![Javier Castaño, este mes de septiembre en Cáceres](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2023/09/07/183673454-kU9G-U210101437406OkF-1200x672@Hoy.jpg)
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Javier Castaño Jabato (Cáceres, 1953) permaneció 38 años como jefe de protocolo de la Junta de Extremadura, desde la preautonomía hasta su jubilación en 2019. Llegó sin experiencia en la materia y en una época de cambios institucionales profundos, encargado de implementar unas normas que, sencillamente, no existían para muchos de los actos que había que organizar, que eran nuevos, como lo eran los cargos públicos surgidos de la implantación del modelo autonómico.
«Cuando no te puedes agarrar a ninguna norma escrita recurres al sentido común, que es lo que apliqué entonces y lo que seguí aplicando toda mi carrera», afirma Javier Castaño, que recuerda ahora sus sensaciones en aquellos albores de la autonomía extremeña como una mezcla de incertidumbre e ilusión.
Castaño ya ha explicado en otras ocasiones cómo llegó a la jefatura de protocolo de la Junta, pero conviene recordarlo para hacerse una idea de cómo eran las cosas en aquella Extremadura de instituciones por estrenar. Su facilidad para los idiomas le había empujado a estudiar turismo en Sevilla y le iba bien trabajando en ese sector en la capital andaluza, pero en 1980 su mujer consiguió plaza de funcionaria en la Diputación de Cáceres y se mudaron. Él se quedó en el paro, y justo entonces llegó a sus oídos que la Junta Regional de la preautonomía seleccionaba un jefe de protocolo. De nuevo entró en juego su dominio de varios idiomas, y entre eso y que convenció en las entrevistas a los reclutadores, se hizo con la plaza.
Aterrizaba en un terreno que le era casi por completo desconocido. Los manuales de protocolo que existían en la época ya no servían, y no solo porque no recogían los cargos de nueva creación de los gobiernos autonómicos, sino porque la transición a la democracia estaba muy avanzada y los rangos políticos habían cambiado.
«Al principio fue complicado, había gente que estaba acostumbrada a una determinada forma de hacer las cosas y le costaba aceptar, por ejemplo, los cambios sobre quién debía presidir un acto, o que ya no se les sentara en primera fila», recuerda Castaño. «Mi papel era tratar de explicarlo y aplicar mucha mano izquierda, había que hacer pedagogía; luego ya en 1983 llegó el Real Decreto y nos facilitó mucho el trabajo». Se refiere al decreto por el que se aprobó el Ordenamiento General de Precedencias en el Estado, en el que aparecían ya los nuevos cargos públicos surgidos en las autonomías.
Pero si algo ha tenido siempre claro Javier Castaño es que el protocolo es mucho más que sentar a personas en el orden correcto en una mesa o colocar bien las banderas, porque para eso basta con tirar de manual. El don de gentes, el sentido de la diplomacia y hacer que los actos fluyan de manera natural son virtudes del oficio que se van adquiriendo con el paso de los años y que Castaño llegó a dominar hasta tal punto que mucho antes de su retirada estaba ya considerado a nivel nacional como una autoridad en la materia. Si al principio de la autonomía era él quien llamaba a colegas de otras comunidades para consultarles dudas, después se convirtió en refrencia, en «maestro», como le denominó Guillermo Fernández Vara en el acto en el que Castaño recibió la Orden de Isabel la Católica, un reconocimiento con el que el Ministerio de Asuntos Exteriores premia «aquellos comportamientos extraordinarios de carácter civil, realizados por españoles y extranjeros, que redunden en beneficio de la Nación o que contribuyan, de modo relevante, a favorecer las relaciones de amistad y cooperación de la Nación Española con el resto de la Comunidad Internacional».
Y es que el papel de Castaño en el amanecer de la autonomía no se limitó al protocolo interno, sino que tuvo que ocuparse también de un creciente número de actos internaciones, ya fuera de representantes de la Junta de Extremadura en el exterior o de visitas a la región de mandatarios extranjeros. En ese ámbito recibió el asesoramiento de los expertos del Ministerio de Asuntos Exteriores y también de la Casa Real cuando estaba involucrada.
Entre los actos oficiales que tuvieron que poner en pie prácticamente desde cero él y sus colaboradores ocupa un lugar destacado el del Día de Extremadura. «Hubo que inventarlo todo, era un trabajo que se prolongaba durante semanas y que requería un tiempo que al final le quitabas a tu familia, pero luego ves el resultado y merece la pena», afirma con un punto de orgullo, pese a que quienes conocen a Javier Castaño destacan la humildad como uno de los rasgos esenciales de su carácter, junto con la lealtad.
El trabajo silencioso y en segundo plano de este histórico jefe de protocolo contribuyó a poner en marcha y consolidar la autonomía extremeña desde el punto de vista de las formas, y así se lo reconocen los presidentes con los que ha trabajado, que son todos menos María Guardiola (José Antonio Monago le mantuvo durante su mandato con todas sus funciones). Él, por su parte, les agradece que nunca interfirieran y le dejaran hacer. «Los problemas se dan cuando un jefe de protocolo está teledirigido», afirma, al tiempo que recuerda la máxima que le ha guiado en su trabajo: «Tratar de hacer fácil lo que parece difícil».
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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