solicitará al CSN la declaración de clausura, y cuando la tenga, le devolverá los terrenos a su dueño, que es Naturgy (antigua Gas Natural Fenosa).
La visita deja claro que el jefe del desmantelamiento de Zorita no se debe equivocar mucho cuando define el desmantelamiento nuclear como algo largo y difícil. Y caro. El de Zorita costará más de 200 millones de euros, que paga el Fondo de Gestión de Residuos Radiactivos, una entidad pública. Enresa dice que es «un proceso industrial cuyo objetivo final es restaurar el emplazamiento para que pueda ser destinado a otros usos industriales, así como gestionar adecuadamente los materiales resultantes».
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En el caso de José Cabrera, desde febrero de 2010 hasta septiembre de 2018 se generaron 16.879 toneladas de residuos, el 37 por ciento de ellos convencionales (hormigón y ferralla, principalmente) que son llevados a plantas de tratamiento. Hay un 34 por ciento de materiales radiactivas de muy baja actividad, y un ocho por ciento de baja y media. Todos ellos han sido trasladados al cementerio nuclear de El Cabril (Córdoba). Por último, 3.430 toneladas (algo más del 20 por ciento del total) son consideradas material desclasificado. Los más contaminados están en el ATI de José Cabrera.
Entre lo que falta por demoler está lo más icónico de Zorita: su cúpula naranja, ya algo desteñida. En unos meses se producirá la fotografía más buscada, la de una máquina rompiéndola. Una imagen que también se dará en Almaraz. Y por duplicado, porque son dos reactores, cada uno de ellos de un tamaño que multiplica por 2,5 al del único que tenía la planta manchega, la primera de España en ser desmantelada por completo, un espejo al que Almaraz ya puede mirar de reojo.
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