Esperando el Apocalipsis
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CARTA DE LA DIRECTORA ·
En un pendulazo de manual, los humanos hemos pasado en cuatro meses de creernos invulnerables y todopoderosos a temer que el Apocalipsis, con mayúsculas, esté a la vuelta de la esquina. Ya no son solo los virus que nos acechan escondidos en un murciélago o un pangolín, prestos a saltar al hombre y a matarnos por miles. Vendrán más pandemias, nos advierten los científicos. Pero no son solo las probables catástrofes sanitarias; en estos días se renueva la gran amenaza del calentamiento global, una perspectiva que vemos cada vez menos lejana cuando leemos que en este mes de julio se ha registrado en Badajoz la temperatura media más alta desde 1955, primer año del que se tienen datos. Batiendo récords por todo lo alto.
Por si no tuviéramos bastante con los virus mutantes y el calor se cuelan otras amenazas que alimentan el pensamiento apocalíptico. El periodista Pedro Díaz Cuartango escribía el pasado viernes en ABC sobre otro peligro inventariado en la revista 'The Economist': una erupción solar que alteraría los campos electromagnéticos, nos dejaría sin comunicaciones y nos abocaría a una hambruna. Y, según los científicos, no es ciencia ficción, sino una probabilidad no descartable. Motivos y argumentos para sustentar la paranoia hay más que suficientes.
Sin embargo, esta semana, y a pesar de algunas lecturas poco optimistas, he sido consciente de todo lo que ha funcionado bien durante la pandemia. Si empezamos por el final, tenemos el acuerdo alcanzado en la Unión Europea para allegar fondos a los países más afectados por la crisis. Se pueden hacer críticas infinitas a nuestros gobernantes, pero la decisión final de destinar 750.000 millones de euros en créditos y subvenciones a aliviar los destrozos e impulsar la recuperación es una grandísima noticia para los españoles.
La semana pasada escribía en esta misma sección que vivimos en la región del mundo más decente, y hoy tengo más razones para pensar así. Los europeos somos afortunados por haber nacido en países donde la vida, la libertad, la seguridad y el bienestar de las personas importan, y por contar con una Unión Europea que, con todos sus defectos, nos sirve de garantía de que esos derechos se respetan. Y ahora, hace también de red financiera para que países como España o Italia no caigan en una devastadora recesión.
La UE ha funcionado y se ha reivindicado ante sus casi 500 millones de habitantes y ante el resto del mundo como ese lugar en el que merece la pena vivir.
Pero no solo es la UE. Justo cuando se declaró el estado de alarma, se puso a prueba nuestro mundo, y ha pasado el test con nota. Llámenme ilusa pero, ¿se imaginan qué hubiera pasado si no funcionan las telecomunicaciones y resulta imposible el teletrabajo? ¿Y si se dejan de producir alimentos o no llegan a los supermercados y hay desabastecimiento? Hay países donde eso ocurre. Y funcionaron los hospitales, aunque algunos estuvieran desbordados, y la enseñanza online, y la Policía, los bancos, los medios de comunicación. Se cerraron oficinas, empresas, instituciones, pero continuó abierto todo lo esencial gracias a que millones de personas siguieron cumpliendo con su trabajo, aún haciéndolo en condiciones duras. El país no se derrumbó de repente, como si están en riesgo de hacerlo otros con economías más frágiles.
Fue doloroso (es todavía doloroso), especialmente por las miles de víctimas, pero no fue una debacle. No tiene por qué serlo tampoco ahora, cuando la prioridad es controlar los rebrotes y reactivar la economía. Mientras se declara una nueva pandemia, o el meteorito capaz de extinguirnos impacta con la Tierra, quién lo sabe, quizá lo más sabio es seguir viviendo como si el Apocalipsis nunca fuese a llegar.
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