En 'No te veré morir', la última novela de Antonio Muñoz Molina, el protagonista le confiesa a un amigo que España es un país sin piedad. ¿Tiene razón, somos crueles? Pues sí. Solo hay que fijarse en cómo destrozamos a quien comete un error o ... de qué manera disfrutamos cuando convertimos a cualquiera, nadie está libre de ser sacrificado, en objeto de nuestras burlas inmisericordes en las redes sociales.
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La pasada semana, un alto cargo de la Junta de Extremadura intervino en una sesión de control en la Asamblea. A una de las preguntas, respondió con más titubeos que certezas, con frases entrecortadas, rodeos, razonamientos sin conclusión... No se trataba de que se acogiera al estilo 'galaico' de hablar mucho para no decir nada, sino que se bloqueó y le costaba desarrollar expresiones coherentes. Estaba nervioso, respiraba con angustia y esbozaba excusas, pero ni de excusarse con coherencia, era capaz.
Naturalmente, a los pocos minutos, el vídeo corría vertiginosamente por las redes, se convertía en tendencia, 'trending topic' y lo más visto. No tardaron en llegar los comentarios sangrantes, el desprecio, el ataque personal, la descalificación y la humillación. Se estableció, como siempre sucede en estos casos, un pugilato por ver quién era más cruel y hacía más daño. Y a cada mensaje sin piedad, aumentaban las visualizaciones del vídeo y crecía la angustia de ver al dirigente político sufriendo, con la boca seca, nervioso, excusándose tímidamente por ser la primera vez que acudía a la Asamblea.
Sí, somos crueles, españoles sin piedad ni sensatez para entender que lo mismo que hacemos con otros harán un día con nosotros. En ese punto, recuerdo a mi suegra cuando escuchaba a otras mujeres criticar a una jovencita por su vida privada. No entendía cómo madres de adolescentes eran tan crueles con las muchachas jóvenes, cuando esos ataques desaforados y llenos de mala sangre podían caer sobre sus hijas en cualquier momento.
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¿Pero cómo vamos a tener piedad del que yerra, cómo no vamos a disfrutar con la desgracia ajena, cómo nos va a pasar algún día a nosotros algo semejante si somos perfectos? Recuerdo el caso de Alberto Casero, exalcalde de Trujillo y exdiputado del PP, que se confundió de botón y se convirtió en el pimpampum de España. Conocí a Casero una tarde en Trujillo, charlamos un largo rato y me pareció un tipo interesante y juicioso, un señor normal, atento, educado, hecho a sí mismo y divertido. Pero por culpa de un botón, arruinó no ya su vida política, que eso puede ser comprensible, sino su vida personal. En su caso, la crueldad llegó a extremos inauditos. Todavía hoy se utiliza su figura como ejemplo de lo peor y basta escuchar su nombre o aparecer su foto para que se le zahiera sin miramientos. ¿Es eso justo? ¿Es posible que por culpa de un error humano y mecánico la vida de una persona deje de tener valor y todo lo que haga desde ese momento se convierta en compendio de la estupidez humana?
Como afirma Muñoz Molina a través de su personaje Gabriel Aristu en 'No te veré morir', somos un país sin piedad y aún peor, sin prudencia: disparamos contra todo aquel que se equivoca, se significa, se sale de la norma, mete la pata, comete fallos, errores y deslices sin pensar en que algún día, es ley de vida, nos tocará a nosotros estar en el lado de los imperfectos y probaremos nuestra propia medicina. Nadie se apiadará de nosotros cuando hayamos errado. Dicho esto, cerremos el HOY y reanudemos la búsqueda de la siguiente víctima porque nosotros somos infalibles y, como el Papa, nunca erramos.
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