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El juez Rodrigo Marcos, a la puerta de la sala de vistas de su juzgado. BRÍGIDO

«Estoy feliz de ser juez en un pueblo»

En Llerena. Rodrigo Marcos (33 años) dirige un juzgado que lo mismo ve un homicidio que un divorcio o una alcoholemia, y cuyo día a día no se parece nada al de las series sobre tribunales

Antonio J. Armero

Cáceres

Lunes, 7 de diciembre 2020, 07:28

El juez de Llerena le explica al acusado qué es una sentencia de conformidad, le detalla la multa que le va a imponer por conducir duplicando la tasa máxima de alcohol y amenazar y lesionar a un policía local (2.060 euros más las costas y diez meses sin carné), y antes de dejarle marchar, se dirige a él:

–Una cosa le tengo que decir. Con 27 años y tres delitos (contra la seguridad vial, atentado a la autoridad y lesiones leves), hoy se va de aquí con multas, pero igual la próxima vez es diferente. No vuelva a delinquir. Con 27 años, no es cuestión de arruinarse más la vida.

–Lleva usted razón, responde el acusado con voz acongojada.

–Llevo razón, pero a ver si sentamos bien la cabeza. Puede marcharse.

Además del juez único de Llerena, Rodrigo Marcos Vian (Palencia, 33 años) es el extremo derecho de un equipo de fútbol de veteranos de Zafra al que la covid ha dejado sin entrenamientos, es un buen lector de prensa, es 'runner', es pareja de la jueza única de Jerez de los Caballeros y puede que sea también una de las personas más ordenadas de Extremadura.

Su despacho es de una pulcritud que ayuda a definirle. En la mesa, bien alineadas, hay una bandeja azul para los asuntos civiles y otra del mismo color para los penales, un calendario con los días de guardia señalados con círculos casi perfectos, tres libros, tres agendas (una personal, una del juzgado y otra del año que viene), dos teléfonos móviles, un frasco de gel hidroalcohólico y un bote de bolígrafos que no es una selva de objetos de papelería. La mayor concesión al libre albedrío, quizás inconsciente, son unas carpetas en una esquina. En las estanterías hay un único libro, y tras su sillón, una bandera de España y dos ventanales abiertos. En la pared, un retrato de Felipe VI. Y poco o nada más.

Desde ese despacho impoluto se gobierna el juzgado único de Llerena, por cuya sala de vistas desfilan a lo largo de una mañana abogados, procuradores, funcionarios, acusados, una alcoholemia, una conducción sin carné, un par de parejas rotas con niños de por medio y algo que pudiera ser droga. Un material humano sensible que va tejiendo el retrato de la justicia rural, que se parece a la de las películas lo que un huevo a una castaña. Si la justicia es Rodrigo Marcos Vian, y en Llerena en esencia lo es, estamos ante una justicia amable, educada, conciliadora, cercana, natural y sin más boato y protocolo que el insalvable porque lo impone la ley.

«Mil veces elegiría ser juez»

«Mil veces tuviera que elegir profesión y mil veces elegiría ser juez. Soy un privilegiado por estar ejerciendo el trabajo que me gusta, y esto es algo que me digo a mí mismo cada día». Lo cuenta Rodrigo Marcos mientras lee el atestado que la Guardia Civil le ha enviado a su correo electrónico. Ayer, sobre las siete y media de la tarde, le sonó el móvil de las guardias y era el jefe del puesto de Usagre, para contarle que tenían dos detenidos por un asunto que pudiera estar relacionado con el tráfico de sustancias prohibidas. Esto le añade al día una cita más. Y una obligación: intentar que la agenda no se descuadre demasiado.

En una vista sobre un asunto de familia, con una pareja joven. BRÍGIDO

En ella hay siete señalamientos, de los que cuatro son por asuntos de familia. El que comienza al mediodía es una montaña rusa con final feliz. Entran Isidro y María José, los abogados, que discrepan no ya en lo términos de un hipotético acuerdo, sino incluso en los hechos, en si la niña de seis años ha vivido más tiempo con su padre o con su madre. Se lo cuenta cada uno a la fiscal, que está en la pantalla de televisión porque comparece por videoconferencia.

Juega de extremo derecho en un equipo de fútbol de veteranos, sale a correr y su pareja es la juez única de Jerez de los Caballeros

Los letrados se pisan la palabra y se contradicen. Rodrigo sigue la conversación a tres bandas (las dos defensas y la fiscal) y hace preguntas directas o puntualiza. Interviene lo justo, pero cada vez que lo hace queda claro quién manda. Su tono es cordial y cercano, pero también tajante: «La cosa está enquistada y tengo dos juicios y dos detenidos, no quiero tonterías», les advierte. La fiscal propone custodia compartida: la niña pasará una semana con la madre y otra con el padre, y quien no esté con ella podrá visitarla los martes y jueves de cinco a siete de la tarde. A su señoría le parece bien. «Voy a salir a consultarlo con mi cliente», dice uno de los abogados. «Pero consúltelo –le ataja el juez– con convencimiento, porque es una propuesta muy razonable». Pasa un minuto y el abogado entra e informa: «Nada, no quiere». Bien, que entren, ordena su señoría. Accede a la sala la pareja (entre la veintena larga y la treintena corta). El juez les pide que se acerquen al micrófono, les pone en situación y les explica qué son unas medidas provisionales. Y la parte que se negaba al acuerdo cambia de opinión. Han bastado dos minutos de pedagogía judicial sin tecnicismos para que el asunto gire 180 grados.

Los abogados, en videoconferencia con la fiscal. Al fondo, el juez. BRÍGIDO

«Siempre es mejor así», dice luego Rodrigo Marcos, que llegó a Llerena en julio del año pasado. Tras estudiar la carrera en Valladolid, se preparó las oposiciones. Suspendió a la primera, cambió de preparador, se volvió a presentar a los nueve meses y obtuvo la plaza. Una de las cien que salieron en esa convocatoria, 65 de ellas para jueces y el resto de fiscales. Tras un año en la Escuela Judicial en Barcelona, hizo seis meses de prácticas tuteladas en Valladolid y le enviaron primero a Salamanca, luego a Astorga y más tarde a Ponferrada. «Después –cuenta él– me tocó elegir plaza y puse como primera opción Llerena. Nos habían dicho que en Extremadura se trabajaba muy bien, vine a ver la zona con mi pareja, que también tenía que elegir destino, nos gustó y aunque teníamos otras opciones en España, elegimos venirnos aquí». Él a Llerena y ella a Jerez de los Caballeros. Ni para ti ni para mí, optaron por vivir a mitad de camino, en Zafra.

Aquella mujer en un banco

En su primer mes al frente del juzgado de primera instancia e instrucción de Llerena, al nuevo juez le pareció que en la plaza había algunas cosas que debían mejorar. «Un día me encontré a una víctima de violencia de género esperando sentada en un banco al lado de las escaleras, con su familia y la asistenta social, y a unos metros el presunto agresor, pendiente de ella. Una situación así no se puede permitir». Consecuencia: se habilitó una sala para víctimas como esa señora. Además, llamó a la alcaldesa y le pidió que les enviaran unos folletos sobre la violencia de género, para tenerlos por allí.

Él, claro, tiene hilo directo con la alcaldesa. También con el jefe de la Policía Local, con el capitán de la Guardia Civil y con los psiquiatras del hospital, «porque tenemos bastantes órdenes de internamiento», explica Marcos, que suele llegar al juzgado sobre las ocho y cuarto. Está en él hasta a las dos o dos y media. Vuelve a casa, come, se echa una siesta corta y dedica la tarde fundamentalmente a redactar sentencias y a documentarse sobre los casos que verá al día siguiente. «A la sala de vistas tienes que ir ya con una noción sobre lo que vas a escuchar», afirma el juez, que trata de tú a los abogados, como ellos a él. José Antonio, Isidro, Juanma, Paco, María José madre y María Jose hija…

La Guardia Civil conduce a un detenido al palacio del siglo XVI que es la sede del juzgado de Llerena. BRÍGIDO

Tiene con ellos un trato despojado de formalismos. «Esta cordialidad no es muy habitual en los juzgados», apunta Maricarmen Ceballos, procuradora que se mueve habitualmente por los tribunales de Llerena, de Sanlúcar de Barrameda y de Sevilla. «En este es así porque es pequeño y porque así lo quiere el juez, que trabaja muy bien. No solo por el trato. También es muy rápido con las sentencias. En dos o tres semanas las tenemos siempre».

Y esto a pesar de las carencias, seña de identidad en destinos de este tamaño. «Aquí siempre te va a faltar algo, los medios no se pueden comparar con los que tienen en Badajoz o en Cáceres», constata el juez Marcos. En las dos capitales hay institutos de medicina legal, y aquí la forense solo está los jueves. Y algo parecido ocurre con el perito. «A pesar de esto, yo no estoy de acuerdo con eso de que la justicia rural es la gran olvidada –reflexiona el juez–. Por lo menos no es mi experiencia en Extremadura. En el tiempo que yo llevo aquí, las carencias detectadas se han ido subsanando con eficacia».

En gran modo, concreta, gracias a la mediación de María Félix Tena, presidenta del TSJ extremeño. Y también al esfuerzo de la plantilla de su juzgado, nueve personas con las que convive cinco días a la semana. «Es gente a la que veo más que a mis padres. Somos una familia», resume el juez, que a ojos de Eugenio Horrillo, el auxiliar judicial que se sienta a su izquierda en muchos juicios, es diferente a todos los que había visto antes. «Yo he estado en tres juzgados y no he conocido ningún juez como este –dice–. Él se caracteriza por dos cosas: por intentar siempre que las partes lleguen a un acuerdo y por los rapapolvos que le echa a los que han cogido el coche borrachos».

Irse con la sentencia puesta

«Es que yo no entiendo que alguien pueda beber y beber y luego ponerse al volante, con el riesgo que supone no ya para su vida sino para las de otros que no tienen nada que ver con él», reflexiona el juez Marcos, que tras la vista con el joven que condujo borracho, sube a su despacho y se sienta al ordenador a redactar la sentencia. «Podría dejarla para otro día y que a él le llegara la notificación en una o dos semanas –explica–, pero prefiero que se vaya del juzgado ya con ella, así me deja aquí el carné de conducir y tenemos más posibilidades de que no coja el coche».

Además de las alcoholemias, hay otros dos delitos que le resultan particularmente incomprensibles: la violencia de género y los abusos a menores. «Escucharle a un niño contar cómo presuntamente un adulto le pega o le toca… Eso le deja mal cuerpo a cualquiera», se sincera Rodrigo Marcos, que tiene claro que trabaja «por y para la gente». «Una citación para ponerse frente a un juez genera ansiedad, inquietud, supone pasar meses pensando en el día del juicio... Estamos obligados a tratar bien a la gente».

¿Pensará igual dentro de diez años, cuanto tenga 43 en vez de 33 y haya visto cientos de casos más? «Espero que sí –responde–. Para entonces me acordaré de una trabajadora del juzgado penal de Salamanca en el que estuve unos meses. Una mujer que siempre recordaré. Cuando me mandaron a otro destino, antes de irme me dio un papel en el que ponía 'No cambies nunca'».

Su partido judicial

29.373 habitantes repartidos entre 20 municipios: Ahillones, Azuaga (7.853 habitantes, el más grande), Berlanga, Campillo de Llerena, Casas de Reina, Fuente del Arco, Granja de Torrehermosa, Higuera de Llerena, Llera, Llerena, Maguilla, Malcocinado, Puebla del Maestre, Reina (el más pequeño, con 153), Retamal de Llerena, Trasierra, Usagre, Valencia de las Torres, Valverde de Llerena y Villagarcía de la Torre.

1.891 asuntos ingresados el año pasado. Y 1.614 resueltos- En trámite había 526 al empezar el año y 812 al acabarlo (612 de jurisdicción civil y 199 de la penal). En 2019, este juzgado emitió 169 sentencias, 1.150 autos y 299 decretos.

Plantilla: Un juez, un secretario judicial, un letrado de la administración de Justicia, tres gestores, cuatro tramitadores, dos auxiliares, un guardia civil y una limpiadora.

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