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Los niños reciben clases de apoyo en las aulas de este hogar infantil:: E.F.V.
De Extremadura a Tánger para ayudar

De Extremadura a Tánger para ayudar

El Hogar Lerchundi recibe desde 1998 la visita de voluntarios de la región | Eloy Sánchez y Mario Parra participaron en la primera experiencia en Marruecos del colegio Claret de Don Benito y hoy son claves en este centro para niños sin recursos

Evaristo Fdez. de Vega

Tánger (Marruecos)

Sábado, 13 de abril 2019

Mario y Eloy se conocen desde que tenían ocho años. Crecieron en Don Benito y siendo muy pequeños coincidieron en el colegio Claret. Allí forjaron una amistad que mucho tiempo después terminó llevándolos a Tánger, una ciudad en la que han hecho realidad el sueño de ayudar a niños que carecen de casi todo.

Su primera experiencia de solidaridad en Marruecos la vivieron con 16 años. El colegio organizó una visita al Hogar Lerchundi, un centro de la Iglesia Católica que ayuda a familias con pocos recursos.

Recuerda Mario Parra Valadés que en la última hoja del diario que escribió aquel mes de abril de 1998 plasmó el deseo de regresar algún día acompañado por su mujer. «Me parecía imposible, pero yo quería ser como Salva y Gema, una pareja de Málaga que entonces trabajaba en el hogar».

Aquel anhelo se hizo realidad en 2017. Habían pasado 19 años y entretanto había estudiado Derecho, trabajó en dos oficinas bancarias de Cáceres e incluso emigró en plena crisis a Suiza, un país al que ya viajó acompañado de Cristina Tello Sánchez, la joven salmantina con la que decidió compartir su vida tras conocerla en el hogar de Tánger.

En su aventura europea no les iba mal. Ambos tenían trabajo, pero sintieron que les faltaba 'algo' y después de recorrer América durante siete meses buscando un lugar que les permitiera entregarse a personas con verdadera necesidad, decidieron regresar a Marruecos.

Reencuentro en Tánger

Desde hace dos años, Mario y Cristina trabajan en el Hogar Lerchundi, donde se han reencontrado estos días con Eloy Sánchez Sánchez, que ha regresado de visita al centro para acompañar en su experiencia de voluntariado a un grupo de alumnos de 1º de Bachillerato del colegio Claret de Don Benito.

El centro pertenece a la Diócesis de Tánger y es gestionado por Proclade Bética. E.F.V.

Eloy, que trabajó siete años en el hogar, ha acompañado el proceso formativo de este grupo de estudiantes formado por diez chicas y dos chicos que han viajado a Marruecos junto a cuatro profesores. «Vienen aquí con mucha ilusión y nuestra tarea es conseguir que estos días sean un antes y un después en sus vidas».

Eloy es consciente de que la visita que realizó con 16 años al Hogar Lerchundi lo marcó. Tanto, que entre 2009 y 2016 dirigió este centro de promoción social y educativa. El hogar está enclavado en un barrio próximo al puerto y la medina, en la zona histórica de la ciudad. En él viven familias con carencias económicas y sociales; también mujeres que han sido abandonadas por sus parejas, una circunstancia que puede determinar el futuro de sus hijos.

En ese entorno trabaja la comunidad católica, que no puede hacer proselitismo de la religión que profesa. La prohibición de hablar de su fe en público les obliga a centrar su tarea en la obra social que realizan. El Hogar Lerchundi, con sus 80 niños, es una pieza importante para la comunidad cristiana de Tánger, una enorme urbe que roza el millón de habitantes.

Alumnos del colegio Claret de Don Benito durante la visita que han realizado a Tánger esta semana:: E.F.V.

Pero no es el único centro de la Iglesia: las Misioneras de la Caridad, continuadoras de la madre Teresa de Calcuta, cuentan con una guardería en la que acogen a mujeres solas en avanzado estado de gestación. «Después les ayudan a buscar un empleo y las religiosas atienden a sus hijos mientras las madres trabajan», confirma Mario.

Otra pieza de ese puzzle son los hermanos de la Cruz Blanca, una comunidad formada por religiosos españoles. Ellos entregan sus vidas en una residencia para enfermos mentales severos en un país donde los servicios públicos de atención mental son muy limitados.

Es en estos tres centros donde los alumnos del Claret de Don Benito realizan desde hace 20 años su experiencia de voluntariado. Trabajan con los niños del Hogar Lerchundi, con los enfermos mentales y con los pequeños que son atendidos por las misioneras de la Caridad.

«Uno de los momentos más duros de la semana llega el miércoles. Ese día, las misioneras abren su centro para que los niños que viven en la calle puedan darse una ducha y cambiarse de ropa. Para esos chicos existen otros proyectos, pero duele comprobar que algunos de ellos malviven en esas condiciones», se lamenta Mario, al que se le encoge su enorme corazón cada vez que se cruza con uno de esos pequeños.

Mario se reconoce impotente ante esas situaciones, pero le reconforta el trabajo en el hogar, que se sostiene con las aportaciones que canaliza Proclade Bética. La ONG de los Misioneros Claretianos recibió hace años de la Diócesis de Tánger el encargo de gestionar el Hogar Lerchundi y en 20 años de dedicación ha atendido a cientos de niños.

Una parte del presupuesto se cubre con la ayuda que llega desde los colegios claretianos de Don Benito, Sevilla y Las Palmas de Gran Canarias, que animan a sus alumnos a colaborar con el proyecto. Para los estudiantes españoles es emocionante ver en sus clases la foto del niño al que tienen becado.

Mario, Cristina y Eloy.: E.F.V.

Padrinos extremeños

En otros casos, los padrinos son familias extremeñas que financian las becas. El coste anual es de 1.200 euros por niño, pero la aportación habitual es de 400 euros para hacerla más asequible. Con ese dinero se cubren los gastos del centro, que tiene cuatro profesoras marroquíes, una trabajadora social y dos cocineras.

En el hogar se realizan actividades educativas y formativas que les sirven de apoyo en el colegio y potencian su desarrollo personal. Ofrecer una alimentación adecuada, mejorar los hábitos de higiene y garantizar una atención sanitaria y farmacéutica son otros objetivos.

«A veces me preguntan si no he renunciado a demasiadas cosas, pero yo más bien creo que durante demasiados años renuncié a vivir en Tánger para tener ciertas cosas. Es cierto que estamos lejos de los amigos, de otras comodidades, pero a mí la felicidad me la ha dado ayudar a estos niños», concluye Mario, que siente un privilegio trabajar en el Hogar Lerchundi.

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