Pablo Borrega García lleva trabajando como oncólogo médico 33 años y es el jefe de este servicio del Complejo Hospitalario Universitario de Cáceres. En estas últimas décadas asegura que la manera de enfrentarse al cáncer ha cambiado radicalmente.
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«Pertenezco a una generación que se ... formó cuando apenas existían tratamientos eficaces. Además, los pacientes llegaban con la enfermedad muy avanzada y centrábamos nuestro trabajo en los cuidados paliativos. Ahora te sientas delante de un paciente y tienes una biopsia, su perfil genético y sabes qué puedes hacer», afirma.
Borrega ya no usa tanta morfina como antes, una buena señal porque los enfermos ya no la necesitan tanto. «Cuando miro al paciente oncológico y pienso en su perspectiva de futuro es todo mucho más optimista. Si hace diez años tenían una expectativa de vida corta, ahora como poco tienen el 50% de probabilidades de curarse y, hasta que llegue el peor momento de la enfermedad, los avances pueden ser muchos».
El panorama cambió cuando se secuenció el genoma humano y empezaron a entender cómo funciona el cáncer. «Hoy, gran parte de los tumores se tratan con medicina personalizada», apunta Borrega. Se refiere a que usan el perfil genético para guiar el tratamiento.
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«Probablemente de aquí a muy poco tiempo casi todos serán así y la inteligencia artificial ayudará mucho en el tratamiento», afirma. «En el momento que se pueda incluir y procesar la estructura de las proteínas, los genes implicados y los que no lo están será un gran avance», añade.
Consciente de que «el cáncer sigue siendo una enfermedad mortal, pero que ahora hay muchas posibilidades de curarse», Borrega demuestra, con una realidad, que la supervivencia ha aumentado. «En los hospitales de día no se cabe y eso es porque cada año hay un 20% más de pacientes, lo que significa que viven más y tienen acceso a más tratamientos». También asegura que faltan oncólogos.
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Para el sistema sanitario eso «es un desafío» y, en ese sentido, tiene puesta gran parte de su esperanza en las campañas de diagnóstico precoz. «Se espera que el mayor impacto de este tipo de programas sea a partir de 2030. Será cuando los tumores con más prevalencia se diagnosticarán antes y no precisarán, por tanto, tratamiento. En consecuencia, la carga asistencial será menor. Pero hay que esperar a que eso se cumpla».
En cuanto a la prevención, dice que hay que estar atentos ante cualquier síntoma fuera de lo normal. Y pone como ejemplos una ronquera que no se quita, una tos persistente en un no fumador o un cambio de hábito intestinal.
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