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Una enfermedad aguda

Carta de la directora ·

Manuela Martín

Badajoz

Sábado, 30 de mayo 2020, 22:30

Cuando se declaró el estado de alarma, a mitad de marzo, hablé con algunos políticos sobre cómo esperaban que fuera la crisis económica desatada por la pandemia. Algunos eran optimistas. Creían que el parón de la economía provocado por el confinamiento general sería brusco y profundo, pero estimaban que la recuperación sería rápida, mucho más acelerada que la de la crisis de 2008. Algo comparable a una enfermedad aguda, pero corta. La razón que esgrimían era que ahora, al contrario que hace 12 años, no existe una crisis bancaria sistémica ni ha estallado una burbuja inmobiliaria como entonces. No sé si hoy, dos meses y medio después de decretarse el parón de la economía, siguen siendo tan optimistas. Si creen que, aunque 2020 lo podemos dar económicamente por perdido, en 2021 se producirá un rebote que nos llevará a los niveles de PIB y renta que teníamos hace solo tres meses.

Es indudable que la crisis de 2008 no es la 2020. Entonces fue un derrumbe a cámara lenta. La crisis bancaria empezó destruyendo empleo en la construcción, pero tras el sector inmobiliario fueron cayendo bancos, industrias y empresas de todo tipo. Hubo que reconstruir piedra a piedra y empleo a empleo el edificio económico de nuestro país. Ni siquiera habíamos acabado de hacerlo cuando nos ha atropellado de golpe el coronavirus.

Ahora no hemos sufrido un debilitamiento gradual del pulso económico sino un grave traumatismo provocado por un virus que ha matado a miles de personas y ha obligado a parar el país de la noche a la mañana; un desastre solo comparable con una súbita catástrofe natural. Estamos en la UCI sanitaria y en la UCI económica. Y si de la sanitaria parece que empezamos a salir, en la económica apenas hemos aterrizado. Hay economistas que pronostican que cuando se extingan los ERTE que se han aplicado a modo de respiración asistida para mantener con vida a las empresas, se producirá una destrucción de empleo masiva que nos llevará a los seis millones de parados, una cifra que ni siquiera fue alcanzada en los años más duros de la recesión de 2008. La evolución de la economía dependerá en buena medida de que no haya rebrotes y, a medio plazo, de que se halle un tratamiento efectivo para la enfermedad o una vacuna.

Las opiniones de médicos y científicos abarcan todo el espectro: van desde las muy optimistas que estiman que el virus está ya 'agotado' y se acabará extinguiendo este verano, a quienes, pesimistas, anuncian rebrotes más duros en otoño. Hoy, cuando el número de contagios y fallecidos sigue cayendo, y las calles recuperan la actividad, todos nos apuntamos a la primera. Si no fuera por lo extraño que resulta vernos embozados con mascarillas podríamos pensar que todo ha sido una pesadilla de la que felizmente hemos despertado.

En medio de esta vorágine en la que se han perdido tantas certezas, esta semana hemos tenido buenas noticias: se ha abierto el camino para que la Unión Europea apruebe un fondo millonario para afrontar los daños de la crisis. España, que es uno de los países más afectados, especialmente en el empleo, puede ser de los más favorecidos. La profundidad de la crisis es tal que probablemente solo el paraguas europeo puede salvarnos de una larga y dolorosa depresión.

El hecho de que la riqueza de España dependa en tan alto porcentaje del turismo (un 12% del PIB y un 13% del empleo) agrava nuestras perspectivas. Solo la vuelta de los turistas, que no será inmediata, podría volver a encarrilar la economía española y hacer buena la predicción de que la crisis del coronavirus, aún siendo grave, no será tan larga como la que hemos vivido y todavía no hemos olvidado.

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