La inspiración del útero rosa
Los bebés y sus zarrios ·
Ser abuelo significa escribir rodeado de tronas, tigres y gatitos verdesLos bebés y sus zarrios ·
Ser abuelo significa escribir rodeado de tronas, tigres y gatitos verdesJosé Manuel Ciria. Artista reconocido. Nació en Manchester hijo de emigrantes vasco y castellana. Estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, largas estancias en Nueva York y Berlín. Conoció el museo Vostell en los 80 y le pareció que no había nada ... similar. En 2018, preparando en Malpartida una exposición para el museo, descubrió la palabra zarrios. Ultimaba 32 vallas pintadas en la verja de la dehesa de San Isidro, bolas rojas para la charca de los Barruecos, coches destruidos en la plaza de toros con bailarinas danzando... ¿Zarrios? «Estoy en contra del 'cachivachismo', soy más conceptual. Tras conocer el museo Vostell y preparar esta exposición, sé que podría contradecirme defendiendo el cachivache y el concepto a la vez, pero he encontrado la superación de la contradicción en esta maravillosa palabra extremeña: zarrio», explicaba.
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Zarrio, hermosa palabra que creemos extremeña, pero resulta que en la televisión pública aragonesa hay un programa titulado así: 'Zarrios', que se cuela en altillos, trasteros y desvanes para contar la historia de los cachivaches inútiles. En el diccionario de la RAE, significa basto, barro, pingajo, tira de cuero… En Extremadura, un zarrio es un trasto y luego están las casas con bebé, que se han convertido en la mayor concentración de trastos, útiles durante unos meses y luego totalmente inservibles para desesperación de las abuelas, que desde que entran en casa de sus nietos hasta que salen, no dejan de exclamar: «¡Madre mía, cuánto zarrio!».
Es alucinante la cantidad de juguetes, artefactos y aparatos que necesitan los bebés modernos. Sus casas parecen una mezcla de juguetería, farmacia, mercería y bazar. No es posible dar un paso sin tropezar con un peluche, un tapete, una trona, un recinto vallado, un juego didáctico, otro recinto… ¡Caramba, un gato! La locura.
Este pandemonio de cacharros tiene utilidad durante un año, después, hay que desprenderse de ellos como sea. Los padres se ponen alerta hasta descubrir un nuevo bebé en el entorno, que será quien herede el avispero de zarrios. Puede ser, incluso, que herede zarrios de cuatro y así es comprensible que sus casas se conviertan en un trastero donde es imposible dar un paso sin tropezar. Aunque lo malo es que también las casas de los abuelos se convierten en una sucursal del zarrio infantil. Desde que escribo en periódicos, mi estudio ha sido un lugar tranquilo y despejado donde solo había butacas, mesas, ordenadores y libros. Desde que tengo nieta, escribo rodeado de una hamaquita gris, una trona blanca, un osito morado, un gatito verde, un muñeco cursi que dice moñadas si aprietas su corazón rojo y un útero rosa.
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¡Un útero rosa! ¿Se imaginan ustedes lo que supone escribir estos artículos teniendo frente a mí un útero de color rosa? Ya, ya sé que es un peluche pedagógico, igualitario, educativo y moderno, pero impresiona. Detengo la escritura para reflexionar, levanto la cabeza, pierdo la mirada buscando inspiración y allí está el útero sugerente, sorprendente, trascendente. Porque el gatito verde y el osito morado son inocuos y asépticos, pero el útero deja perplejo, inquieta, hace pensar. Supongo que de eso se trata, de pensar que la vida empieza ahí, en ese peluche rosa y trascendental en el que todo nace y fragua.
No sé si el agobio provocado por tanto cacharro se nota en lo que escribo. Igual, hasta soy más sensible y humano gracias a la influencia del útero rosa. Cuando mi nieta crezca, podré ceder los zarrios a otro abuelo, aunque creo que me quedaré con ese útero que tanto me asombra y tanto me inspira.
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