«Estoy contento, feliz», dice José Antonio Recio a modo de balance de su vida en Cadalso, adonde llegó en el año 2008. palma

De informático en Málaga a cabrero en Extremadura

José Antonio Recio es el neorrural perfecto, el que la región lleva décadas buscando: cambió la ciudad por Cadalso, un pueblo que gracias a él tiene tres niños y un negocio más

Domingo, 5 de febrero 2023, 07:28

Si a la Junta de Extremadura le preocupa de verdad frenar la despoblación, esa espada de Damocles sobre el cuello de todo lo que no sea una ciudad y de cierto tamaño, debería ponerle una alfombra roja a José Antonio Recio Martín (44 años). ... Porque es el neorrural perfecto, el que la administración busca desde hace décadas, la materialización práctica de lo que proponen en los papeles las comisiones y grupos de trabajo y comités y programas y cátedras y demás organismos oficiales que llevan lustros teorizando sobre la cuestión. Si no fuera por él y su familia, Cadalso (Cáceres, Sierra de Gata, 414 habitantes) tendría cinco vecinos y un negocio menos. Y esto son palabras mayores para cualquier pueblo de censo menguante, que son todos excepto unos pocos privilegiados que representan la excepción que confirma la regla.

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«La decisión de cambiar de vida –evoca– la tomé haciendo el Camino de Santiago. Estuve 33 días. Lo hice solo, desde Saint Jean Pied de Port hasta Finisterre». A la localidad francesa, Jose Antonio llegó en tren procedente de Málaga, donde nació y donde en ese momento trabajaba como técnico informático en una empresa familiar. «Allí –cuenta– no me iba mal económicamente, pero estaba cansado del estrés y todo eso. Hice el Camino y dije: 'Esto se acabó'. Y le eché valor y me vine aquí».

'Aquí' no era un lugar desconocido para él. Cadalso es el pueblo de su madre, y también el de los veranos felices de su infancia y adolescencia. «Es un sitio que te enamora», define Recio, que se instaló en la localidad en 2008. «Los dos años anteriores a venirme, me estuve preparando –recuerda–. Hice cursos de agricultura ecológica y permacultura. Y ahorré. Con el dinero que reuní me compré una caravana y me vine con ella al pueblo. Al llegar, me compré un terreno que había visto el año anterior y que me parecía que tenía posibilidades. Y así empecé».

Su propia quesería

Lo cuenta junto a la puerta de su quesería, que es la prueba de que no le está yendo mal. «Al principio me vine solo –echa la vista atrás–. Sembré un huerto tradicional y aprendí de lo que hacían aquí entonces, que todavía había gente que labraba con mulo. Compré mulos, caballos, burros... Al venir mi pareja, vimos que con la huerta no era suficiente y que había que hacer algo más. Lo intentamos con un invernadero pero no salió. Tiramos para adelante vendiendo nuestros huevos, lechugas... Y cuando tuvimos el primer hijo, hace doce años, empezamos con las cabras. Primero compré una, luego dos, después cuatro más, y así hasta que me junté con 15. Luego me uní a otro cabrero y compartíamos el rebaño. Nos turnábamos para salir a pastorear. Aquello era genial, porque tenías tiempo para todo: para atender la huerta, y a las gallinas, los mulos, las cabras... Empezamos a hacer queso y nos fue bien, así que decidimos comprar más cabras. Compré unas cuarenta chivas hace siete años, y en total nos juntamos con unas setenta. Pudimos hacer una nave, comprar más cabras y seguir produciendo leche, y al final nos decidimos a dar el paso de montar la quesería».

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El rebaño de Recio, en los montes de Cadalso. palma

Aparte de varios tipos de quesos, también elaboran y venden caldereta de cabrito, bajo la marca 'Terra capra'. José Antonio está particularmente agradecido a los técnicos del Proyecto Mosaico (de la UEx y la Junta), por la ayuda que le han prestado para poder llegar hasta donde está hoy.

Además de esta faceta empresarial, el malagueño es también lo que algunos llaman 'pastor bombero', o sea, un ganadero al que la administración paga por llevar sus animales a cortafuegos y otros terrenos forestales, para que se comen la vegetación fina y así disminuya el riesgo de incendios. El Gobierno regional le abona a través de la empresa pública Tragsa unos 6.500 euros por seis meses de pastoreo preventivo, una tarea que él define como «un modo genial de mantener el monte limpio». «Pero digo mantener, es decir, ir con el ganado a montes que estén ya clareados, porque si el monte tiene los brezos y las jaras altísimos y está sucio, no hay modo de entrar en él con el rebaño».

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Es también empresario: él y su pareja elaboran y venden quesos y caldereta de cabrito ecológicos

«La cabra –explica Recio– se come cualquier matorral, las jaras las deja prácticamente peladas, y se come los brezos y hasta los helechos, y también el pino que nace, pero si dejan de pasar por ese sitio, ese pino que ha nacido crecerá. Con las cabras se consigue mantener a raya el volumen de ese monte bajo que muchas veces es clave que explica que los incendios crezcan».

Él se hace cada día entre 15 y 18 kilómetros andando durante seis o siete horas con sus 230 cabras, en una labor que en mayor o menos medida ayuda a reducir el riesgo de incendio en un paisaje que es de los más amenazados de la región.

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«Este valle (el del Árrago) tiene un riesgo máximo, si no ha ardido ya es porque Dios no ha querido –dice el pastor y empresario–. Si alguno de los incendios que ha habido en los últimos años no se ha extendido, ha sido gracias a las labores preventivas que se han hecho en los últimos años en los márgenes de las carreteras, que es donde empiezan la mayoría de los incendios. Esa limpieza de márgenes, más la falta de viento en momentos claves y la rápida actuación de los bomberos, explican que no haya habido más incendios grandes».

El miedo al fuego

El temor al fuego, dice José Antonio, le acompaña cada día que sale con su ganado al monte en verano. «Llegas a pasar miedo, porque muchas veces estás en sitios en los que sabes que si se produce un incendio, no sales», explica el malagueño que hace ya casi quince años cambió su ciudad con playa por un pueblo en la comarca más bohemia y jipi del norte extremeño.

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Hoy hace balance y no duda un segundo. «Estoy muy contento, estoy feliz –dice José Antonio Recio–. Aunque económicamente, llegar al punto en el que estoy ahora me ha costado mucho dinero. Dinero que debo. Y es un trabajo duro. Doy muchas horas cada día, y no tengo vacaciones. Aquí, los días de vacaciones son los días que llueve. Pero compensa». Y lanza el cabrero y empresario, el perfecto neorrural, una última reflexión. «Esto de venirte a vivir a un pueblo –apunta–, lo puebles hacer solo si tienes un respaldo económico. Si no, es imposible. Y lo que hay que intentar conseguir es que otra mucha gente haga lo mismo que hemos hecho nosotros, cambiar la ciudad por un pueblo, porque creo que al final somos una fuente de riqueza económica para la zona».

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