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Ana Belén Bolaños Casimiro Moreno
«Mi hijo tiene una enfermedad mental y como madre me quedo sin armas»

«Mi hijo tiene una enfermedad mental y como madre me quedo sin armas»

Testimonio ·

Ana Belén Bolaños ha esperado diez años a tener el diagnóstico de su hijo: trastorno obsesivo compulsivo. Ahora, tiene que esperar otros tres para que un tribunal médico valore su grado de discapacidad

Miriam F. Rua

Badajoz

Domingo, 30 de enero 2022, 07:56

De muy pequeño, el hijo de Ana Belén Bolaños se lavaba las manos constantemente, no soportaba que nadie tocase sus juguetes sin haberse lavado las manos antes y cerraba todas las puertas. Era, lo que ella llamaba, «sus peculiaridades», aunque ya intuía que algo no iba bien. Después empezaron los vómitos, que era la manera en que su hijo mostraba el nerviosismo ante cualquier cambio o situación que le generase inseguridad.

A los seis años llegó la primera visita al psiquiatra, pero no ha sido hasta diez años después cuando, por fin, Ana ha podido ponerle nombre a las fobias, miedos y vómitos de su hijo, que le han llevado primero a reducir su jornada laboral y, finalmente, a abandonar su trabajo para atenderlo.

Trastorno múltiple y complejo del desarrollo, que se manifiesta en un trastorno obsesivo compulsivo, agravado con un cuadro ansioso-depresivo. Ese es el diagnóstico que se encontró el pasado mes de diciembre, seguido de un pronóstico que le ha cambiado las prioridades: que la salud mental de su hijo le condicionará de por vida.

«Debe iniciar los trámites para pasar por el Cadex –Centro de Atención a la Discapacidad–», recogía su psiquiatra la última vez que lo vio. Era el 9 de diciembre y el 20, su madre estaba registrando la solicitud para que un tribunal médico valorase el grado de discapacidad de su hijo. Transcurrido un mes, llamó para ver cómo iba el procedimiento. «Me contestaron que están atendiendo ahora expedientes de octubre de 2019. Me parece una barbaridad, en tres años la cabecita de un adolescente puede tener tantos desaciertos. Estamos hablando de un problema de salud mental, qué cuadro tengo que tener en mi casa para que me escuchen», dice entre la indignación y la urgencia de un futuro inmediato que no sabe cómo abordar.

«Este año termina cuarto de la ESO, sé que no puede seguir en Bachillerato pero tenemos que elegir un ciclo formativo o un oficio que pueda desarrollar. No puedo trabajar mientras que siga así, pero tampoco podré seguir pagando sus terapias. Necesito que al niño lo valoren y poder tener ayudas que le faciliten el día de mañana», reclama.

Su grito de auxilio llega una década después de un camino de visitas al psiquiatra, terapias psicológicas, psicóticos y antidepresivos. «Siempre le han restado importancia. Ha crecido con obsesiones, manías, vómitos y a eso se le suma que su padre nos dejo de querer, porque me dejó de querer a mí y de rebote al niño y eso ha sido otro agravante».

Con el cambio de pediatra, a los seis años le derivan por primera vez a Salud Mental para tratar su problema con la alimentación que, su madre, resume así: «No es anorexia, no es bulimia pero el niño vomita cada vez que una situación le genera ansiedad. Durante cuatro años fuimos cada quince días a que la enfermera de Salud Mental le pesase, le midiese y le diera pautas para comer».

Vómitos, sudores, tics

Pasado ese tiempo recibió el alta tras lograr que los vómitos remitieran, pero volvieron con el cambio del colegio al instituto. Y con ellos, explica Bolaños, «un sinfín de cosas nuevas como morderse las uñas, un tic en la pierna, sudores, insomnio y dolores de cabeza y nuevas obsesiones como que sus compañeros de clase estaban pendientes de las señales de su cuerpo o el miedo a los espacios cerrados y a morir con la pandemia».

«He renunciado a mi familia y he dejado de trabajar para cuidarle y aportarle mi energía para que remontase»

El mundo de Ana, auxiliar de Enfermería de 40 años, cada vez se reducía más a él. «Tengo una niña de cuatro años que me demanda menos atención que su hermano. He renunciado a mi vida de pareja, he ido reduciendo mi jornada laboral hasta dejar de trabajar para cuidarlo e intentar aportar toda mi energía y cariño a remontar su seguridad en sí mismo y a hacerle sentir bien, en definitiva, a ser feliz que es lo que deben ser los adolescentes a su edad».

Además de su tiempo, invierte su dinero en terapias privadas porque en Salud Mental lo ven cada seis meses. Acude en la Fundación Sorapán a terapia psicológica y a otra de refuerzo educativo; va a fútbol en la escuela de Fernando D'Amico y sigue una terapia virtual con una psicóloga para tolerar la comida.

«Con el corazón en un puño»

Con 16 años su hijo tiene autonomía, pero sabe que no puede estar solo. «Lo dejo cada lunes con el corazón en un puño con vómitos en la puerta del instituto, a veces a mitad de mañana me llaman para que lo recoja y si no, tengo que acercarme porque se le ha olvidado la medicación, un libro o el dulce del recreo. Después, las visitas al psiquiatra que no son como ir a empastarse una caries y las terapias por las tardes. No puede coger un autobús porque se desorienta», enumera.

Hace justo un mes que Ana sabe exactamente qué le pasa a su hijo. Si antes su obsesión era que acabara la ESO, ahora lo académico ha pasado a un segundo plano. «Mi prioridad es que se recupere emocionalmente, pero necesito ayuda. Llevo toda la vida luchando contra los que tendrían que haber estado a mi lado, los pediatras y los profesores que lo han tratado como si fuera normal cuando no lo era, diez años para un diagnóstico y ahora me dicen que tres años para que me lo valoren. Mi hijo tiene una enfermedad mental y yo como madre me quedo sin armas».

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