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«En Badajoz bebí mi primer vaso de vino, di mi primer beso y escribí mi primer libro». La frase –recuerda a aquella otra según la cual «Todos somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino», del poeta Eduardo Galeano– es la forma personal que tiene Juan José Poblador (87 lúcidos años) de dejar claro que él es de donde es. No se trata de la única originalidad.
Hay en su vida y en su forma de contarla otras particularidades. Por ejemplo: el paralelismo entre el guión de su existencia y el de la de su padre, que nació en Logrosán y se casó con una gaditana de Facinas (un pueblo de 1.300 habitantes que depende de Tarifa).
Él es de Badajoz y con lo ancha que es Castilla, fue a encontrar a su mujer en Conil de la Frontera (22.297 vecinos censados), donde Poblador lleva ya más tiempo que el que pasó en Extremadura.
«Estoy en Conil y me paso el día hablando de Extremadura, y cuando estoy en Badajoz me paso el día hablando de Conil», reconoce el escritor pacense, que cambió de región en los años sesenta.
Lo hizo, claro está, a su manera. «Estaba de maestro en Badajoz, en San Roque, dando clases de Lengua, y los sábados nos juntábamos los profesores a tomar unas cervezas –evoca–. Teníamos una lista con todos los municipios de España en los que había plazas vacantes, y yo elegí la Costa Brava porque quería irme a un pueblo con mar. Pero un compañero me dijo ‘Hombre, añade Conil’. Le hice caso y al final escogí Madrid, San Sebastián, Conil y la Costa Brava».
Y le mandaron a costa gaditana. Era el curso 1962/63, porque a él le gusta más hablar de cursos que de años. Son costumbres. Como la de no usar teléfono móvil y vivir casi al margen de Internet. O la de referirse al ordenador como «el tontito».
De familia de militares, hijo de carabinero –él sirvió en la caballería–, Juan José Poblador es conocido en Badajoz, donde pregonó el Carnaval dos veces. La primera, en la resurrección de esta fiesta en el año 1981, y la segunda en 2005 junto a Francisco Delgado (Paco ‘el Cerillo’).
Con su novela ‘Pensión’ –está en el catálogo de la Editora Regional de Extremadura– ganó el premio Elisenda Moncada en el año 1957. También son suyos ‘Del diario de un carca’ (igualmente en la Editora Regional) y ‘Boceto para una historia’, que es una guía de Conil de la Frontera de la que alguien dijo, y a él le gusta, que está a caballo entre la literatura y la guía para turistas.
«Este pueblo tiene muchas cosas interesantes», dice él sentado a la mesa en la terraza del hotel La princesa y el guisante, que regenta su hija María en el casco antiguo del municipio andaluz. Tanto ella como Juan, el hijo de Poblador, nacieron en la localidad gaditana, en la que el maestro y escritor extremeño afirma vivir a gusto.
«Me encanta Conil», resume. «Cuando yo llegué, no había turismo –amplía–, no había hoteles. La gente se dedicaba a la maravillosa pesca y al maravilloso campo». Han pasado 55 años y él cree que ahora, la localidad «está mejor, porque hay más dinero, gracias al turismo».
Ha cambiado la ciudad y lo ha hecho también él, que ya apenas escribe, según dice. «Me he vuelto un gandul y además no me dejan expresarme como yo quiero», afirma. Aún así, dice que tiene en el aire dos libros, lo que significa que no le ha perdido la pista a la escritura.
Aún ocupan un espacio en su memoria, de la que van saliendo detalles que ayudan a trazar su perfil. «Lo del primer pregón en el carnaval de Badajoz fue curioso», sitúa. «Entre unos cuantos recuperamos una fiesta que estaba dormida, y me nombraron pregonero porque como yo estaba en Cádiz, pues debieron pensar que sabría algo más que el resto, y yo acepté porque era un inconsciente».
También ayudó, probablemente, su papel en determinados círculos culturales de Badajoz. Durante los años cincuenta y principios de los sesenta participó en las tertulias que Esperanza Segura Covarsí organizaba en su casa de la calle López Prudencio los sábados por la tarde, y que sí o sí acababa a las diez de la noche.
Les llamaban ‘Los sabáticos de Segura’. Después, Poblador se fue a Conil, y allí ha seguido con su activismo cultural. Mantiene contacto con algunos escritores extremeños, y cada vez que puede ejerce como guía de paisanos que le visitan en su localidad adoptiva. «Si tuviera que enseñar Conil a alguien mañana, lo primero que haría sería llevarle a la playa –propone–, luego le presentaría a los amigos, y después le llevaría a mis sitios predilectos».
Entre todos ellos destaca uno: el bar ‘Los hermanitos’. «Está detrás de mi casa, y he querido construirme un túnel pero no me han dejado, así que he propuesto como alternativa que me pongan un ascensor», bromea Poblador, que asegura que solo bebe vino si es extremeño. Será quizás porque el primero de su vida se lo tomó en Badajoz.
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