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Las 15 horas más intensas del verano las comencé en Galisteo el 12 de agosto a las nueve y media de la noche, continuaron en Malpartida de Cáceres a partir de medianoche y acabaron en Ceclavín al día siguiente a las 12.30 del mediodía comprando pan y mantecados. En medio, el verano extremeño en estado puro.
Al llegar agosto, los pueblos de la región están llenos. Un movimiento migratorio temporal, que solo dura unos días, se produce a la inversa: quienes emigraron a la España industrializada hace 30 o 40 años regresan al lugar donde nacieron para disfrutar del encanto de romper con la rutina de las ciudades y tener una sola preocupación: ¿Qué haré hoy para entretenerme?
Es decir, vacaciones en estado puro y un retorno estival que cambia la faz de nuestros pueblos y los llena de emigrantes y de hijos y nietos de emigrantes, que convierten la región en un universo muy rico donde conviven profesionales, investigadores, campesinos, universitarios, artesanos, jubilados, ingenieros, jornaleros, escritores, ganaderos, industriales, profesores, queseros, vendedores... Un resumen de España en cada pueblo extremeño y un intercambio de experiencias y culturas que enriquece el mundo rural.
Comencé esas 15 horas intensas, que resumían la realidad de agosto en Extremadura, presentando un libro en la Casa de Cultura de Galisteo. Primer dato sorprendente: a pesar de ser las fiestas del pueblo y de ser las nueve y media de la noche, la sala estaba llena. Aunque era grande, no había ni un sitio libre y, tras haber asistido a actos semejantes en ferias del libro de Cáceres, Mérida y Badajoz, puedo asegurar que el público de Galisteo fue el más interesado, el que más preguntas realizó y más inteligentes y el que más fervor mostró por la literatura. Y en la mesa, un turista paisano, periodista descendiente del pueblo, pero trabajando en Madrid, introduciendo el acto con un rigor, una brillantez y una solvencia que elevaba aquel acto de pueblo, rural, a deshora, en medio de festejos y en pleno agosto caluroso, a cimas culturales de excelencia inesperada.
Acabado el acto, al coche y una hora después, llegada a Malpartida de Cáceres. Terrazas sin mesas libres, ambiente en la calle, alegría en los bares y una verbena por todo lo alto con más de 2.000 personas alucinando con la orquesta más popular y contratada de España: Panorama. La España vaciada y extremeña estaba completamente llena en la noche del 12 al 13 de agosto.
Y las ciudades, atascadas y atestadas en septiembre, se quedaban sin gente. Al regresar a Cáceres, a eso de las dos de la mañana, había sitio para aparcar en cualquier calle. Por la mañana, nada de colas en los semáforos, nada de acecho y lucha por una plaza libre para aparcar sin zona azul. Comercios cerrados en la popularmente llamada Semana del Autónomo, la del 15 de agosto, la única del verano en la que pueden coger unas vacaciones sin perder clientes.
A eso de las 11, otra vez a la carretera para ir a Ceclavín a pasar unos días con mis padres en el campo. Nada más llegar, me mandan a comprar el pan y unos mantecados a la de Antonio. Voy con el coche al pueblo y pretendo aparcar donde siempre. Imposible: el sitio está ocupado y no es eso lo peor, sino que, para ser precisos, todos los sitios están ocupados. Doy vueltas por Ceclavín y no encuentro una sola plaza de aparcamiento libre. Acabo yéndome al camino de las viñas, donde dejo el coche, casi en medio del campo.
En la tahona, mientras me ponen tres libras de pan de caramelo, me cuentan que los vecinos colocan sillas de playa en las calles para reservar sitio para sus coches. Voy a tomar café y las conversaciones son pura miscelánea: de higos, de anestesias, de uvas, de puentes colgantes, de leche de cabra... En las tertulias, conviven el arquitecto y el pastor, el médico y el recolector de higos. Extremadura en verano, vital, cosmopolita, culta... con gente.
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