La plaza de toros de El Bibio está en la zona más animada de Gijón, a un paso de la playa de San Lorenzo, del estadio El Molinón y del hospital de Begoña. Hace 20 días, al tiempo que se celebraba la última corrida de ... toros de la Semana Grande de Gijón, yo esperaba mi turno en la sala de Urgencias de ese hospital.
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Tras asistir a una comida familiar, me había acercado al centro médico para que me vieran un pie que tenía muy hinchado y no me fue nada fácil aparcar. Encontré un sitio libre cerca del estadio y, al pasar ante la fachada del coso de El Bibio, mientras se escuchaban los olés y las ovaciones, me fijé en los carteles y pasquines de la Feria Taurina de Begoña y reparé en que esa tarde toreaban Morante de la Puebla, El Juli y Daniel Luque.
Uno de los toros de la corrida de esa tarde se llamaba Feminista y otros dos recibían el nombre de Nigeriano. La mezcla me pareció incendiaria: Morante de la Puebla matando a Feminista y a Nigeriano. Solo faltaba aquel toro llamado Comunista al que debía torear Manolete el 2 de julio de 1939, cuando tomó la alternativa.
Pero mis preocupaciones en ese momento eran otras y me dirigí al hospital de Begoña sin imaginar que, un par de días después, aquellos carteles y pasquines serían el centro de la polémica nacional al anunciar la alcaldesa gijonesa la eliminación de las corridas de toros de la Semana Grande por el desprecio implícito en los nombres de aquellos tres toros.
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La verdad es que la corrida era un cóctel explosivo que ha dado mucho juego en los medios de comunicación. ¡Ahí es nada!, por un lado, Morante de la Puebla, el torero más identificado con Vox, y por otro, toros con nombres relativos al feminismo y a la inmigración, temas estrella de la extrema derecha. Y todo ello reunido en una fiesta, los toros, ese Bien de Interés Cultural que algunos intentan convertir en emblema político de la derecha mientras la izquierda se deja arrebatar una fiesta que, aunque tenga muchos detractores y parezca condenada a desaparecer, sigue siendo un emblema de la España de siempre, más allá de los colores políticos. ¡Ah!, por cierto, también es un emblema de la zona sur de Francia, donde igualmente ha sido declarada Bien de Interés Cultural.
Desde la ganadería de Nigeriano y Feminista (Daniel Ruiz), han replicado con el dato de que los toros se llaman como sus madres y que estos de Gijón son descendientes de tatarabuelas que ya llevaban esos nombres desde hace muchos años. Es cierto, aunque lo de Feminista no creo que sea muy, muy antiguo y bautizar así a una vaca y, por ende, a sus hijos es un símbolo, querámoslo o no.
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Al toro Comunista de la alternativa de Manolete se le cambió el nombre por el de Mirador. Hacía solo tres meses que había acabado la Guerra Civil y no era cuestión de jugársela. ¿Deberían haber cambiado los nombres a los toros de Gijón, donde, por cierto, El Juli mató a otro Nigeriano, pero de ese no se habla porque el torero con finca en Extremadura no da tanto juego político como Morante?
Evidentemente, hubiera sido una censura en aras de la corrección política, pero estaba claro que dar pie a mezclar simbólicamente toros, feminismo e inmigración proporcionaba munición al intento de unos y otros de convertir la fiesta en bandera política, algo que en regiones como Extremadura, donde los toros son políticamente transversales, molesta mucho.
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Esta historia gijonesa ha acabado mal: los toros desaparecen de El Bibio y en Urgencias de Begoña se equivocaron con el diagnóstico. Menos mal que en Extremadura las cosas tienen mejor arreglo: los toros y mi pie.
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