Francisco y Ana son un matrimonio de Los Santos de Maimona cuya hija, Aitana, se gestó en el vientre de Yanina, ucraniana que reside en ... Mariúpol, una de las poblaciones más acosadas por las bombas rusas. La bebé fue recogida a finales de 2020 y ya tiene 18 meses, pero la pareja extremeña no puede dejar de pensar en cómo la guerra está afectando tanto a Yanina, a la que consideran «una pariente más», como a las parejas que han dado el paso de intentar una maternidad subrogada justo cuando ha irrumpido una guerra. Se sabe que muchas gestantes por contrato o bien han huido a Polonia o ya han dado a luz en su país, donde existen bebés a la espera de ser recogidos, tal y como han divulgado varios medios en las últimas semanas. «La situación es dramática y caótica, estamos colaborando como podemos con Yanina, nuestra gestante, pero no quiere abandonar su casa como ha hecho otra gente que conocemos de cuando pasamos por este proceso, muchos de los cuales han acabado en Madrid», indica el extremeño.
Gestación subrogada es para muchos un eufemismo para no decir vientre de alquiler o directamente explotación de la mujer. Pero Francisco, de 46 años y que se dedica al sector de la distribución de alimentación, desea aprovechar que Ucrania está bajo los focos para «normalizar» un proceso rodeado de polémica, de dudas legales y dilemas éticos.
Llenos de dudas
Como se sabe, este es el país europeo donde está regulado que existan agencias para conseguir un bebé gestado por otra persona. Según cuenta, él y su pareja estuvieron llenos de dudas hasta tomar la decisión, y cuando dieron el paso apenas disponían de la información que hay dispersa por Internet.
«Cuando llegamos a Kiev no conocíamos nada y entre unos y otros en la misma situación nos apoyamos gracias a otras personas que estaban pasando por lo mismo. A veces se te quitan las ganas porque te tratan como a un delincuente, por eso muchas parejas lo hacen de manera callada». Con este panorama y ante la constante presencia que está cobrando Ucrania en los medios, el extremeño ha decidido contar su caso para que se sepa que es una realidad que convendría regular.
Ahora que el foco está puesto en Ucrania aprovecha para pedir que se normalice esta opción
Él habla de una «opción legal y bonita» e insiste en que «tiene que cambiar la manera de entender una alternativa para ser padres a la que no se llega por gusto sino porque se han intentado todas las opciones anteriores. Lo puedes llamar vientre de alquiler o como quieras, pero las gestantes lo tienen asumido y hay una relación cordial y agradable con ellas. En cuanto al bebé, en cuanto tenga más edad y demande información en nuestro caso se le facilitará. No hay nada que ocultar, aunque para muchas personas este siempre será un tema tabú», se sincera Montaño.
Francisco tiene constancia de más parejas extremeñas a los que la guerra ha truncado sus planes, pero no existen datos oficiales sobre una práctica que en España no es legal, por lo que poco o nulo amparo pueden recibir quienes estuvieran en contacto con agencias ucranianas cuando estalló la guerra por la invasión rusa.
«Como delincuentes»
Lo habitual en parejas como la de Francisco y Ana es acudir a agencias de Estados Unidos o Ucrania, si bien en el país europeo esta gestión es cuatro veces más barata. Cuesta unos 50.000 euros.
En su caso, fueron necesarios varios viajes a Kiev. «En el primero se hace el contrato, se deja el esperma y los óvulos y se inicia la fecundación de la gestante –relata–, Yanina, una mujer cuya pareja falleció y que ya tenía una hija de 17 años. El siguiente viaje fue cuando iba a nacer la pequeña. Llegamos un mes antes, pero por culpa del covid casi nos cierran la frontera. Cuando nació Aitana ella tiene pasaporte ucraniano. Lo peor es hacer los papeles en la embajada de España, donde te dan tres citas con más de una semana de separación, una para entregar la documentación, otra donde te entrevistan y te tratan prácticamente como a un delincuente, y una tercera con la gestante, en la que confirman que renuncia a la filiación con la pequeña. Todo es muy incómodo», señala.
De vuelta a España, prosigue, hay menos problemas y los trámites se resumen en que un juez autorice a que el bebé tenga los apellidos del padre mientras que la madre se queda unos meses con el status de adoptante hasta que por fin los tres son reflejados en el mismo libro de familia en un registro de Madrid, que es donde se inscriben personas llegadas del extranjero.
Según Francisco, es cuestión de días que su tramitación concluya, pero sabe que muchos deseos como los que tuvieron él y Ana morirán por el camino como un efecto colateral más de la guerra entre Rusia y Ucrania.
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