![Garrovillas recuerda a 'Carlos el francés', su vecino más misterioso](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/09/21/Fotode%20Carlos%20Vilardeb-kIYD-RfZVeXFNh3xlQhPZ6OT8pLL-1200x840@Hoy-Hoy.jpg)
![Garrovillas recuerda a 'Carlos el francés', su vecino más misterioso](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/09/21/Fotode%20Carlos%20Vilardeb-kIYD-RfZVeXFNh3xlQhPZ6OT8pLL-1200x840@Hoy-Hoy.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Veinticino años vivió Carlos Vilardebó (Lisboa, 1926-Aubais, Francia, 2019) en Garrovillas de Alconétar (Cáceres) y la mayoría de sus vecinos no llegaron a saber quién era. Le vieron muchas mañanas con 'Darwin', su perro, comprando 'El País' en la churrería de Hortensia, y luego ... caminando hasta la oficina de Correos para recoger la correspondencia que llegaba a su apartado. Y quizás le vieron también algún día en la escombrera indagando entre los restos de algún derribo reciente o enredando en el huerto/jardín de la casa que se construyó en la calle Vega número 18, cerca de la preciosa plaza porticada. Y poco más. Para casi todos, ese vecino raro y huidizo que limitaba el trato a lo mínimo indispensable era 'el francés'. Como mucho, 'Carlos el francés'. Fueron muy pocos los que lograron traspasar esa barrera y llegar a conocer a Carlos Vilardebó, cineasta francés premiado en los festivales de Cannes (Palma de oro en 1961 por su cortometraje 'La petite cuillere' y premio especial del jurado en 1971 por 'Une statuette') y Tours (1958, premio de la crítica por 'Vivre'); pintor de acuarelas, carpintero, anticuario, restaurador de muebles, observador, detallista, solitario, intelectual, lector de filosofía y de historia y de arte, devoto de todo lo bello; «probablemente, el personaje más enigmático de la historia del pueblo».
Así lo define el periodista José Julián Barriga, uno de los contados garrovillanos que entró en su casa y pasó ratos largos conversando con él.
Hace ya años que Barriga reparte su vida entre Madrid y su pueblo cacereño, en el que durante años se cruzó con Vilardebó sin lograr más interacción que un saludo cortés. «Un día, en Madrid –recuerda el periodista extremeño, que fue jefe de prensa de Adolfo Suárez en la presidencia del Gobierno–, Rosa María Mateo (periodista, expresidenta del Consejo de Administración de RTVE) me dijo 'Tienes de vecino a un director de cine francés. Dale recuerdos cuando le veas'».
Barriga cumplió el encargo, y a partir de ahí empezó una historia de amistad tan profunda que el periodista asegura que en su vida en el pueblo «hay un antes y un después de conocer a Carlos». Él es, de hecho, uno de los organizadores del homenaje que Garrovillas de Alconétar rendirá a su ilustre y misterioso vecino.
Será el 28 de septiembre en el corral de comedias, de 09.00 a 14.00 horas. Habrá charlas, proyecciones y se presentará el libro 'Monsieur Carlos. Tras los pasos de Carlos Vilardebó, el francés de Garrovillas', que firman Juan C. Rodulfo y Marta Hazen.
Los autores son la pareja que compró la casa que había sido del cineasta galo (la segunda, porque tuvo otra antes). Fue esa casualidad la que les permitió conocer su historia e interesarse por ella hasta el punto de investigar durante años para escribir este volumen que analiza su figura.
«Fue un cineasta poco conocido pero de una honda repercusión en la historia del cine documental artísico», escribe en el libro Antonio Gil Aparicio, director de la Filmoteca de Extremadura, entidad que organiza el homenaje junto al Ayuntamiento de Garrovillas y la asociación Alconétar. Él destaca «la densa y extraordinaria trayectoria de director de cientos de cortos y largometrajes que hoy están siendo objeto de estudio en las filmotecas de Francia y Portugal».
La Cinemateca Portuguesa le dedicó un ciclo recientemente, recuerda Gil Aparicio, que cuenta que el MOMA (el museo neoyorkino) proyectó en 1967 varias piezas de Vilardebó, en un certamen sobre el cortometraje francés. Destaca también su participación en series emblemáticas de la televisión pública gala, como 'La aventura del arte moderno' o 'Crónicas de Francia'.
También en 'Los grandes ríos', la serie que le permitió conocer Extremadura. El ente público de su país encargó episodios a distintos realizadores conocidos, y a Vilardebó le tocó el Tajo. Así descubrió Garrovillas. «Se asombró de la arquitectura de su plaza porticada –relata Gil–, se enamoró de su entorno natural –sus pinares–, agradeció la acogida que el pueblo dispensó a aquel equipo de cineastas extranjeros, compró una casita por poco dinero, y años más tarde, cuando le llegó la jubilación, 'decidí huir de París, del mundo del cine, para quedarme en un sitio tranquilo'».
Esto último lo escribió el cineasta en uno de sus textos sobre Garrovillas, en los que asoma un hombre ensimismado con su jardín y consciente de su realidad. «Vega 18 –describe Vilardebó– se convirtió en punto de atracción de numerosos objetos viejos, reliquias de viejas vidas de este pueblo. La gente no sabiendo ya qué hacer, pensaba que igual podría satisfacer mis caprichos». Se lamenta por los estorninos que atacan su higuera y se deleita al «escuchar el alboroto de los gorriones buscando su lugar en los naranjos para pasar la noche».
Cuenta José Julián Barriga en su libro 'Calleja del Altozano' (Beturia, Madrid, 2012) que 'el francés' le llamó un día «porque tenía una necesidad trascendental y perentoria: cómo se llama ese pájaro que silva por las mañanas, al tiempo que se lamenta por la falta de mirlos esta temporada».
En Garrovillas disfrutó de su jardín, de los pájaros –salía cada tarde al oscurecer a esperar a los bandos de gorriones que iban a dormir a los árboles de su jardín– y dedicó mucho tiempo a pintar acuarelas que solo se atrevió a exponer una vez en su vida. Fue en Cáceres, en el año 2002.
El catálogo para esa muestra le define como «un monje laico», «una especie de anacoreta que trabaja en la soledad dedicado a contemplar y fabricar cosas bellas», que «pasa sus días cuidando su huerto-jardín, construyendo muebles artesanos, pintando acuarelas, escribiendo y encuadernando sus libros de los viajes realizados a través del África negra, de Egipto, de América, y de cuando en cuando conversa de filosofía y arte como un viejo profesor de la Sorbona».
Así vivió en su retiro extremeño hasta que murió su perro. Entonces, 'Carlos el Francés' enterró a 'Darwin' en su jardín, y como escribió José Julían Barriga, «arrió el caballete de las acuarelas, metió los libros en cajas...». Y se fue.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.