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Un Gobierno roto

Un Gobierno roto

Manuela Martín

Badajoz

Sábado, 23 de mayo 2020, 22:12

Quizá la incógnita que se plantea después del sainete del pacto con Bildu es cuánto tiempo aguantará este Gobierno sin romperse. Matizo. Sin romperse oficialmente, porque roto está desde el día en que se colocaron en las escaleras del palacio de La Moncloa para hacerse la foto oficial. Era el primer gobierno de coalición de la democracia, lo cual no tendría por qué llevar aparejada la debilidad si no fuera porque ni siquiera las dos fuerzas que lo componen suman mayoría suficiente en el Congreso. Pedro Sánchez consiguió formar gobierno con los apoyos desconfiados e interesados de ERC, PNV y Bildu, por citar a los socios más destacados. Y esa amalgama precaria de fuerzas se ha visto golpeada por la gestión de la pandemia.

La necesidad de aprobar sucesivas prórrogas del estado de alarma y la retirada del apoyo de ERC, que trabaja en clave electoral, le ha dado la oportunidad a Bildu, que tiene las elecciones en puertas, de sacar pecho ante su electorado presumiendo de que ha forzado al PSOE a derogar la reforma laboral. Gran jugada de Otegui y error monumental de Sánchez.

El famoso acuerdo a tres bandas (PSOE-Bildu-Podemos) ha abierto en canal al Gobierno, con la vicepresidenta económica Nadia Calviño enfrentada a Pablo Iglesias; ha roto el diálogo social con la patronal, que exige con razón que cuestiones como la reforma laboral sean objeto de acuerdo; ha molestado al PNV, que se ha dado cuenta de que Sánchez juega con múltiples barajas (tampoco es que los peneuvistas sean más de fiar. Que se lo pregunten a Rajoy). El presidente del Gobierno ha tensionado más si cabe a su partido, muchos de cuyos militantes y dirigentes están desolados por la firma de un pacto con una fuerza que apoyó a los terroristas que causaron un millar de muertos, entre ellos muchos socialistas, y que presumen de seguir acosando a líderes socialistas vascos. Es probable que el PSOE, desarbolado en sus estructuras, continúe apoyando, aunque solo sea a través de una especie de silencio administrativo, la gestión de Sánchez. Pero lo que este no podrá evitar es el daño que el pacto a escondidas con Bildu ha hecho a la credibilidad del Gobierno y del Partido Socialista ante la opinión pública.

Nos hemos dado cuenta no solo de que Sánchez es un maestro en defender una cosa y la contraria de un día para otro. Eso ya lo sabíamos desde que juró y perjuró que nunca pactaría con Unidas Podemos. Lo que este episodio ha puesto en evidencia es que no tiene empacho en llegar a acuerdos con fuerzas como Bildu (con la que también aseguró que nunca pactaría) y que lo hace sin pudor, a espaldas de todo su gobierno, empezando por quien es responsable de la gestión económica, Nadia Calviño. Si a su vicepresidenta la ningunea de ese modo, de qué nos vamos a quejar los ciudadanos corrientes.

El pacto con Bildu, rubricado por Lastra, negado antes de la medianoche por el PSOE y respaldado por Iglesias en su literalidad a la mañana siguiente, muestra a un gobierno hecho trizas en el que el poder lo ostenta un núcleo muy reducido ligado a Sánchez, mientras la mayoría de los ministros son meros comparsas.

Ya hubo enfrentamientos hace unas semanas, cuando el ministro de la Seguridad Social, José Luis Escrivá, se negó a poner en marcha la renta básica con la celeridad que quería Iglesias, y los vuelve a haber, aumentados ahora, con el fiasco del pacto para la reforma laboral. El Gobierno está roto, lo que no quiere decir que Pedro Sánchez, especialista en hacer política asomándose al precipicio, no se reponga del enésimo revés, haga un doble salto mortal en el aire y caiga de pie.

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