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Blanca Martín
Miércoles, 6 de septiembre 2023
Somos los que nos precedieron, quienes forjaron Extremadura, quienes escribieron «desde las cuevas prehistóricas a los centros tecnológicos la voluntad de sentir, pensar, ser y estar en el mundo».
Extremadura no comienza ahora, tiene siglos de historia. Pero es ahora cuando conmemoramos que hace cuarenta años nació una iniciativa nueva, la posibilidad, señaló el presidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra, de abordar juntos nuestro futuro. El sentimiento de orgullo, apuntó el presidente Juan Antonio Monago, de ser extremeños y extremeñas. Un espacio, destacó el presidente Guillermo Fernández Vara, de convivencia y paz.
Cuatro décadas de autogobierno que nos han permitido rebelarnos contra una historia poco generosa, de dependencia e insignificancia política, para poner rumbo hacia un destino colectivo en el marco de la democracia que garantiza la Constitución Española valiéndonos de instituciones fuertes capaces de aglutinar el sentir general.
Una democracia y unas instituciones que en tiempos de urgencias y recompensas inmediatas se cuestionan, pero cuya existencia se torna imprescindible para equilibrar los diferentes intereses en juego y advertir de los riesgos exagerados. Esas exageraciones, recuerda Bernat Castany, de las que nacen los generales y de éstos los generalísimos que abogan por prescindir de la necesaria reflexión colectiva en aras de un dulce autoritarismo refrendado por la tecnocracia.
Porque democracia y tecnocracia no son sinónimos. La democracia requiere política, el arte, decía Bertold Brecht, de pensar en la cabeza de los otros, la capacidad, añado, de salirse al encuentro. Y es que precisamente encontrar deriva de contra. Fue Machado quien nos animó a buscar a nuestro complementario, a ese que marcha con nosotros y que, a menudo, además, suele ser nuestro contrario.
Precisamos, por tanto, de instituciones fuertes capaces de generar integración, de conjugar, como señala nuestro Estatuto, todas las tradiciones y sensibilidades, todas las raíces y potencias, todas las perspectivas y anhelos.
Recuperar la confianza pasa por respetar estos espacios de convivencia que nos hemos dado en los que confluyen razones contrapuestas, alternativas y perspectivas diferentes, en los que el diálogo se impone a la orden. Señala Daniel Innerarity que, si bien es cierto que el desacuerdo tiene inconvenientes, éste impide la obstinación en el error. No podemos prescindir, por tanto, de la dimensión deliberativa de la democracia, de la toma de decisiones colectivas.
Urge devolver a las instituciones democráticas su valor. Y conviene hacerlo, además, desde el lenguaje. Decía Borges que Cervantes escribió el Quijote para enseñarnos a hablar sin interrumpirnos. Conversar, dialogar, requiere ejercitar la escucha, aprender a ver con los ojos del otro y hacer uso de un lenguaje abierto que no prejuzgue ni exprese condenas.
El lenguaje unificado, simplificado y contraído controla, distorsiona realidades y no busca la verdad o la mentira, sino que la impone.
Apremia restituir la confianza en los parlamentos, donde reside la voluntad de las y los ciudadanos, para que ocupen un lugar central en el sistema político porque éstos, como defiende John Keane, ayudan a redefinir la democracia y darle dientes. Porque las cámaras legislativas implican mucho más que elecciones, suponen la libertad de los ciudadanos con respecto al poder en todas sus formas.
Es desde estos espacios de convivencia, de diálogo y reflexión, desde donde hemos construido la región moderna capaz de asegurar el bienestar de su ciudadanía que somos hoy sin renegar de nuestro pasado e identidad fronteriza, europea y americana.
Y es desde ellos, y bajo los sólidos cimientos ya construidos, desde donde hemos de cumplir lo que juntos y juntas acordamos y reflejamos en nuestro Estatuto: dejar una Extremadura más libre y próspera a las futuras generaciones.
Porque somos las generaciones actuales, con la experiencia acumulada de quienes nos precedieron, las encargadas de hacer frente a los retos colectivos que tenemos por delante. Contamos para ello con esta norma básica que rige nuestra convivencia, una ley no sólo jurídica, sino también política, que nos guía ante los desafíos propios de un tiempo nuevo.
Decía el poeta francés Paul Éluard que hay otros mundos, pero están en éste. Parafraseando a este intelectual, hay otras Extremadura posibles, pero, sin duda, todas están en ésta. Una comunidad con un vasto legado histórico y cultural, mosaico de culturas y repleta de recursos y un potencial sin igual que inició hace cuatro décadas un camino de éxito para elegir su futuro.
Elegir deriva de ex, sacar, y legere, leer. Algo así como lo que se puede extraer de una lectura, señala Martín Caparrós. Es, por tanto, decidir entre opciones. Cuarenta años atrás nosotros y nosotras lo tuvimos claro, elegimos encontrarnos, elegimos ser y sentirnos extremeños y extremeñas. Apostamos por una democracia plena y unas instituciones fuertes sobre las que asentar nuestra convivencia como pueblo. Optamos por la libertad frente a la dependencia y la insignificancia. Hoy, cuarenta años después, reafirmamos ese compromiso y, de nuevo, elegimos Extremadura: «una Extremadura una, finalmente».
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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