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Me falta el aire

Me falta el aire

Carta de la directora ·

Manuela Martín

Badajoz

Sábado, 4 de abril 2020

ALGUNAS noches me despierto sobresaltada con la sensación de que me falta el aire. No creo estar contagiada de coronavirus sino de miedo. En mi caso temo por mis hijos, médicos los dos en hospitales donde arrecia la pandemia. Sé que son jóvenes y fuertes, pero el nudo en el estómago solo se me afloja un rato cuando en esas videoconferencias tardías me aseguran que un día más siguen bien, que no me preocupe.

Sobrellevo mi encierro trabajando, conectada con una Redacción que se deja el alma todos los días por dar la mejor información a los lectores de HOY. Teletrabajando cuando se puede o saliendo a la calle cuando es preciso. Combatiendo bulos, entrevistando a los protagonistas, poniéndole cara al dolor que está causando el coronavirus y a la esperanza de que vamos a salir adelante.

Trato de controlar mi miedo poniéndome en el lugar de quienes lo están pasando peor, infinitamente peor que yo: los familiares de los fallecidos, que al dolor de perder a sus seres queridos han unido el desgarro de no poder acompañarlos en sus últimas horas ni despedirse de ellos en un funeral digno; los enfermos, cuyos pulmones heridos no son capaces de coger aire; controlo mi miedo acordándome de los profesionales que no se pueden quedar protegidos en casa. Desde los sanitarios a los repartidores, desde los comerciantes a los policías, los militares, los transportistas, los limpiadores, los cuidadores de ancianos… todos los que corren riesgos en su salud para protegernos a los demás y que la pandemia cause el menor daño posible. Que ya es mucho.

Pienso en el coste en vidas que tiene la pandemia y en el coste económico. En los miles de empleos que se van a perder, que se están perdiendo ya, y en los miles de negocios que no podrán levantarse tras este golpe. Y pienso que a muchas de esas víctimas económicas del virus también les está faltando el aire al asomarse a ese futuro tan incierto.

Ya he dicho que siento miedo, pero a ratos también me puede la indignación. Sobre todo cuando veo a políticos, y los hay en todos los partidos, que pierden el tiempo en disputas estúpidas.

Tenemos a España ardiendo, al mundo ardiendo, y todavía hay quien se preocupa por colgarse la medalla el día que se apague el incendio. ¿Acaso no ven a la profesionales que se están jugando el tipo para frenar la pandemia? ¿No ven que esas disputas, ese afán por sacar rédito político, descorazonan a la población?

¿Tanto les cuesta reconocer los errores cometidos, rectificar donde haya que rectificar y remar juntos para salir cuanto antes de la tempestad? Este periódico ha pedido en varios editoriales que se articule un gran acuerdo nacional, que el Gobierno reconozca sus errores y cuente con la oposición para salir cuanto antes de esta tempestad. Que se articulen una especie de Pactos de la Moncloa, se llamen como se llamen, basados en la responsabilidad de todos, para superar la pandemia y conseguir que la crisis económica que se nos avecina sea lo menos dañina posible.

El presidente de la Junta de Extremadura decía en una entrevista hecha por Pablo Calvo y publicada en estas páginas hace unos días que esta crisis se va a llevar por delante a toda una generación de políticos. No sé si tiene razón, quizá sí, aunque en estos momentos es irrelevante. De lo que sí estoy segura es de que los españoles acabarán castigando a todo político, sea del partido que sea, que pretenda construir su poder sobre una montaña de muertos. Desde esa cima hoy solo es posible otear un océano de dolor.

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