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El director Marcel Barrena junto a Joana, la nieta de Manuel Vital, y el actor Eduard Fernández, que encarna este papel. MEDIAPRO STUDIO

La familia del conductor extremeño de 'El 47' recupera su pasado

La identificación por ADN del padre de Manuel Vital, represaliado en la mina Terría, recompone el mapa vital de una estirpe

Cristina Núñez

Cáceres

Sábado, 19 de octubre 2024, 08:42

El 2024 pasará a la historia familiar de los Vital como ese año extraordinario en el que recuperaron su pasado y cauterizaron heridas. No es que fueran ajenos a su propia memoria ni desconocieran sus hitos, pero la casualidad, o la causalidad, los ha juntado ... en el tiempo y esta estirpe extremeño-catalana se ha convertido, atravesando generaciones, en el fiel retrato de lo que ha sido España, desde la Guerra Civil hasta la Transición e incluso nuestros días porque que sin ese pasado es probable que el presente no fuera como es.

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El aguerrido hombre de bigote tupido al que da vida Eduard Fernández en la película de Marcel Barrena 'El 47', Manuel Vital, símbolo de la lucha vecinal en una barriada construida por la emigración andaluza y extremeña en Cataluña, es el centro de todo, el núcleo de una historia llena de capas que nos hacen entender lo que somos.

El conductor de autobuses natural de Valencia de Alcántara se ha ganado el corazón de los más de 300.000 espectadores (un verdadero milagro para una película con un presupuesto modesto y rodada en parte en catalán) que la han visto en todos los cines de España. En 1978 Vital logró que el autobús urbano de la línea 47 de Barcelona pasara por Torre Baró, el empinadísimo distrito de casas levantadas a mano por los emigrantes, una zona necesitada de todo. Lo logra secuestrando el bus para demostrar que 'se puede', en un acto épico que en la película se convierte en emocionante.

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Ya solo esta historia nada mínima pero desconocida hasta ahora es importante y da muchos datos sobre cómo era esa España que se despojaba de las cadenas franquistas. Pero además, por si fuera poco, el protagonista llega con su particular desgarro interior: es el hijo de un represaliado de la Guerra Civil española, un dato que no pasa sin más, que no hay que adivinar, porque se cuenta. En la película Manolo Vital pierde su reloj, el reloj que le había regalado su padre, Diego, fusilado y arrojado en 1936 junto a otros 49 hombres a la fosa común en la que se convirtió la mina Terría. El que fuera tesorero del Ayuntamiento de Valencia de Alcántara estaba advertido de su destino y así, de forma apresurada, escribió una carta dirigida a su mujer, Paula Velo, para dejar todo atado. «Por si no volviese, venderías el barbecho: el Pinto te dirá quién es el que lo compra. Las cabras las venderías enseguida, para que no puedan comérselas y el cochino, harías lo mismo y liquidarías con la señora Manuela, la del pan. Y sin más, adiós. Tu esposo, Diego Vital Díaz. Y el reloj para Manolo».

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Pruebas genéticas

Manolo era el hijo mayor de Diego, que tenía otros tres y uno en camino, el póstumo, al que llamaron Diego, que falleció recientemente y del que se extrajo el ADN para cotejarlo con los restos encontrados en mina Terría. Mientras miles de personas veían en el cine la película del autobusero audaz la Diputación de Cáceres daba a conocer los resultados de las pruebas genéticas que determinaron que siete de los 49 cuerpos recuperados en esa fosa correspondían a las personas que se creía. Y entre ellos estaba Diego, cuyos restos reposan ya en el mausoleo del cementerio local tras la reinhumación de los cuerpos extraídos en 2018. El círculo se cerraba de una forma mágica y simultánea.

Lidia Vital, nieta de Diego Vital, con la foto de sus abuelos. LAURA MUÑOZ ENCINAR

Cuenta Lidia Vital, sobrina y ahijada del conductor de autobús que el asesinato de su abuelo Diego marcó «para siempre» a toda la familia. Ella es hija del vástago póstumo que tuvo esta víctima del franquismo. «A mi padre le decían que mi abuelo se había ido con otra, ahora hemos podido cerrar el círculo», cuenta por teléfono desde Barcelona esta abogada de 57 años, que cree que su abuela le brindó una crianza áspera por culpa de esta herida. Fue precisamente la represión la que hizo que su tío Manuel, que había visto cómo se llevaban a su padre para matarle, llegara a Barcelona, algo que también refleja la película. «A mi tío Manolo todo lo sucedido hizo que se volviera más radical, lo pasaron muy mal, a mi abuela no la dejaban trabajar en nada, se iba a Portugal para comprar un kilo de café y luego revenderlo, pero la Guardia Civil la estaba esperando». Para Lidia el secuestro del autobús que su tío hizo en 1978 iba más allá de la reivindicación vecinal «fue también política y su hijo Manuel sufrió las consecuencias porque perdió el trabajo al repartir papeletas».

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«A mi padre le decían que mi abuelo se había ido con otra, ahora es cuando hemos podido cerrar el círculo»

Lidia Vital

Nieta de Diego

«La película ha sido un regalo para toda la familia, ha sido una experiencia muy gratificante»

Joana Vital

Nieta de Manuel

En la película el personaje de la hija se crea de la fusión de dos personas reales: Manuel Vital hijo, que todavía vive y Joana, la nieta del conductor. El director Marcel Barrena se ha tomado la licencia, con el permiso de la familia, de crear un personaje femenino en lugar del hijo varón. La nieta real, Joana, nacida en 1976, tenía dos años cuando tuvo lugar el secuestro del autobús. Manuel Vital falleció hace 14 años, y Joana guarda una intensa memoria de cómo era su abuelo.

Igual que Lidia considera que el pasado, ese pasado de represión y guerra, del fusilamiento y muerte de su padre condicionó sus actos, su carácter rebelde. «Él decía mucho 'no te olvides de dónde eres' o 'menos hablar y menos hacer', era un hombre de acción», una herencia que toda la familia, de una forma o de otra, «cada uno en su campo», lleva. «Es una filosofía que nos define».

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La revelación de la prueba de ADN significó «dar paz al alma de mi abuelo de alguna manera», sostiene Joana Vital. «Ha sido una satisfacción brutal». Su padre, que tiene una enfermedad degenerativa y las facultades mermadas, pudo ver la película. «Le preparamos previamente de una manera muy delicada y fue una de las experiencias más maravillosas que he tenido porque se conectó y estuvo súper atento, lloró, rió, se sorprendió y dijo que sentía mucho orgullo». Considera que la película ha sido «un regalo» para la familia. El parecido de Eduard Fernández con su abuelo también le conmovió.

Ser la nieta de un hombre que había secuestrado un autobús no es lo más corriente del mundo, pero la familia lo había «normalizado» porque «no teníamos necesidad de estar contándolo todo el rato». Joana ha trabajado estrechamente con el director del filme, al que ha ayudado a trazar el retrato familiar. «Él no sabía que mi abuela Carmen había sido monja, todo ha sido tratado con un cariño y un respeto extremo que yo le he agradecido muchísimo, ha sido una experiencia muy gratificante».

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Vínculos

En su recuerdo su abuelo aparece como un emigrante en Cataluña que nunca olvidó su tierra «Tenía una bellota gigante con la bandera de Extremadura en su casa y estaba suscrito a una revista de Valencia de Alcántara, tenía el folclore en las cintas de casette y a mí me decía '¿sabes porque somos así los de mi tierra? Porque somos extremos y muy duros', él estaba súper orgulloso». Ella visitó de pequeña el pueblo de sus abuelos y también cuando murió. «Hice una ruta ritual» con distintas paradas familiares, entre ellas Valencia de Alcántara. Fue durante el rodaje de la película cuando se enteró de que su bisabuelo Diego estaba en una fosa común que se estaba investigando.

Su prima Lidia, junto a su padre y a su hijo adolescente estuvieron en la reinhumación de los restos de mina Terría que se llevó a cabo en Valencia de Alcántara en 2022 tras el hallazgo de los cuerpos y la investigación financiada por la Diputación de Cáceres que llevó a cabo la arqueóloga Laura Muñoz, directora técnica del proyecto e investigadora del CSIC. «Mi padre murió hace poco y de alguna manera fue a raíz de aquello, porque se cayó en la casa que teníamos alquilada, se dio un golpe en la cabeza, estuvo de hospital en hospital y ya no salió», lamenta. «Pero fue consciente de todo el proceso». El hecho de que su hijo pudiera portar una de las cajas con los restos mortales de los represaliados le emocionó. Y más todavía cuando recibió la llamada de Alberto Piris, el alcalde de Valencia de Alcántara, para decirle que su abuelo era uno de los pocos que habían podido identificar. Las piezas se recolocaban.

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