
La historia única
CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO @TROYNAHUMKO
Sábado, 2 de mayo 2020, 11:19
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CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO @TROYNAHUMKO
Sábado, 2 de mayo 2020, 11:19
ESPAÑA existió para mí por primera vez en libros. Al principio, vi el país a través de los ojos de personajes como Jake y Lady Brett y, a medida que crecía mi curiosidad, busqué todo lo que pude encontrar hasta que llegué a personajes como el ingenioso hidalgo. Desde mi hogar en las praderas escarchadas del oeste de Canadá, el país me pareció lo más lejano de la tediosa nieve y sonrisas heladas que me rodeaban durante la mayor parte del año.
Me imaginaba un lugar familiar con espacios abiertos junto a montañas y ríos llenos de truchas. Sin embargo, a diferencia de Canadá, después de un día de pesca, se podía pasar la tarde disfrutando de excelentes vinos locales y comiendo maravillosas comidas entre multitudes cosmopolitas en lo que parecía una fiesta interminable.
Como hacen muchos viajeros, antes de pisar un país, ya había creado una versión imaginaria en mi mente. No importa cuánto leyese, aún tenía lo que Chimamanda Adichie ha llamado la historia única.
Mi España inventada fue unilateral y es esta falta de perspectivas diversas lo que crea estereotipos. Y el problema de ellos, no es que sean necesariamente falsos, sino imperfectos e incompletos. No reflejan el todo y se necesitan más voces para completarlos.
Mis primeras visitas a España fueron a principios de los noventa tocando blues en Madrid. De repente, mi España inventada se enfrentaba a la vida real y, aunque había similitudes, las imágenes no coincidían.
La comida era deliciosa, pero si no tenías cuidado, también podrías terminar con una paella que ni siquiera valía la pena llamar arroz con cosas. La multitud cosmopolita que había imaginado era de hecho notablemente uniforme y las calles de Madrid parecían un anuncio de Ralph Lauren.
Descubriría más y más en cada visita hasta que, finalmente, un día me sentí tan cómodo que simplemente me quedé. Sin embargo, eso no significaba que no me quedara nada por aprender. Cuanto más variopinta la gente con la que conversaba más me daba cuenta de que nunca había una sola historia. Mi España se convirtió en un amplio abanico de relatos en primera mano de colegas y parroquianos de los bares. Personas que podrían pensar de manera diferente a mí pero que compartían lugares comunes.
Y entonces un día todo se detuvo.
Las cañas se dejaron de tirar y la conversación se silenció. Desde entonces, he estado mirando por mi ventana. Mi perspectiva ha vuelto una vez más unilateral, una cámara de eco de puntos de vista afines en las redes sociales, con políticos que reducen los problemas complejos en fábulas simples y artículos manchados por la corrección política. Cada bando abraza la única historia que su equipo insiste en ser cierta, su versión oficial.
Hoy salimos a la tabla rasa, una España que ninguno de nosotros conoce. La primera ola de la tormenta se escampa pero está lejos de terminar y es necesario sembrar ideas sobre cómo debería ser la nueva España. Pero si solo usamos la historia única, tropos y estereotipos del pasado se convertirán en verdades falsas y los sueños del encierro, con unos cambios reales, se volverían tan distantes como un idealista inclinado hacia los molinos de viento.
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