CÉSAR COCA
Lunes, 27 de enero 2020, 13:58
Es difícil imaginar un encargo más envenenado que hacerse cargo del Ministerio de Defensa 48 horas después de un fallido golpe de Estado. Solo teniendo un profundo sentido del deber y estando comprometido con la democratización de un país se puede aceptar sin la menor queja un puesto semejante. Alberto Oliart lo hizo. Han pasado casi 39 años y lo recuerda con todo detalle. Este servidor del Estado en su sentido más honorable podía haber tenido una vida más tranquila, haber dedicado más horas a la poesía, que lo apasiona, entregarse a la gestión bancaria -ocupó un alto cargo en el Banco Hispano Americano- o cuidar de sus fincas en Extremadura. No lo hizo. En una larga conversación en su casa de Madrid mientras cae la noche, Oliart, camisa de cuadros, chaleco de lana, barba de varios días, gafas que se pone y se quita de continuo, habla torrencialmente y de todo. De un hijo muerto en un accidente de tráfico en aquellos meses próximos a la asonada militar, de las llamadas del Rey, de la madre a la que tanto quiso, de su amistad con Carlos Barral, Gil de Biedma y Castellet. De las decisiones acertadas y los errores. De las convicciones y las dudas. «A menudo mi juicio es claro, recto/ y otras veces confuso, vacilante,/ y con ambos mis pasos guío y sigo/ igual camino», dice en uno de sus poemas.
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- Abogado, banquero, empresario, ministro, presidente de la Asociación de Criadores de Cerdo Ibérico... Ha sido todo eso, pero dicen que usted leía de continuo y quería fundamentalmente escribir.
- Fui siempre lector, más de libros que de prensa. Leía en diagonal y aprendía de todo. Aprendí francés leyendo novelas con un diccionario. Y lo hablo con acento de París, porque pasé allí unos meses de niño.
- ¿Y la poesía? ¿De dónde viene esa vocación?
- Mi madre me enseñó a recitar a Antonio Machado. Cuando ella se estaba muriendo, yo le recitaba sus poemas y los seguía con la mirada. Solo quisiera morir como ella. La medicaron para quitarle la angustia y murió con tranquilidad y valor.
- Su origen es catalán y valenciano. ¿Cómo llegó su familia hasta Mérida?
- Mi padre había nacido en Valencia. Era mi madre la extremeña, aunque de origen francés.
- ¿A qué se dedicaba su padre?
- Era abogado y antes había sido profesor mercantil. Tuvo que salir de Mérida porque un capitán de la Guardia Civil se empeñó en que comunicaba cosas por radio al Ejército republicano. Y no teníamos radio... Vinieron a buscarlo, pero le avisaron antes y él pudo escapar en tren a Burgos. Allí se encontró con su maestro y él lo condujo hasta la sede de la Jefatura del Estado, de donde salió con un salvoconducto. Y de allí se fue a Galicia.
- Pasó allí parte de su infancia.
- Al acabar la guerra, estábamos en La Coruña y yo era feliz. Iba al cine con un amigo y con una moneda de diez céntimos pasábamos toda la tarde en una sesión doble y hasta nos sobraba algo para comer.
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- Luego se fueron a Valencia.
- Sí, porque habían trasladado a mi padre, y yo le decía a mi madre que no podríamos vivir con la misma comodidad que en Galicia. Un amigo de la familia que lo oyó dijo de mí que llevaba un viejo dentro. Allí conocí a la familia Teixeira, que se convirtieron casi en otros padres. Muchos años más tarde, en su casa preparé la oposición a la Abogacía del Estado.
- Se relaciona con Gil de Biedma, Castellet, Senillosa, Sacristán... Incluso publica poemas en algunas revistas y escribe una novela que presenta al Nadal. Usted iba para poeta.
- Y debía haber seguido siendo escritor. Pero mi madre me dijo que para mi padre era muy importante que fuera abogado y ya ve... Aquellos años de relación con los poetas fueron magníficos. Recuerdo que a Barral le impresionó que yo llevara un pantalón gris y una chaqueta de pana negra.
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Nació en Mérida (Badajoz) el 29 de julio de 1928.
Formación. Estudió Derecho en la Universidad de Barcelona y obtuvo premio extraordinario.
Trayectoria. Abogado del Estado por oposición, trabajó en el Ministerio de Hacienda, fue director financiero de Renfe y consejero y director general del Banco Hispano Americano. En los gobiernos de Adolfo Suárez, ostentó las carteras de Industria y Sanidad. Tras el 23-F, asumió el Ministerio de Defensa. Estuvo retirado de la política y dedicado a la actividad privada (crió ganado merino en su finca de Badajoz y presidió la Asociación de Criadores de Cerdo Ibérico) hasta 2009, cuando le nombraron presidente de RTVE.
Obras. Algunos de sus poemas están recogidos en 'A mi madre' y 'Antología cronológica desde 1946'. También llegó a escribir una novela que envió al premio Nadal, pero no lo consiguió. En 1997 ganó el Premio Comillas por su libro de memorias 'Contra el olvido'. Recientemente ha publicado 'Los años que todo lo cambiaron. Memoria política de la Transición' (Editorial Tusquets).
Son los años juveniles, que concluye con un premio extraordinario fin de carrera y una escena que parece sacada de un filme de Buñuel: al entregar los galardones del curso, el rector hizo jurar el dogma de la Inmaculada Concepción a los ganadores. Se ríe Oliart al recordarlo, en presencia de su esposa, que asiste en silencio a la entrevista. A ella le escribió en un poema de 1971: «Ardiendo como teas/ convertimos el cielo en un jadeo/ y las lenguas desatan/ el dormido volcán de las entrañas».
- En 1953 ya era abogado del Estado y diez años después fue jefe del gabinete técnico de la Subsecretaría de Hacienda. Más tarde ocupó un alto cargo en Renfe. ¿Tuvo ocasión de conocer a Franco?
- Nunca. Una vez que estaba en una posición en la que parecía inevitable que me diera la mano, me retiré a una segunda fila para que no fuera así. Ya entonces tenía fama de demócrata. Siempre pensé que en la Guerra Civil hubo barbaridades, aunque no se puede culpar de todo a Franco. Pero ahora estamos viviendo un cierto renacer del franquismo, es verdad.
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- Confiesa en sus memorias que en su casa no entró un aparato de televisión precisamente hasta la muerte de Franco, y que fue allí donde vio el funeral.
- No quise que hubiera televisor en casa hasta que mis hijos cogieran el hábito de leer. Pero se escapaban donde los vecinos a verla (se ríe).
- El día que conoce al rey Juan Carlos le sorprende con un comentario que es lo último que se puede esperar de un monarca.
- Se sentó a mi lado, me puso una mano sobre la pierna y me dijo: 'Tú y yo, por razones de edad, seremos ambos republicanos'. Le contesté que yo sí podía serlo, pero él, no. Yo era republicano porque en realidad solo había conocido la República y la dictadura, pero estaba de acuerdo con sus planteamientos, y así se lo expliqué.
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- Fue ministro de Industria con Adolfo Suárez y participó en aquellos consejos de ministros interminables en los que se discutía hasta el precio de la pera limonera, apunta en sus memorias.
- Es que era así. Se discutía incluso eso, y los consejos empezaban a primera hora de la mañana y terminaban de madrugada. Suárez dejaba hablar a los demás e intervenía poco. Yo solía decirle que él ya estaba entonces en la Historia de España. Luego Calvo Sotelo, siendo vicepresidente, puso un horario a los consejos.
- Punset le llamó para que intercediera por él y le dieran un Ministerio. ¿Tanto poder tenía usted?
- Fue muy complicado. Se había producido una crisis de Gobierno y yo me había escondido, literalmente, porque no quería volver a ser ministro. Estábamos en una casa que habíamos alquilado y nadie tenía el número de teléfono. Pero Punset llamó a mis hijas y estas, que no estaban advertidas, le dieron mi número. Y me lo pidió. Yo le dije: '¿Tú crees que ser ministro es algo? ¿Es para presumir? ¿De qué?'.
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- Pero usted le ayudó a serlo.
- Al final, Leopoldo (Calvo Sotelo) me encontró... Punset fue ministro y yo, también.
- Así que lo del encierro no sirvió para nada.
-Es que yo soy muy amigo de mis amigos, y no pude decir que no, porque además Leopoldo me lo pidió expresamente, aludiendo a que mi nombre estaba recomendado por el Palacio de la Zarzuela. Fui nombrado ministro de Sanidad incluso antes de haber dado mi consentimiento.
- ¿Recibía muchas llamadas del Rey?
- Alguna vez me ha llamado o le he llamado yo. Tengo un teléfono en la mesilla de noche solo para esas llamadas.
- Aún fue peor lo que sucedió tras el 23-F. Le nombraron ministro de Defensa, que era el cargo más incómodo que había en España en ese momento.
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- Tres meses antes del 23-F, el Rey ya había dicho a algunos mandos militares que en la próxima remodelación ministerial yo iría a la cartera de Defensa. Incluso me han llegado a contar que hasta se consideró la posibilidad de que yo sucediera a Suárez y fuera presidente, algo que, por suerte, pareció inadecuado.
- Sería complicado trabajar en Defensa, rodeado de gente que podía haber participado, sabido o facilitado el golpe de Estado.
- Le aseguro que el ambiente en el Ministerio no era de tensión. Yo les dije que no iba a juzgar a nadie por sus ideas. Ni siquiera por ser franquistas. Eso sí, ellos tendrían que respetar que yo fuera demócrata.
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En uno de los poemas que escribió ya retirado de la política, dice que «a menudo la amistad se escribe/ con duros nombres de traición y olvido». Alberto Oliart se levanta y recorre el amplio salón de su casa, situada en un extremo de El Viso, una zona de la capital ajena al tráfico enloquecido, el bullicio y las hordas de turistas que hacen casi invivibles barrios enteros de la capital. Hay unos libros de poesía sobre la mesa. Toma uno, lo abre, vuelve a dejarlo y comienza a contar cómo fue aquello, cómo fue el primer encuentro que tuvo con altos jefes del Ejército. Llega incluso a emocionarse cuando repite, casi palabra por palabra, el discurso que pronunció.
- Me habían recomendado que no citara conceptos como 'patria' porque el momento no era el adecuado. No les hice caso. Les miré de frente y les dije que la patria es la tierra donde están enterrados nuestros padres y la que permite que tengamos una lengua y una cultura, y añadí que eso es lo que teníamos que defender. Y si se trataba de hacerlo, de defender justamente eso, yo iría con ellos el primero, con un fusil en la mano. Creo que me los gané con esa intervención.
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- Pudo haberse evitado todo eso porque, además de que su patrimonio no era pequeño, le había tocado la lotería no mucho antes y pensó comprarse alguna finca y retirarse.
- Sucedió años antes, pero ya ve... Mi padre se había pasado la vida diciendo: 'Si me toca la lotería, veréis'. Me tocó siendo ministro de Industria. Tres décimos del Gordo en el sorteo de Navidad. En realidad, tocó en el negocio de mi padre.
- Y no dejó la política, pero se compró una finca de ovejas.
- Amplié mi participación en algunas fincas que había heredado de mi madre. Yo había trabajado allí, había labrado aquellas tierras con un tractor. Me sentía muy vinculado al campo.
- Luego también fue presidente de la asociación de Criadores de Cerdo Ibérico. Un abogado con alma de poeta, con altos cargos en la Administración y la empresa, ministro de Industria, Sanidad y Defensa y está entre los criadores de ovejas y cerdo ibérico...
- El dinero salió de la venta de mi parte en el despacho que monté la primera vez que salí de la Administración. En cuanto a los de las ovejas y los cerdos, siempre he estudiado a fondo las cosas en las que me he metido y por eso empecé a defender las razas autóctonas y milenarias.
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- ¿Sigue con ello?
- Mi hijo sigue con la cría de ganado. No pudo conservar las ovejas porque las vendí antes. Mi abuelo decía que si empiezas a perder en un negocio debes vender, porque si no terminarás en la ruina.
- Por si fuera poco, con 81 años lo proponen para presidente de RTVE, que siempre ha sido un campo de batalla, y acepta el cargo.
- Recibí una llamada y no pude negarme. Alguien que usted ya puede imaginar quién era me dijo: 'Alberto, muchas gracias por haber aceptado el cargo...'. Y yo no lo había hecho. Pero luego me alegré, porque encontré una gente estupenda.
- ¿Cómo se planteó esa tarea?
- Les dije que solo iba a pedir dos cosas: que la cadena fuera de información y no de deformación y propaganda (y amenacé incluso con echar a quien lo hiciera) y que me enseñaran lo que no sabía. Luego viví episodios muy divertidos, como un encuentro con otra extremeña que entonces tenía un programa: Pepa Bueno.
- Durante su presidencia dejaron de dar corridas de toros y eso gustó poco a algunos sectores.
- Me lo echaron en cara, sí... Les conté lo que costaba la retransmisión de una corrida y que ese dinero se podía emplear en otras cosas. Como insistieron, cedí y acepté dar dos o tres corridas y que veríamos las cuentas luego. El criterio para hacerlo no fue de tipo animalista o antitaurino, sino de uso racional de los recursos.
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- No podrían acusarlo de animalista porque es usted cazador. Un cazador estilo Delibes, eso sí.
- Pero eso viene de mi relación con la naturaleza, de la que no me he separado nunca. Hubo un momento en que tuve que hacerme cargo de la finca que heredé de mi madre, y me acordaba de que Vicente Aleixandre me decía que yo había hecho mía la naturaleza. ¿Cazador? Estando en África me invitaron a una cacería y se pusieron a tiro unas cebras. No disparé y se lo expliqué a quienes me acompañaban: yo mato para comer, no por deporte ni por la piel.
- Era preciso no profundizar en las diferencias entre unos y otros, pero a veces no se hizo. Hubo un momento en que se iba a morder a quien se veía débil. Lo hicieron con Suárez, pero él se creció y creo que Felipe, en cambio, se equivocó. Ahora sería bueno repetir pactos como los de la Moncloa con los grandes temas pendientes, y el de la crisis climática me parece el más grave.
- El 11-M había salido de casa muy pronto para caminar. Serían las seis de la mañana y decidí ir a visitar a la SER a Iñaki Gabilondo, en cuya tertulia participaba una vez a la semana. Como él comentaba a veces que llegaba a la radio de madrugada, se me ocurrió ir a verlo a esas horas. Allí nos enteramos de las bombas y le dije que en esas circunstancias teníamos que ser Gobierno todos, pero que a mi juicio aquello no lo había hecho ETA.
- Creo que se empieza a despertar en parte de los políticos catalanes la necesidad de salvar algunas cosas de las conseguidas en estos años. Muchas veces he recordado cómo Pujol quitó votos a Joan Raventós, que era muy amigo mío, por una trampa que le tendió en un debate en el que hubo un momento en que conversaron sobre si era necesaria la nacionalización de la banca.
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