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Escritores, columnistas, cronistas deportivos, filósofos, sociólogos y antropólogos llevan una semana intentando explicar el Real Madrid. Y no pueden o, al menos, no pueden explicarlo ... de manera racional, lógica y sistemática porque lo que hace a veces el Real Madrid, sobre todo esta temporada, es imposible de razonar, es una emoción y las emociones no se explican, se sienten.
Si una emoción se explica y se entiende, entonces deja de ser una emoción. Es como el amor, que solo quien lo probó lo sabe, razonamiento de Lope de Vega en un soneto y enésimo intento de aclarar las claves del amor que, como la mística y las gestas del Madrid, solo tienen acomodo en la poesía: el arte de fracasar intentando definir lo inefable.
Se podría suponer que la épica implícita en las letras de los himnos futboleros iluminaría las gestas de los equipos. Pero, en fin, convertir en compendio de razonamientos y aclaraciones un himno cuyo estribillo es «¡Hala Madrid!, ¡Hala Madrid!, noble y bélico adalid, caballero del honor» parece más una majadería que una explicación.
Hay clubes de fútbol cuyos himnos no se andan con lirismos ni zarandajas, van a lo directo y no necesitan más aclaraciones. Es el caso de los himnos del Logroñés: «Cantemos unidos, gocemos contigo... Gol, gol, gooool». O: «Aúpa el Logroñés, chuta que chuta que chuta». Y no hay más que hablar. Lirismo pedestre que no explica nada.
A los escritores, además, les atraen más las historias dolorosas que los triunfos. Miguel Hernández, por ejemplo, dedicó un poema a Lolo, cancerbero del Orihuela, que murió tras golpearse la cabeza contra un poste de la portería tras dibujar en el aire una bella palomita. En la novela 'La tía Julia y el escribidor', de Mario Vargas Llosa, aparece el árbitro Joaquincito Hinostroza, tan parcial que en una ocasión fue expulsando uno tras otro a los jugadores del equipo contrario hasta que ganó Perú. Salió a hombros de aquel estadio, pero acabó sus días alcoholizado y amargado. También escribió sobre el tema Camilo José Cela que, en uno de sus cuentos de fútbol, saca a dos árbitros que acaban ahorcados en el vestuario.
Siguiendo con la muerte futbolística, ahí está la novela de Manuel Vázquez Montalbán titulada «El delantero centro fue asesinado al amanecer» Y para Javier Marías, el fútbol es la «recuperación semanal de la infancia», pero también es temor, dramaticidad, zozobra, una mezcla de sentimentalidad y salvajismo, una escuela de comportamiento y nostalgia y la escenificación de la épica al alcance de todo el mundo. Es decir, muchos sentimientos, pocas explicaciones.
Además de ser hinchas de un equipo ganador como el Real Madrid, todos solemos seguir también a un equipo perdedor, el de nuestro pueblo. Intentar comprender las claves de las remontadas madridistas en las copas de Europa es como querer explicar el Cacereño, el Plasencia o el Extremadura, es decir, una pérdida de tiempo. ¿Qué razonamiento puede aclarar el masoquismo de esperarlo todo de equipos humildes que nos traen más amargura y sufrimiento que dicha? ¿Cómo explicar el amor al Extremadura, dos veces desaparecido y un ir y venir del éxtasis al dolor? O mi Cacereño, que he perjurado que no me moriré antes de verlo en Segunda y voy camino de Matusalén. ¿Cómo es posible mantener un sueño que parece imposible? Pues por la misma razón por la que nos enamoramos: con la ilusión de disfrutar y la seguridad de padecer. Las emociones no tienen lógica y lo del Real Madrid, el Cacereño o el Extremadura, tampoco.
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