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Cuando mi padre se vino de Asturias a Cáceres para vivir aquí con su tía Elpidia, mi abuelo Elías le dio un consejo: «Hijo mío, ... lee todos los días el periódico». Mi padre, un mozo asturiano de 20 años, que hasta entonces había trabajado como contable en una lechería, no entendió muy bien la importancia de aquel consejo, pero obedeció y en cuanto llegó a Cáceres empezó a leer todos los días la prensa.
Con el paso de los años, mi padre comprendió a mi abuelo porque gracias a la lectura diaria del periódico fue capaz de entender mejor la tierra a la que había llegado y que no conocía de nada. Era el año 1950 y mi padre se convirtió enseguida en un cacereño más: se hizo funcionario, se casó con una chica de Ceclavín, se enamoró de la dehesa extremeña y acabó siendo tan de aquí que, al poco de jubilarse, en vez de irse a disfrutar a la costa mediterránea plantó 300 olivos.
No digo yo que mi padre sepa embutir patateras, apañar aceitunas y cantar El Redoble gracias a la lectura del periódico, pero sí es verdad que su contacto diario con la prensa facilitó que se convirtiera en un extremeño muy bien informado y, actualmente, a punto de cumplir los 90 y suscrito a la edición digital del HOY desde el primer día, sus preocupaciones son la mina de litio, que cree que la pondrán y que los cacereños no lo perdonarán nunca, el arreglo de su calle, Viena, de la que sabe cada detalle del proyecto por el diario, o todos los pormenores de la vacunación contra el coronavirus en Extremadura, que conoce gracias a las noticias que lee en la app del HOY de su teléfono móvil.
Mi padre no me aconsejó nunca que leyera el periódico todos los días porque, antes de que me dijera nada, yo ya lo leía. A mi abuelo ceclavinero le gustaba el Ya, que le llegaba por correo con un día de retraso. En casa de mi tío Isaías Lucero se compraba el ABC y allí, en su casa de Reyes Huertas, me paraba yo cada día, al volver del colegio, para devorarme las crónicas futbolísticas de Miguel Ors. Con las de Andrés Sierra sobre el Cacereño, tenía una visión completa de la actualidad deportiva nacional y local.
Con 11 años, compraba ya el AS en un quiosco de Antonio Hurtado situado frente a mi casa. Sus páginas eran de un inolvidable color marrón y no llegaba a Cáceres hasta el anochecer, pero aun así, olía a tinta reciente y emocionante. Cuando me marché de Cáceres, nada me explicaba mejor las ciudades en las que vivía que El Correo de Zamora, El Adelanto de Salamanca, El Comercio de Gijón o la edición de Arousa de La Voz de Galicia.
Declaraba este fin de semana Luis Landero en La Vanguardia: «No hay nada peor en la vida que se te seque el corazón, perder la capacidad de emocionarte por las cosas. Si no te emocionas, ¿cómo vas a escribir?». Y servidor añade: ¿Y cómo vas a leer?
Soy suscriptor de pago de La Vanguardia, La Voz de Galicia, Público de Lisboa, ABC, El País, El Diario... Y, naturalmente, del HOY. Algún amigo me dice que con lo que gasto al mes en periódicos digitales podría comprarme un apartamento en Isla Cristina. Si le añadimos los gastos mensuales en diversos servicios de 'streaming', posiblemente. Pero me pasa como a mi padre, al que le ilusionaban más el periódico y los olivos que un pisito en Marbella.
Ha pasado medio siglo y me sigue entusiasmando abrir el periódico en papel o Internet lo mismo que me estimulaba comprar el AS cada lunes al atardecer. Leo la prensa escrita y entiendo mi ciudad y mi región. Desde lo local asciendo a lo universal, renuevo la capacidad de emocionarme y refresco el corazón. Eso es un periódico.
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