Desde niño he tenido múltiples aficiones. Un amigo psicólogo me explicó que me dedicaba a tantas cosas porque, al faltarme un brazo, sentía la necesidad de hacer de todo para no sentirme incapaz de nada. Puede ser. Lo cierto es que soy profesor de instituto, ... pero mis aficiones me han llevado a ser árbitro y entrenador de baloncesto, director de teatro, organizador de ferias de muestras, candidato a concejal, 'yuppie', músico de armónica en un grupo folk, cantante solista, presentador y tertuliano de radio y televisión y algunas actividades más que no recuerdo. Excepto lo de la tele, todo lo demás sucedió antes de los 28 años porque fue a esa edad cuando encontré mi verdadera pasión: escribir en los periódicos.
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La sublime decisión de dejar todo lo demás y centrarme en las colaboraciones periodísticas la tomé en un lugar tan exótico para un extremeño como Lugo. Pasé allí el mes de julio de 1987 formando parte de un tribunal de oposiciones. Llevaba un año colaborando en prensa, pero sin dejar a un lado otros hobbies. En Lugo, los días en los que no había que escuchar a los opositores, paseaba por la muralla romana y por las calles del casco viejo, pero, sobre todo, me metía en un café decadente, precioso e inspirador y escribía artículos para mi periódico.
Era tan feliz en aquel café y disfrutaba tanto escribiendo que, poco a poco, café a café, artículo a artículo, me convencí de que debía dejar de ser un picaflor y centrarme en aquella afición que me saciaba y superaba a cualquier otra. Así que dejé el baloncesto, las ferias de muestras, la política, la música y el teatro y me centré en la pasión que había descubierto un año antes, cuando un amigo periodista me invitó a escribir columnas, crónicas, entrevistas y reportajes.
Este verano, volví a aquel café de Lugo. Durante unos días, fui por las mañanas a leer la prensa. En los bares gallegos, no sucede como en los de Cáceres, que los periódicos en papel han desaparecido de la mayoría. En mi café de Lugo, había tres a disposición de la clientela y cola para leerlos. Uno de cada tres gallegos lee el periódico en papel cada día, solo uno de cada nueve extremeños hace lo mismo.
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El lugar donde dejé de dispersarme se llama Café del Centro y está bajo los soportales de la plaza Mayor. Tiene una agradable terraza y, en su interior, canónicas mesas de mármol blanco, sillas clásicas de madera, columnas de fundición, lámparas de globo y, en un rincón, a la entrada, un conjunto escultórico de una pareja '1900': ella abraza un perrito y él lee el diario.
El Café del Centro se inauguró en 1903 así que este año cumple 120. Al principio, se llamó Café Moderno y despertó mucha expectación porque tenía luz eléctrica. En 1920, cambió su nombre original por el actual. Fue el primero de Lugo en tener radio y también televisión. Y el primero en contar con terraza exterior. Gustaba tanto a las señoras que se pasaban allí toda la tarde con un café y haciendo calceta. Para favorecer la rotación de la clientela, la dirección tomó una drástica decisión: prohibió la calceta.
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El Café del Centro aparece en cuadros de pintores locales, en películas como 'La vieja música' y en cuentos y ensayos de escritores como Ánxel Fole. Pero nunca imaginó salir en el HOY al igual que yo nunca imaginé que mi vida cambiaría en un café de Lugo.
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