La pregunta que se plantea es si de verdad estamos dispuestos a renunciar a las comodidades que nos hacen la vida confortable, desde el coche y los viajes en avión al aire acondicionado y la calefacción
Pedro Sánchez ha prometido que el Gobierno no va a convertir en espectáculo la exhumación de Franco del Valle de los Caídos. Ojalá lo cumpla, porque utilizar como baza electoral la sentencia del Supremo que permite que los restos de Franco se lleven al cementerio del Pardo resulta cansino. Y probablemente de escasa rentabilidad en las urnas. A quienes siempre han estado en contra de ese traslado les seguirá molestando; y para una buena parte de los españoles, Franco es historia y no tiene mucho sentido montar grandes espectáculos con el traslado de sus restos. Que se cumpla el fallo del Supremo y se pase esa página. Si para mí, que conocí a Franco, el franquismo está lejos (y no me vengan con el cuento de que en realidad pervive en las instituciones democráticas porque aquí nunca se hizo una revolución), no quiero pensar qué le sugiere esa figura a quien tenga hoy veinte años.
Los problemas de hoy son otros. Desde el cambio climático, motivo de debate esta semana en la ONU, a la precariedad laboral, el desempleo y la emigración.
Poco a poco, quizá más lentamente de lo que debería, el cambio climático se está abriendo paso entre las preocupaciones de la ciudadanía. Incluso quienes son más reacios a creer en él empiezan a preguntarse qué está ocurriendo cuando observan fenómenos como los vividos en el Levante español hace unas semanas. Los episodios de inundaciones y de sequía son cada vez más extremos, por lento que sea el proceso. Las fotografías de los polos, con el hielo retrocediendo mes a mes, dejan pocas dudas de que la teoría de que el calentamiento global es una seria amenaza es acertada. Resulta curioso que todavía se hable de ello en términos de fe. Creer o no creer. Se afirma «yo no creo en el cambio climático» como quien proclama «yo no creo en la reencarnación». Quizá deberíamos acudir más a las evidencias científicas que a la fe a la hora de dar una opinión sobre una realidad que nos afecta, creamos o no en ella. ¿Tendría sentido decir «yo no creo en la sequía» mientras los pantanos se agotan?
El cambio climático está ahí y la única postura inteligente que se puede tomar es analizar qué medidas pueden frenarlo, (o minimizar sus efectos) y adoptarlas. Así de fácil; y así de difícil si consideramos que todavía hay muchos gobernantes que no están por la labor porque las decisiones que habría que tomar dañarían la economía a corto plazo. Y ya se sabe que los políticos trabajan con la vista puesta en las próximas elecciones.
Tampoco habría que descargar de responsabilidad a los ciudadanos. No tenemos el poder de prohibir que se deje de quemar carbón, pero sí de cambiar nuestro estilo de vida para disminuir las emisiones de efecto invernadero. La pregunta que se plantea es si de verdad estamos dispuestos a renunciar a las comodidades que nos hacen la vida confortable, desde el coche y los viajes en avión al aire acondicionado y la calefacción, o nos conformarnos con ponernos un pin 'eco' en la solapa e ir a una manifestación contra los 'poderosos del mundo' que nos están dejando el planeta hecho un desastre.
¿A qué estamos dispuestos a renunciar para que el cambio climático no nos arrastre a todos lo mismo que una tromba de agua se lleva los coches en un riada?
Porque a la hora de asumir compromisos todos nos ponemos de perfil, repartimos culpas alrededor y nos cargamos de justificaciones. De qué sirve que yo use menos el coche si son los chinos, que no dejan de quemar carbón, o los madrileños, que no se bajan del coche ni a tiros aunque tengan un magnífico transporte público, los que contaminan más…, nos preguntamos Cualquier argumento vale para descargarnos de responsabilidad. Todos creemos que nuestra aportación sería tan inapreciable que no merece la pena molestarse. Sin embargo, es obvio que encarar el problema exige tomar medidas drásticas, seguramente muy dolorosas. Y no son los adolescentes que denuncian, sino los políticos que gobiernan los que deben actuar. Desenterrar a Franco es fácil; afrontar el cambio climático ya es otra cosa.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.