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Así hemos narrado la manita del Barça al Valencia

La dignidad no viaja en tren

LA TRIBUNA ·

Las virtudes extremeñas se ven como defectos colectivos. Pero la supuesta apatía puede ser eliminada de un plumazo. Es la ocasión ahora. Aun con dificultad, esta región tiene futuro. El futuro siempre viaja en tren, pero no puede depender solo de él. Es en la conciencia de los ciudadanos, cuyos derechos están siendo expoliados desde los tiempos de Viriato, donde hay que invertir

AGUSTÍN MUÑOZ SANZ

Sábado, 29 de julio 2017, 00:23

En la Extremadura romana, visigoda, árabe y renacentista reside la clave del origen político de Europa (Guadalupe y los Reyes Católicos, Yuste y Carlos V). Los de las «nacionalidades históricas» creen que esta región nació en la Expo 92. Extremadura tiene un perfil distintivo: territorio de 41.635 km2, poco poblado (1.100.000 de habitantes, o 26,5 por km2) fronteriza con el Alentejo portugués y con siete provincias españolas; una zona de paso obligado entre el norte y el sur peninsular (los romanos, unos expertos, trazaron la vía de la plata) y entre el oeste (Atlántico, Portugal), el centro (Madrid) y el este ibérico (Levante y Mediterráneo); una vía necesaria para Europa. Es indudable la importancia estratégica (comercial y turística) de esta bella y excelente tierra horadada de mares interiores. Sus recursos naturales son únicos en el continente. No es un parque temático ni un coto de caza.

La historia de las comunicaciones en Extremadura es el paradigma del despropósito. Ejemplo de desidia secular del gobierno central (todos). En comunicaciones internas se ha mejorado notablemente, pero de forma incompleta (autovías Badajoz-Cáceres y Badajoz-Zafra). Más tarde que en el resto del Estado, pero es buena la red de carreteras en casi toda su geografía (¡Qué dirían Alfonso XIII, Marañón o Buñuel sin visitaran hoy las Hurdes!). Hacia el exterior, las deficiencias son un desastre. Intolerables. Falta espacio para analizar el cachondeo volátil de los aviones, esa sinvergonzonería rufianesca. Centramos la atención en el manido asunto del tren. Se cuentan por cientos las noticias, reportajes (excelente el de este periódico, hecho desde el aire –qué paradoja– hace unos meses), editoriales, artículos y cartas dedicados al tema. Desde algunas tribunas se solicitan aportaciones al debate. Muchos y muy cualificados han opinado al respecto con sólidos argumentos técnicos, económicos y políticos. La Universidad de Extremadura organiza un foro de debate sobre el tren, una opción más sumada a otras muchas. No es suficiente.

El talante del pueblo extremeño es de natural pacífico. Extremadura ha mostrado siempre una actitud de sincera lealtad al Estado. La generosidad parece ingenua comparada con el afán depredador de zonas cuyo egoísmo no hay que consentir más si sus demandas insaciables se pagan con los impuestos comunes. Las virtudes extremeñas se ven como defectos colectivos. Pero la supuesta apatía puede ser eliminada de un plumazo. Es la ocasión ahora. Aun con dificultad, esta región tiene futuro. El futuro siempre viaja en tren, pero no puede depender solo de él. Es en la conciencia de los ciudadanos, cuyos derechos están siendo expoliados desde los tiempos de Viriato, donde hay que invertir. El pitorreo de los ineptos ministeriales y de ferrocarriles debería servir para ensamblar voluntades. Para que la región entera se una –Extremadura, una– y plante cara al desafío, anteponiendo el bien general frente a los intereses adulterados de las camarillas sectarias. Este puede ser uno de los puntos claves para entrar (nunca es tarde) en el siglo XXI. Conozco, por ser extremeño de nacencia y vivir aquí por querencia, nuestra alergia a las manifestaciones o a las exigencias públicas colectivas. Tendemos al silencio, como santos inocentes que contemplan el vuelo de la «milana» bonita creyendo que es el avión de Madrid. En otras zonas del Estado, la simple mirada de un guardia a un concejal de alquería o caserío moviliza en pocas horas a miles de personas las cuales, aún lloviendo a chuzos, salen a la calle espoleados por la conciencia cívica de mostrar al mundo su discrepancia. Este fenómeno es imposible en Extremadura: por ejemplo, una fuga en la central nuclear de Almaraz no turba a casi nadie (sé que hay alguna excepción), a pesar de la incertidumbre que genera la amenaza ecológica. Ahora tenemos una oportunidad única de cambiar el panorama.

El actual presidente de la Comunidad Autónoma de Extremadura ha convocado un pacto del ferrocarril. Sugiero que lo haga extensivo a toda la ciudadanía, a los partidos, a los sindicatos y a la patronal empresarial, a las administraciones locales, provinciales y autonómicas, a la UEx, a los colegios profesionales, a las asociaciones ciudadanas y a las personalidades extremeñas del mundo intelectual, deportivo, artístico o de cualquier orden. Una llamada a manifestar un día determinado y en los lugares que correspondan: en las carreteras de entrada a –y de salida de– Extremadura, en los cuatro puntos cardinales; en las instituciones, hospitales o campos de deportes; en los púlpitos parroquiales, las radios, los periódicos y las televisiones. Y en las estaciones por donde no pasa el tren fantasma averiado por tener la bujía perlada. Cinco minutos de silencio, convocando a los medios de comunicación para levantar acta notarial del oprobio. Invitar a todos los presidentes autonómicos, y al desmemoriado Rajoy, a viajar juntos desde Madrid a Badajoz. Que todos los cines proyecten a la vez el mismo día ‘Ladrones de trenes’, de John Wayne. Que los niños canten «El tren chucu-chucu» de Teresa Rabal en los colegios. Y enviar tuits masivos al ministerio y a Adif: @ministro-venga-en-tren. Y por ahí...

Si, quienes gobiernan y quienes buscan gobernar, se enzarzan, una vez más, en disputas de corrala, en rencillas pueblerinas, en debates de campanario y boina para sacar pecho en el casino y no incomodar a sus gerifaltes, que se marchen a Madrid. En el tren borreguero y reumático. Los desleales a Extremadura comprobarían la dificultad del regreso. No saldrían de Atocha. Por primera vez en la historia, Extremadura puede gritar al unísono su «¡Basta ya!». Se acabó poner el trasero para que azoten la dignidad. Dignidad es la cualidad de digno. Y digno es, según la RAE, merecedor de algo y un objeto de calidad aceptable. Pues eso: a exigir (nada de pedir por favor al señorito) una infraestructura ferroviaria de calidad aceptable. Digna. Que no se mancille nunca más la dignidad violada de un pueblo merecedor de algo, digno. Por muy mansueto que el pueblo sea.

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