¿Qué ha pasado hoy, 11 de febrero, en Extremadura?

Desde que Greta Thunberg se ha hecho famosa, que no debe hacer mucho más de un año en España, no he sido capaz de hacerme una opinión sobre si es bueno que gran parte del debate sobre el cambio climático lo protagonice una niña de 16 años. He leído alabanzas rendidas sobre el papel que está jugando la adolescente sueca en la concienciación de jóvenes y adultos sobre la amenaza al planeta y críticas feroces a su protagonismo. Gentes que piden el Nobel para ella y otras que ven aberrante que no esté en el colegio, como una niña más. A estas alturas, con Greta llegando como una estrella a la cumbre de Madrid, no se han despejado mis dudas. ¿Es bueno para la causa (de la lucha contra el calentamiento global) que Greta sea la cara más visible del movimiento mundial? ¿Es bueno para ella?

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Ya sé, ya sé, que ese es un asunto que compete a sus padres. ¡Quién soy yo para meterme en lo que es bueno o no para Greta!

Mientras Greta cruzaba el Atlántico, otra niña, esta extremeña, Elsa, de ocho años, ocupaba periódicos, redes sociales y televisiones con un discurso pronunciado en la Asamblea de Extremadura. En él declara que es una niña transgénero y da las gracias a quienes le han ayudado a reconocer su identidad, incluido el colegio de su pueblo, Arroyo de San Serván. No es la primera vez que se habla de Elsa en los medios. Hace casi cuatro años sus padres y la Fundación Triángulo explicaron de la situación. Y publicamos su caso, el de un niño de que siente niña y quiere que se le trate como tal. Pero la niña permaneció en el anonimato.

Bien por Elsa, ha dicho todo el mundo. ¿Quién no está hoy a favor de que todas las personas puedan vivir con arreglo a cómo se sienten, al margen de que haya nacido hombre o mujer? ¿Quién no apoya hoy la lucha contra la discriminación por razón de sexo, orientación sexual?

Mi única duda, la duda que me asaltó desde el momento en que vi la carita de la niña multiplicada en webs y televisiones es si Elsa debe ser expuesta y convertida en activista Lgtbi a sus ocho años.

Sin haber resuelto mi duda, he llegado a pensar que si se echa mano de los niños para que defiendan las causas más en boga, ya sea el cambio climático o la lucha contra la discriminación sexual es porque los políticos, las ong, los intelectuales, los científicos, ya no nos conmueven con sus discursos y echamos mano de niñas para que enarbolen banderas que corresponde a los adultos defender.

Está bien que los niños sean ecologistas desde pequeños; que sean tolerantes y acepten la diversidad, las diferencias de sexos, razas, religiones, culturas, como una riqueza inmensa y no como una amenaza. Eduquémosles desde pequeños para que asuman las causas justas, esos derechos humanos que siempre están en peligro si no se defienden día a día.

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Sin embargo, junto a este convencimiento de que solo se construye un mundo mejor si los niños son educados para ello, mi intuición me dice que los niños no deberían convertirse en el último objeto de consumo de una sociedad del espectáculo que necesita todos los días una historia emocionante con la que impactar al público y que usa a las personas como objetos de usar y tirar.

Elsa decía en su intervención en el parlamento que su deseo es ser feliz. Yo también deseo que todas las Elsas y todas las Gretas lo sean.

Y deseo que la inocencia de Elsa no se la roben; que la infancia de Elsa no la abrasen los focos que hoy la iluminan. Que Elsa juegue con balones, con castillos, con muñecas, con niños y con niñas de su edad; que nadie le robe las horas de juego, sus fantasías, sus Harry Potter, sus Batman, su Rey Leon, para convertirla en una activista. Tendrá tiempo de ser activista de lo que quiera.

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