Al agricultor Francisco Becerra Gómez lo sacaron de su casa de campo en Feria el 24 de septiembre de 1936. Lo montaron en un coche, lo llevaron a la cárcel del pueblo y cinco días después, junto a Braulio, otro vecino, lo mataron arrojándolo a ... un antiguo pozo minero de 32 metros de profundidad. Allí han estado, sepultados bajo toneladas de tierra, piedras y otros restos de personas y animales, hasta noviembre de hace dos años. Porque Francisco y Braulio no fueron los únicos a los que tiraron al pozo de Salamanco Chico por la represión franquista. Al menos se han localizado restos de 18 personas, de las que 5 han sido identificadas.
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Hoy sábado, en el camposanto de la localidad (1.073 habitantes. comarca de Zafra), Jesús Becerra, de 92 años, enterrará a su padre. Es el único de los cinco hijos de Francisco que vive. Cumplía justo cinco años cuando su padre fue enviado a lo más hondo del 'Salamanco Chico'. Gracias a una toma de ADN, la sociedad científica vasca Aranzadi ha logrado determinar que entre los restos localizados de esa fosa minera son los de su progenitor.
«Se cierra una herida que ha durado 87 años», sentencia Eugenio Becerra, hijo de Jesús. «Lo que hicieron con mi abuelo y otras personas es algo especialmente macabro. E injusto porque a mi abuelo lo mataron por rencillas personales», empieza a contar. Sabe, por testimonio de otro vecino de Feria, que a su abuelo le dieron un hachazo en un brazo antes de tirarlo al pozo.
En el trabajo de Aranzadi se han encontrado restos de manos cortadas. También algún cráneo con un disparo. «Parece que se querían asegurar que una vez que los tiraban al pozo, que era muy estrecho en el inicio, no pudieran intentar escalar. Como si fuera posible sobrevivir a 32 metros de altura. Era un pozo con agua cuando llovía mucho pero sin nada en verano», agrega.
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Eugenio Becerra, camionero de profesión, iba a ese enclave una tarde sí y otra también, cuando podía, cuando Aranzadi empezó los trabajos de excavación en la década pasada. Se prolongaron durante bastante tiempo por la dificultad de hallar los cuerpos. Se encontraban ocultos bajo un «potente sedimento de escombros y piedras de gran tamaño», explicitó la sociedad científica.
Algunos restos aislados fueron aflorando previamente, pero fue, una vez bombeada el agua existente y retirado todo el relleno de escombros, cuando se hallaron una gran cantidad de restos humanos.
Los testimonios cifran en torno a veinte las personas que fueron empujadas al pozo entre agosto y septiembre de 1936. La extracción de los restos se realizó con la presencia de los familiares, algunos descendientes directos de las víctimas, con más de 90 años de edad. Como Jesús, el padre de Eugenio.
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«Mi padre fue allí y estaba conforme que buscaran a su padre», reseña. «Ahora ya tiene su restos y los enterrará con su madre. Lo triste de todo es que cuando los descendientes de esas personas lo quisieron buscar no lo pudieron hacer. Y cuando se ha podido hacer, porque así lo han querido los gobiernos, ya no están esos familiares», añade Eugenio Becerra. «Es muy triste que solo cinco de esos veinte restos hayan sido identificados. Hay quince que no hayan podido ser más».
En Salamanco Chico se iniciaron las actuaciones por parte de Aranzadi en 2012. Gracias a cámaras submarinas se detectaron los primeros indicios que permitieron certificar la existencia de restos humanos. Los trabajos se realizaron bajo la supervisión del proyecto para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura.
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En Feria se realizaron entre 2015 y 2018 otros trabajos de exhumación de fosas de víctimas de la Guerra Civil y la represión franquista. Estaban en el cementerio municipal. Se hallaron varios cuerpos.
«Lo del pozo fue mucho más complicado pero al menos podemos enterrar ahora a mi abuelo. Pero siempre pienso cuantos hijos, ya muy mayores, y cuántos nietos no saben dónde están sus padres y abuelos que mataron por la Guerra y nunca probablemente lo sabrán» concluye Eugenio.
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Domingo Galindo González, de la Morera, e Inocencio Gallardo Rebolledo, de Magacela, regresan a Extremadura para tener un entierro digno y un homenaje. Son dos de los últimos represaliados extremeños que murieron en penosas condiciones en Orduña (Vizcaya) en 1941. Un tercero es Bernardo Rodríguez Rincón, de Campanario. Su familia ha decidido que se entierre en el País Vasco. Son seis los extremeños que han podido ser identificados en fosas comunes en el cementerio vizcaíno gracias a la colaboración de las familias y de la labor de Gogora- Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos.
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