Los lectores de HOY se encontraron el domingo con una entrevista que le hice al badajocense y dirigente nacional de Vox Rafael Bardají. Quizás muchos de ustedes recuerden que Bardají empezó a ser popularmente conocido a raíz de la cerrada defensa pública que hizo de la guerra de Irak, aquella invasión ilegal que se quiso justificar con la mentira de que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva. El entusiasmo con que José María Aznar capitaneó la participación de España en aquel infausto conflicto fue en parte por el consejo de Rafael Bardají, en aquella época asesor del Ministerio de Defensa. Ahora Bardají se ha pasado a Vox -su ingreso ha sido saludado en ese partido como un espaldarazo a sus postulados- porque entiende que el PP se ha desplazado hacia la izquierda.

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Traigo a colación esta entrevista porque me ha permitido, no diría aprender pero sí refrescar, cuánto se parecen en ocasiones dos posiciones aparentemente opuestas. Y es que de la entrevista a Bardají me llamó la atención la paradoja que resulta que un partido de continuas declaraciones de amor a la patria tenga, sin embargo, tan mal concepto de ella, como si la patria fuera una enferma crónica a la que le mata cualquier agente que se mueva al aire libre, que es precisamente donde transcurre la vida. Nada le viene bien, todo le incomoda, no padece más que alergias, cualquiera que no tenga un pasaporte escogido le arrebata a la patria su razón histórica; cualquiera que no practique el sexo según su canon le arrebata a la patria el destino; si las mujeres quieren ser dueñas de su vida, la patria se hunde en el feminismo, ese pantano. ¡Qué endeblez de patria, que la tumba cualquier brisa! La que describe Vox es una patria tan quebradiza que, de tener viabilidad, sólo podría ser en una burbuja de atmósfera artificial, sin poner un pie en la calle.

Esa desconfianza que muestra Vox hacia una patria como la que tenemos, con las tensiones y consensos que corresponde a una sociedad dinámica de pensamiento diverso, no fue la única que pude observar a raíz de la entrevista con Bardají. También me ha resultado llamativo que ha habido quien descalificara la entrevista por el mero hecho de publicarse. Por lo que se ve, tratar de dar a conocer qué piensa Vox debe ser algo así como un contenido inapropiado, una especie de película de dos rombos: sólo apta para mentalmente adultos. Qué triste que, más de 40 años después de Franco, todavía haya quien se arrogue el derecho para decidir qué debe y qué no debe publicarse por el bien de los demás, que es justamente lo que hacía la censura. La entrevista no era de lectura obligatoria, pero hay quien quiere obligar a la gente a no leerla por el expeditivo método de que no se publicara. Y sobre todo qué triste que todavía haya quien se crea con más capacidad de juzgar que el resto. Qué poca confianza en la sociedad, a la que creen débil, y a la que le gustaría, como Vox la patria, ver en una burbuja de atmósfera artificial. Sin poner un pie en la calle.

Se dirán adversarios, pero parecen gemelos: Vox desconfía de la patria; estos otros de la sociedad

Se dirán adversarios, pero parecen gemelos: Vox desconfía de la patria; estos otros de la sociedad. Tal para cual: los extraños aliados. ¿O no tan extraños?

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