María Guardiola
Los doce meses de vértigo de una desconocidaMaría Guardiola
Los doce meses de vértigo de una desconocidaEl 16 de julio de 2022 María Guardiola fue elegida presidenta del Partido Popular extremeño con la engañosa unanimidad que suelen esconder los congresos con un único candidato. Y un año después de aquel cónclave se va a convertir en la primera mujer en presidir ... la Junta de Extremadura. Esto quedará en los libros de Historia, pero también una mota que la perseguirá toda su carrera política por prometer reiteradamente que jamás gobernaría junto a Vox, palabra de la que ayer se desdijo.
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La elasticidad de la retórica política le ha permitido explicar ese bandazo, cuya consecuencia es que la región ya no es bastión socialista, algo inesperado cuando ella misma fue elegida como candidata del PP para competir contra Fernández Vara.
Hace apenas dos meses, Guardiola casi no era conocida por los extremeños. José Antonio Monago la nombró cargo de tercer nivel en la Consejería de Economía en la legislatura del 2011 al 2015, y su lugar natural en política había sido en los últimos años el de concejala de Hacienda en Cáceres hasta que se fijaron en ella desde Génova. Uno de sus valedores fue Alberto Casero, luego caído en desgracia junto al resto del equipo de Pablo Casado.
Guardiola dejó el Ayuntamiento para empezar a prodigarse más allá de Cáceres, pero fuera de las redes sociales nadie sabía quién era. Cuando en campaña entraba en los negocios de los pueblos, donde entregaba el folleto del PP, hasta que la tendera no veía su fotografía no se percataba de quién tenía delante y solo entonces le ponía nombre y apellido.
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Vara se negó a nombrarla en público a lo largo de este año electoral, y Santiago Abascal, aliado a su pesar, la ha llamado «señora rojísima», a lo que ella replicó, en una frase típica de asesor, que podían referirse a ella como «La extremeña».
Igual que su antecesor Monago en 2011, la extremeña necesitaba marcar perfil y lo hizo desplazándose hacia el centro izquierda en cuanto le pusieron delante el altavoz oportuno. Por convicción y por estrategia para atraer el voto de los desencantandos del PSOE.
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Fue el 16 de marzo en un programa del Canal 24 Horas de Televisión Española emitido desde Mérida donde aprovechó su momento. En un estudio móvil ante varios periodistas, la directora de HOY, Mar Domínguez, le preguntó cómo manejaría su relación con Vox si lo necesitara para gobernar Extremadura: «Hay cuestiones con las que no voy a transigir», dijo antes de enumerar la violencia machista («las cosas se llaman por su nombre»), el colectivo LGTBI, el aborto («en los derechos conseguidos por las mujeres no se va a retroceder ni un milímetro») y la inmigración. Acababa de nacer la 'baronesa roja'.
Ese discurso Vox lo despreció al instante, pero Guardiola no se achicó porque sabía de su rentabilidad electoral hacia el otro extremo. Se puede decir que la presidenta del PP ha tenido que atender dos frentes, y cada vez que era preguntada por estos discursos opuestos entre posibles aliados ella se separaba un metro más de Vox, al que recriminaba que no piensa en Extremadura y acusaba de no tener un programa concreto para la región.
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Pero si hay un día en que Guardiola creció antes de su cambio de opinión con Vox fue el 20 de junio. Ese día se constituyó la Asamblea pero no logró arrancar un acuerdo, lo que permitió al PSOE presidir el Parlamento. La comparecencia posterior, al borde del llanto, dio la vuelta a España.
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Fue tajante cuando habló de coherencia, de palabra dada, de que no permitiría entrar en su gobierno a Vox porque deshumaniza a los inmigrantes, no reconoce la violencia de género y tira a la basura la bandera LGTBI. La líder del PP fue aplaudida a derecha e izquierda mientras todos los medios nacionales hacían cola para entrevistarla. Al día siguiente, cualquier español medianamente informado ya sabía quién era Guardiola y sus principios parecían sólidos como el granito. En un año había pasado de no ser conocida ni siquiera por los miembros de su partido en Extremadura a tener presencia en la portada de todos los diarios e informativos de referencia. Frente a otros miembros del PP complacientes con Vox, ella era capaz de poner freno.
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Pero el ruido generado y la posibilidad de repetir elecciones, reiterada por ella en público y en privado, puso nerviosos a los superiores, Feijóo y Abascal.
Guardiola no parecía cómoda este viernes. Defensora a ultranza de su autonomía, su propio partido le mostró el camino: ceder un sillón a Vox en el Consejo de Gobierno. Es decir, renunciar a su palabra o irse. Y en aquella misma sala de prensa de la Asamblea desde donde su integridad se proyectó a toda España Guardiola se traicionó a sí misma tirando por la borda todo el crédito que una semana antes había ganado.
Compareció junto a Pelayo Gordillo, no sonrió y dejó frases («mi palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños») que sientan un precedente en su corta pero fulgurante travesía política, un viraje que le va a costar sacudirse durante una legislatura que solo acaba de comenzar.
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