Debo reconocer que mes y medio después de que apareciera en nuestras vidas la amenaza del coronavirus, ya bautizado como Covid-19, sigo desconcertada. Los últimos mensajes que lanzan las autoridades sanitarias dicen que el coronavirus mata menos que la gripe común y que no hay razón para los confinamientos de los habitantes de regiones enteras que se han decretado en China o Italia. ¿Entonces a qué viene haber alimentado la alarma durante semanas? ¿A quién beneficia que se extienda la histeria?
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Según los últimos datos publicados, la gripe ha provocado la muerte de doce personas esta temporada en Extremadura. Las muertes por gripe en España cada temporada se cuentan por miles (6.300 la última, según el Centro Nacional de Epidemiología). Por coronavirus tampoco hay fallecidos, de momento. Sin embargo, se ha desatado la alarma y se acaparan mascarillas, a pesar de que los expertos nos dicen que no son necesarias.
Los daños más importantes que está produciendo el coronavirus hasta hoy son económicos: empresas cerradas, congresos suspendidos, bolsas de todo el mundo a la baja… Es decir, una respuesta desproporcionada a un problema de salud que, hasta hoy, no parece más grave que la gripe de todos los inviernos. Y si por la gripe no se paralizan empresas ni se ponen en cuarentena hoteles, ni se clausuran pueblos ¿por qué por el coronavirus sí? ¿Por qué asumimos sin alarmarnos la epidemia anual de la gripe, que causa muchos muertos, y estamos desquiciados por la extensión del nuevo virus?
Cualquiera diría que detrás de esta campaña para alarmarnos hay una mano negra, y muy poderosa, decidida a crear un caos económico a base de extender la histeria hacia una nueva enfermedad. Y si no la hay, si nadie ha maquinado esta monumental operación para extender el miedo y paralizar la producción económica, que probablemente no, entonces es que los humanos somos especialistas en hacemos daño por la simple fabulación de amenazas imaginarias; o, para ser exactos, por la exageración de amenazas reales, pero en absoluto tan letales.
A la postre, poco importará que el coronavirus haya producido 3.000 ó 5.000 muertes en todo el mundo (muchas menos que la gripe). La caótica gestión de la epidemia habrá causado millonarias pérdidas económicas a las empresas, desempleo y más pobreza. Hace un mes, cuando el problema estaba limitado a China, no nos preocupaba que el coronavirus cerrara empresas y vaciara las calles de las ciudades. El coronavirus servía para enterarnos de que existía una ciudad llamada Wuhan, que a pesar de tener once millones de habitantes no conocíamos; y hasta hacíamos chistes sobre la celeridad con que los chinos construían hospitales para atender a millares de afectados. Extendido el virus a Europa, parece que hemos abandonado esa superioridad occidental para alarmarnos por lo que nos pueda ocurrir a nosotros.
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No sé si la responsabilidad de esta gestión desastrosa hay que atribuírsela a la OMS, a los gobiernos o a la estupidez humana. O quizá a los tres actores combinados. El resultado, en todo caso, es lamentable. Ningún responsable político ha explicado de manera tranquila por qué un día debemos alarmarnos y por qué al día siguiente no. Si es China la que ha acertado encerrando por decreto a millones de ciudadanos o es España más coherente no tomando medidas drásticas. Lo único cierto es que se ha echado a rodar la bola de nieve de la alarma y que ya es imparable. Probablemente no cause muchos muertos en Occidente, pero ya está produciendo daños económicos cuantiosos. El miedo tal vez sea exagerado, pero la infección de la economía es real.
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