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Desde su moto de papel, Sergio Lorenzo nos contaba el pasado domingo la última conferencia, en 1972, de Antonio Floriano Cumbreño, un intelectual cacereño de ... prestigio reconocido que sostuvo en ese discurso que había sido un error unir Cáceres y Badajoz en una misma región: «Nuestros hombrecitos del Casar, Malpartida, Aliseda o Garrovillas, típicos leoneses, con escasa cantidad de glóbulos de estirpe mozárabe, tienen muy poco que ver etnográficamente con los hombretones recios y cenceños que pueblan la Tierra de Barros y la Serena. Cáceres fue desde su principio tierra de pastores. Badajoz lo fue, acaso por tradición morisca, tierra de labradores». De acuerdo, la unión pudo ser artificial, pero hay algo que nos unió desde el primer momento y nos otorgó una seña de identidad: ser los últimos de la fila.
Implantado el estado de las autonomías, empezaron a publicarse estadísticas y quedó clara nuestra condición de vagón de cola. El día que llegó a mi buzón el CD de un laboratorio farmacéutico con un informe demostrando que los extremeños éramos los españoles a quienes más nos olían los pies, mi desesperación llegó al límite.
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Empecé a consultar estadísticas y descubrí que éramos los que menos libros y periódicos leemos, los que menos ganamos, los que menos trabajo tenemos, los que más tele vemos, los más religiosos, los que cobramos pensiones más bajas... Pasan los años se suceden las estadísticas y la situación no cambia. Ser los últimos de la fila es nuestra seña de identidad gobierno tras gobierno, desde Ibarra hasta Guardiola.
Tenemos menos ordenadores y menos PIB por cabeza, vamos menos que el resto de España al cine y al teatro, nuestros trenes son una caja de sorpresas, somos la región con más gordos, la menos competitiva, donde se da la tasa más baja de producción de hormigón armado, donde más caen los divorcios cuando hay crisis económica y si lo del olor a pies fue la gota que colmó el vaso, lo del sexo fue la gota que lo hizo rebosar. Sí, también somos, con Asturias y Cantabria, la autonomía donde menos se hace el amor, aunque un dato nos reconforta: somos la región donde más satisfechos estamos con nuestra vida sexual.
Este último detalle quizás sea la clave de nuestra felicidad colectiva porque, más allá de las estadísticas, nos proclamamos satisfechos. La semana pasada supimos que cuatro de los cinco pueblos más pobres de España son de Badajoz. El más pobre es Higuera de Vargas, pero ni sus vecinos ni su alcalde parecen preocupados y declaraban a J. López-Lago que viven bien, no les falta de nada, se dan sus caprichos, se van de vacaciones y, símbolo resumen: de los cajeros sale dinero.
Fuimos los últimos durante 28 años con el PSOE, durante cuatro con el PP, otros ocho con el PSOE y al nuevo consejero de Economía le recomendaría prudencia: de la cola no se sale y, además, ¿de qué serviría adelantar a Canarias, Murcia o La Mancha? Nos quedaríamos sin seña de identidad y eso significaría que otros compatriotas se quedan atrás. Lo importante, en fin, es no dejar de crecer.
El filósofo Peter Sloterdijk sostiene que Extremadura vende ilusiones terrenales perdidas: distensión y serenidad del bien vivir boccacciano. Y coincide con Unamuno al diagnosticarnos: somos gente apegada a la tierra, sin idealismo, práctica, materialista, muy en el suelo, rellenos de sentido común y ayunos de idealidad. Mira los catalanes: son líderes en todo, pero les prometen el paraíso en la tierra, se lo creen e idealizan la quimera. Tener más ordenadores y los pies perfumados no te hace más sabio. Somos pobres, pero listos.
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