Cuando el mundo mira a la energía nuclear para contar con electricidad de forma constante y sin emisiones contaminantes y ganar en soberanía energética, España empezará, en menos de tres años, a dar la espalda a esta tecnología que suministra más del 20% de la ... electricidad que consumimos —una de cada cinco bombillas que encendemos es gracias a la nuclear— y genera el 30% de la producción eléctrica sin emisiones de CO2, además de aportar riqueza y empleo estable y de calidad, esencial en los entornos en los que se ubican los siete reactores nucleares.
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¿Estarán equivocados con su apuesta nuclear Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Emiratos Árabes Unidos, Polonia, Finlandia, Chequia, Corea del Sur o China —por no citar todos— o seremos nosotros los que caminamos en sentido contrario? Parece evidente que los retos energéticos y ambientales que enfrentamos hacen necesario contar con fuentes estables y fiables de electricidad y que, además, no emitan gases ni partículas contaminantes a la atmósfera como la nuclear. Así lo advierten desde hace años instituciones de prestigio en sus estudios y análisis como la Agencia Internacional de la Energía, el Organismo Internacional de Energía Atómica, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático e incluso la Unión Europa con el reciente 'Informe Draghi'. El mundo sigue estas recomendaciones al operar a largo plazo los reactores existentes y construir nuevas unidades, tanto grandes como pequeñas. De hecho, más de 30 países han apoyado triplicar el peso nuclear global en el horizonte 2050 coincidiendo con las dos últimas cumbres climáticas.
Como decía, la continuidad de las centrales en funcionamiento, manteniendo todas las garantías de seguridad, es una práctica habitual y cada vez más unidades reciben autorizaciones por parte de los organismos reguladores para operar 60 o incluso 80 años. Precisamente, la central estadounidense de North Anna, unidad «gemela» a la de Almaraz, podrá operar ocho décadas, mientras que Almaraz I y II, referentes mundiales y situadas en los más altos niveles de excelencia de la industria nuclear, según la Asociación Mundial de Operadores de Centrales Nucleares (WANO), cerrarán a los 44 años si no se producen cambios.
España es el único país con plantas nucleares que ha planificado cerrarlas. Si nada cambia, aunque confío en que la sensatez sea más fuerte que la ideología, las primeras unidades que cesarán su actividad serán Almaraz I (1 de noviembre de 2027) y Almaraz II (31 de octubre de 2028) y así progresivamente hasta que paren los otros cinco reactores y nuestro país deje de tener energía nuclear en 2035. Todo ello ocurrirá mientras el mundo vive una clara apuesta por esta fuente de electricidad y en un escenario de renacimiento nuclear sin precedentes: más de 60 reactores están en construcción y hay otros 300 planificados, que se sumarán a los 416 actualmente en operación.
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Prescindir de unos activos tan valiosos como las centrales nucleares que operan de forma continua las 24 horas todos los días del año con excelentes indicadores y generan electricidad sin emisiones y con precios competitivos es un auténtico lujo y un sin sentido que no nos podemos permitir, además de un desastre desde el punto de vista del empleo para los entornos. Así lo han manifestado en reiteradas ocasiones la Junta de Extremadura, la Cámara de Comercio de Cáceres, organizaciones sindicales y alcaldes de todos los signos políticos a través de una reciente concentración en favor de la continuidad de Almaraz y un manifiesto que alerta de las graves consecuencias económicas y sociales que supondría el fin de la actividad nuclear en Campo Arañuelo y en toda Extremadura.
Desde Foro Nuclear, como representantes de la industria nuclear en su conjunto, llevamos tiempo reclamando la necesidad de revisar ese calendario para evitar el error de cerrar las centrales nucleares. Alemania, que ya lo hizo, está pagando las consecuencias con su alta dependencia exterior de otras fuentes contaminantes y, aunque hay voces que plantean una vuelta a la nuclear en el país, arrancarlas de nuevo una vez cerradas no es tan fácil por el inicio de los trabajos de predesmantelamiento, acopio de combustible, inversiones en mantenimiento y actualizaciones, personal, etc.; de ahí que deberían tomarse decisiones antes de que el apagón en España sea irreversible.
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El Gobierno, quien define la política energética de nuestro país, debería revisar ese calendario, revocar las órdenes de cese y guiarse por estudios técnicos que recomiendan la continuidad de las centrales nucleares al ofrecer seguridad de suministro eléctrico sin emisiones y ser un complemento esencial para el también necesario despliegue de las renovables, que tienen muchísimas ventajas, pero no están disponibles siempre que las necesitamos. Además, sin la llegada del almacenamiento —ese «frigorífico» que permitiría tener guardada la electricidad y usarla cuando la necesitemos—, plantear un cierre nuclear pondría en peligro la seguridad de suministro, incrementaría las emisiones y el precio de la luz y conllevaría serios perjuicios para los entornos en términos económicos, de empleo y de fijación de la población. Junto a ello, perjudicaría seriamente el futuro de las empresas que conforman la industria nuclear española y que, con la implicación y capacitación sus profesionales, dan soporte a la operación excelente y segura de nuestro parque nuclear, a la vez que participan en el desarrollo nuclear mundial al estar presentes en más de 40 países.
Cierro estas líneas recordando que la central nuclear de Almaraz se encuentra en las mejores condiciones técnicas para seguir operando 60 o incluso 80 años. De ahí nuestro empeño por la continuidad de esta instalación y de todas las centrales nucleares españolas y por conseguir que se reduzca la elevada carga fiscal que asfixia su actividad económica.
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