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Seamos encinas, amigos
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CARTA DE LA DIRECTORA ·
Be water my friend era el eslogan del inspirador vídeo en el que de Bruce Lee nos impelía a ser como el agua, a adaptarnos a las circunstancias, a amoldarnos a la realidad, por cambiante que sea. Quizá lo recuerden. Siempre es un buen consejo, más en estos tiempos duros de pandemia que nos ha tocado vivir. Adaptarse. Adaptarse y resistir. Resistir como la encina. En la entrega de los premios 'Extremeños de HOY', que se celebró el jueves en Plasencia, y que se simbolizan con la entrega de una encina cúbica a los galardonados (una escultura creada hace más de treinta años por José Luis Hinchado), terminé mi intervención apelando a la fortaleza de la encina, animando a parecernos al árbol tótem de Extremadura y resistir.
No se me ocurre otro símbolo más adecuado que la encina para representar las virtudes que necesitamos para enfrentarnos a una situación que nos ha desbordado. Se ha comparado la pandemia con una catástrofe natural que nos azota y cambia nuestras vidas de la noche a la mañana. El coronavirus es un enemigo más insidioso que cualquier desastre. Si nos ha metido a todos el miedo en el cuerpo es porque al contrario que un huracán o una inundación no lo vemos. Está por todas partes y son nuestros amigos, nuestra familia, nosotros mismos, los agentes contagiadores.
Y cuando aprendemos que hay que protegerse de las gotitas que expulsamos al estornudar o toser, los científicos nos advierten que también contagian los aerosoles, el CO2 que expulsamos al expirar; y que además el virus se puede quedar flotando horas, esperando a que pasemos por allí, respiremos y, voilá, compremos boletos para acabar en una UCI con una neumonía, bombardeados por una tormenta de citoquinas. Sí, todos hemos hecho un máster acelerado en estos meses sobre cómo se desencadena la infección y cómo avanza síntoma a síntoma. Quién nos lo iba a decir hace un año.
Ya somos dolorosamente conscientes de que la pandemia no es cosa de un par de meses, no se trata de una gripe estacional que desaparece con el calor y la radiación ultravioleta. Y a la vista de que el virus resiste, no nos queda otra que resistir. Y armados de mascarillas y de paciencia encarar un invierno que se adivina duro.
Imitar a la encina y resistir. Un árbol que aguanta vendavales porque tiene unas raíces profundas; que soporta mejor que cualquier otro la amenaza del fuego, que resiste plagas y agresiones. No es tan lujuriosamente bello como los cerezos en flor del Jerte, otro de los árboles símbolo de Extremadura, pero a cambio ofrece la seguridad de lo que permanece; regala serenidad a quien lo contempla y presta cobijo cuando azota el sol. Y vaya si azota en el verano extremeño.
En estos tiempos líquidos en que la apariencia cuenta más que lo auténtico la encina es como esa madre, ese padre, que están ahí, formando parte del paisaje, sin hacer ruido, y a los que se echa mano buscando una referencia cuando todo se derrumba.
Se nos han derrumbado muchas seguridades desde febrero; nos creíamos técnicamente invencibles y un virus tan simple como eficaz nos ha tumbado. Podemos poner un vehículo explorador en Marte y dirigirlo desde la Tierra pero no somos capaces de desactivar las espículas invisibles del coronavirus.
Los premios 'Extremeños de HOY' llevan más de tres décadas distinguiendo a personas que han destacado en su profesión, que han alcanzado el éxito. Esta edición, sin embargo, era diferente, porque no premiábamos el éxito, sino la dedicación, el trabajo de profesionales que se están batiendo contra la pandemia. Les entregamos, como siempre, una encina, un símbolo de la fortaleza que han mostrado. Necesitamos que sigan siendo fuertes, porque esto no ha acabado. Necesitamos, todos, ser fuertes. Seamos encinas, amigos.
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