Entre el 20 y el 27 de julio pasados, Castelo Branco, distrito portugués limítrofe con Extremadura, registró seis incendios. Ardieron 45 hectáreas en Ermida, 84 en Figueiredo, 209 en Cumeada (los tres en el concejo Sertã), 130 en Sobral do Campo (concejo de Castelo Branco), 273 cerca de Covilhã y 9.924 en Vila de Rei (Castelo Branco) y Mação (Santarém). Este último obligó a desalojar varias aldeas, causó treinta heridos y originó una nube de humo que cubrió el cielo en media comunidad autónoma, incluidas las ciudades de Badajoz, Cáceres y Mérida. Esa boina gris oscura generó sorpresa ciudadana y ha vuelto a poner sobre la mesa un asunto relevante en estas fechas: el riesgo de los incendios forestales en Portugal. Por varios motivos, que pueden resumirse en dos. El primero es que el operativo del país vecino contra los incendios en el monte se ha demostrado ineficiente y no resiste comparación con el Infoex (el dispositivo extremeño). Y el segundo es que una franja importante de La Raya lusa tiene un paisaje, parecido al de la región, que es una alfombra roja para el fuego.
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«Nosotros convivimos con los incendios de nuestros vecinos portugueses desde hace años, y en estas fechas es algo que forma parte de nuestro día a día», resume Antonio González Riscado, alcalde socialista de Cedillo, el pueblo que el pasado jueves se fue a la cama con la incertidumbre de si se reavivaría el incendio que les mantuvo mirando al cielo todo el día. Movilizó a 300 bomberos y 81 camiones, y se localizó en Tolosa, una freguesía del concejo de Nisa, que para alguien de este pueblo fronterizo es un sitio más cercano que Badajoz, Cáceres o Mérida. En lo geográfico pero mayoritariamente también en el plano sentimental. Para alguien de Cedillo, ir a comprar, a trabajar o a tomarse una cerveza a Nisa, a Portalegre o a Montalvão es algo cotidiano. Casi tanto como el resplandor rojo en el horizonte en las noches de verano.
«Estamos tan acostumbrados a las columnas de humo que ya hemos aprendido a autoregularnos calculando la distancia, y la inquietud no nos llega hasta que no lo vemos muy cerca», ilustra el alcalde. El fuego de la semana pasada en Vila de Rei y Mação estaba a 40 kilómetros en línea recta, pero en el pueblo cayeron pavesas, apunta Antonio González, que aquí, donde todos se llaman por el mote, es 'Botines'.
Esa ceniza que cayó en las aceras de Cedillo estaba apagada, pero su aparición fue suficiente para rememorar episodios pasados. Seguro que más de dos retrocedieron hasta el verano de 2003, el peor de largo en la historia reciente de los incendios forestales en Extremadura. Entre el 28 de julio y el 14 de agosto de ese año hubo en la región 254. Solo el 2 de agosto se contaron treinta. En algunos puntos se registró una humedad del 5%, un valor que se alcanza en el desierto del Sahara solo a veces. En cifras redondas, ardieron 1.000 hectáreas en Jerez de los Caballeros, 3.000 en Cañaveral, otras 3.000 en Carmonita, 10.000 en Las Hurdes y 15.000 en Valencia de Alcántara. En este último municipio hubo varios fuegos, y el peor de ellos se llevó por delante 9.750 hectáreas. Fue el segundo mayor siniestro de este tipo que ha sufrido la comunidad, solo superado por el que quemó 9.900 hectáreas en Las Villuercas a finales de julio del año 2005.
«Aunque había en la región varios incendios, teníamos la situación bastante controlada, y lo que se nos vino encima fue el descontrol que tenían en Portugal», recuerda Miguel Ángel Cotallo de Cáceres, especialista en incendios forestales del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales y Graduados en Ingeniería Forestal y del Medio Natural de Extremadura. Él era entonces uno de los mandos del Infoex, y ese descontrol que cita era sobre todo un incendio colosal que nació y creció en suelo luso, que saltó el río Tajo y que acabó arrasando las citadas 9.750 hectáreas extremeñas.
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Esa situación se puede volver a dar porque hay paisajes en Portugal y en Extremadura que se lo pondrían fácil al fuego por el combustible que acumulan. Probablemente no en esa misma zona, donde ya hay otra vegetación y menores densidades, pero sí en bosques del norte de la comunidad. Por ejemplo, en el valle del Árrago en la sierra de Gata o en el del río Los Ángeles en Las Hurdes. Quienes trabajan apagando fuegos en el monte repiten con frecuencia que si un incendio adquiere unas determinadas dimensiones, no hay forma de pararlo. Son de tal magnitud que escapan a la capacidad de extinción, y en ellos, los bomberos o los helicópteros parecen hormigas luchando contra elefantes. Es una pelea tan desigual que la opción más sensata es poner los medios para que nadie resulte lesionado mientras se espera a que la meteorología debilite algún flanco.
Antonio González Riscado Alcalde de Cedillo
Miguel Ángel Cotallo de Cáceres Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales
teresa González Fernández Decana del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes
Esto último se consiguió en Valencia de Alcántara en el año 2003, donde solo hubo un bombero herido de consideración. Pero no se logró hace dos veranos en Pedrógão Grande, donde murieron 64 personas y 135 resultaron heridas. Esta catástrofe fue la consecuencia de varios factores, uno de ellos la ineficiencia del operativo portugués. En Extremadura, un incendio forestal importante pone en marcha un dispositivo en el que hay coordinadores de zona, jefe de extinción, agentes del Medio Natural, emisoristas, vigilantes, un avión de coordinación que regula el tráfico aéreo en la zona, un puesto de mando avanzado, una unidad de análisis meteorológico... En el país vecino, algunas de estas herramientas humanas y materiales no existen o no están tan definidas. No es solo que haya menos medios. Es que están peor organizados y menos profesionalizados, coinciden en señalar varios técnicos con amplia experiencia en la materia. En contraste, tienen algunos de los mejores investigadores de Europa en esta materia. «El que vea cómo se trabaja ante un gran incendio forestal (un GIF, que son los que superan las 500 hectáreas) en Portugal se llevaría las manos a la cabeza si lo compara con uno en Extremadura», asegura uno de estos especialistas.
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De hecho, tras el incendio de Pedrógão Grande, técnicos lusos visitaron la región para tomar nota de algunas rutinas de trabajo del Infoex. «En Portugal, de la extinción se ocupan fundamentalmente bomberos urbanos y el servicio de Protección Civil -expone Cotallo-. Además, la extinción y la prevención, que es casi nula, van cada una por su lado, de modo que se puede decir que la mano derecha no sabe lo que hace la izquierda».
En Extremadura, Protección Civil no tiene entre sus misiones la de sofocar las llamas, y los bomberos urbanos y forestales son cuerpos bien diferenciados. Los primeros dependen de las diputaciones (los Sepei), y del Ayuntamiento en el caso de Badajoz, la única ciudad con parque municipal, mientras que los forestales (los que visten de amarillo) conforman el Infoex, gestionado por la Junta. La diferencia es tal que en más de una ocasión, los forestales se han quejado de que si un fuego en el campo entra en un pueblo y prende una casa, ellos no están autorizados a intentar apagarlo si no hay una dotación de urbanos dirigiendo esas labores. Los del Sepei, por su parte, ayudan a apagar las llamas en el monte, pero solo si antes lo ha pedido el operativo regional.
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Lo más parecido que hay en el país vecino a los bomberos forestales son los componentes de la FEB (Fuerza Especial de Bomberos), habitualmente llamados 'canarinhos'. Contando todos los que hay repartidos por el país suman menos de la mitad de los que tiene Extremadura. Y no solo apagan fuegos. También hacen rescates subacuáticos o de montaña y prestan apoyo humanitario ante catástrofes naturales.
Esta estructura deficitaria en número, formación y organización ralentiza el ataque inicial al incendio, el que procura hacerse en los primeros 20 minutos desde que surge, y que es un periodo clave. Y hay que añadir un factor más: la elefantiasis de la administración portuguesa, donde cualquier trámite, si quiera renovar el cartão de cidadão -el equivalente al DNI español- se demora habitualmente por encima de lo tolerable. «Nosotros convocamos un concurso para alquilar helicópteros y lo resolvemos en unos pocos meses, y a ellos les puede llevar un año», explica alguien que conoce de primera mano esta parcela.
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A la falta de bomberos forestales, las deficiencias del operativo, la escasa prevención y la excesiva burocracia haya que añadir dos factores más. Uno es que «el monte está en manos privadas casi al cien por cien, lo cual no ayuda a que esté limpio, mientras que en Extremadura la situación no es tan enormemente desfavorable por varios motivos, entre ellos que hay una mayor tutela pública», expone Cotallo. Y el otro es la proliferación de viviendas aisladas en mitad del campo. Es decir, la falta de regulación de la interfaz urbano-forestal.
«En Portugal -expone Cotallo- es habitual encontrarse pueblos con buena parte de sus casas esparcidas por el monte que rodea al casco urbano». Esto sucede también en Extremadura, donde se calcula que hay unas 50.000 construcciones en medio del campo y sin un perímetro de seguridad limpio de vegetación, pero en suelo luso, la situación en este punto es aún peor. Una de las consecuencias de la proliferación de estas casas de campo es que los servicios de extinción no pueden centrarse en echar abajo las llamas.
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Al final, se da una conjunción de factores que eleva las posibilidades de que un incendio en Portugal se desmadre, y si esto ocurre cerca de la frontera, como está sucediendo este año, aumentan las posibilidades de que acabe salpicando a Extremadura. «El fuego no entiende de fronteras administrativas», resume de modo pedagógico Teresa González Fernández, decana del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes de Extremadura. «Lo que nos debe aterrar -propone- no es la cercanía de Portugal, que ha estado y estaría siempre ahí, por suerte para nosotros porque es un país maravilloso, sino otras realidades, como los megaincendios (algo así como un fuego con varios GIF dentro, simplificando mucho), que ya están aquí y son imposibles de frenar, el abandono del campo o el ritmo al que se han precipitado los efectos del cambio climático, que nos ha traído más sequedad y más viento».
Estos dos últimos elementos son parte de la alimentación básica de cualquier gran incendio, junto al combustible grueso (troncos y ramas grande, principalmente), que en La Raya abunda. «En muchos puntos, el paisaje portugués y el extremeño son idénticos», apunta la decana. «Hablamos de las mismas formaciones vegetales -amplía-, si acaso con la diferencia de que ellos están a mayor cota que nosotros, y eso hace que se note más el viento incluso en zonas alejadas del océano Atlántico». En este panorama, y teniendo en cuenta que «nuestro sistema de defensa anti incendios forestales es muy bueno», ella apuesta por modelos como «el aprovechamiento de la biomasa y también los que crean discontinuidades en el paisaje».
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Esas sierras de aquí y del otro lado de la frontera las conoce bien Francisco Parras, coordinador del programa Plantabosques, que Adenex (Asociación para la Defensa de la Naturaleza en Extremadura) creó en el año 2004 y que ha permitido reforestar espacios naturales castigados por el fuego en la región y en el país vecino. Grupos de voluntarios han resucitado el verde en parajes de Viseu y Tondela y en la sierra de São Mamede (una amplia extensión que coincide con La Raya desde unos kilómetros al sur de Cedillo hasta más allá de La Codosera). «En São Mamede, el grupo de 50 voluntarios españoles y 50 portugueses plantó sobre todo encinas y alcornoques para ir sustituyendo eucaliptos, y en Viseu y Tondela, 56 personas plantaron fundamentalmente castaños y alcornoques», detalla Parras.
Su relato, como el del alcalde 'Botines', deja claro que los lazos entre Extremadura y Portugal en torno a la frontera son estrechos. Lo refrenda Víctor García Vega, exalcalde socialista de Piedras Albas. «En el pueblo -cuenta-, en estos días es muy normal que el paseo de la tarde-noche se alargue hasta la Peña Burraca o el Canchal de los ojos, para ver desde allí cómo evolucionan los incendios que haya en Portugal». «Mucha gente en el pueblo -concluye García Vega- va a comprar a Idanha-A-Nova o a Castelo Branco, hay un trato frecuente y cordial con la gente de allí, por eso, estos días atrás se te encogía el alma cuando los veías llorar». Por los malditos incendios, el motivo de cada verano.
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