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Siete minutos antes de que la tierra temblara en Marrakech, la pacense Ana Herrera se hizo una foto en la mezquita más importante de la ciudad: la Kutubia.
Justo después, un terremoto de magnitud 7,2 dejó un reguero de víctimas con más de 2. ... 500 contabilizadas, arrasó aldeas enteras y derrumbó parte de la gran ciudad turística de Marruecos.
Ana Herrera es una extremeña que vivió el seísmo en primera persona. Llevaba seis días de viaje con su madre, su tía y su prima: Paqui Hinchado, Charo Rodríguez y Rocío Herrera. Juntas, las cuatro estaban embarcadas en un viaje de una semana. La noche del viernes, la última en Marrakech antes de volver a Badajoz, se habían vestido con los trajes típicos y recorrían la medina cuando un amigo al que visitaban les recomendó acercarse a un hotel a tomar algo. Decidieron ir en taxi.
«En el coche no notamos nada, pero la gente empezó a correr, a gritar, los niños lloraban y un edificio se cayó. El taxista empezó a huir y nosotras empezamos a gritar: 'un atentando, un atentado'. No habíamos notado nada del terremoto».
Ana Herrera, de 27 años, explica que el conductor avanzó, pero que se formó un atasco en el que no podían moverse. «El taxista nos echó y nosotras empezamos a correr, saltando escombros entre los coches. La medina estaba muy afectada y el minarete de la mezquita donde nos habíamos hecho la foto se había caído». «Menos mal que no llegamos al hotel donde íbamos, ha quedado muy afectado».
«Lo que más miedo nos dio fue el principio. Ese miedo a un atentado... Temíamos que saliera un hombre a clavar una navaja o un atropello multitudinario, como en las Ramblas. Cuando supimos que era un terremoto tuvimos menos miedo que pensando que era un atentado», cuenta.
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Esa última noche iban a dormir en casa de sus amigos. Cuando lograron llegar a la vivienda, la estructura estaba, pero «se habían caído objetos, los cristales, las vajillas...». Cuando llegaron les dio miedo y durmieron en la calle.
Pasaron la noche a la intemperie, con las mantas que les prestaron los propios marroquíes. El sábado por la mañana se dirigieron al aeropuerto, donde vieron mucho nerviosismo, con gente discutiendo y tratando de comprar vuelos. La Policía intervenía para solucionar los conflictos mientras ellas buscaban su puerta de embarque. En su caso, como el vuelo estaba ya contratado antes del terremoto, no tuvieron problemas. Solo un retraso de veinte minutos.
Ana Herrera, vecina de la capital pacense, se ha traído una sensación de tristeza, pero hasta que vivió el terremoto, Marrakech le había encantado. Lo mejor, dice, su gente. «Nos han tratado tan bien que nos hemos enamorado de la gente de allí. Se quitaban las cosas para dárnoslas a nosotras. Una pasada». Tanto, que no descarta volver.
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