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Javier Ponce de León cumplió el pasado jueves, 10 de enero, 43 años. Sin embargo, en su calendario hay una fecha mucho más importante: 27 de junio de 2007. Ese día empezó a recuperar lo que el juego le había robado. Se dio cuenta de que sus horas no podían girar en torno a una ruleta y eligió ser dueño de su propia vida. Atrás dejaba una historia marcada por la adicción.
Hoy, con la fortaleza de haber recuperado su libertad y sin miedo al estigma social, rememora cómo empezó todo. «El juego siempre me gustó. Jugaba a las chapas o a las canicas con los amigos en el parque del Rodeo de Cáceres y ya apostaba la paga. Eso eran cosas de niños», recuerda antes de detenerse en sus 29 años.
«Empecé a ir a los casinos y me pasó lo peor que le puede suceder a una persona que tiene predisposición a este tipo de adicciones. Empecé ganando y pensé que era algo fácil. Cuando me quise dar cuenta estaba metido hasta las orejas». Con esa expresión se refiere al bucle en el que entró y al dinero que gastó durante los años en los que el juego dominó sus días y sus noches.
Cuando piensa en números, resopla. «Es difícil dar una cifra exacta, pero sé que si no hubiera gastado tanto dinero ahora tendría una muy buena casa y un gran coche», comenta. «Si digo que en torno a 300.000 euros no me equivoco», añade.
«Planeaba la estrategia con tiempo. Podía tirarme dos semanas analizando un plan. Luego, un día lo dedicaba exclusivamente a jugar y lo ponía en práctica. Llegaba al casino a las cinco de la tarde y estaba allí hasta las cinco de la madrugada», explica Javier para referirse a la etapa en la que vivía en Madrid. Por aquel entonces trabajaba en una empresa de seguridad.
De aquello ya no queda nada. «La que era mi mujer me echó de casa y, con una mano delante y otra detrás, regresé a Cáceres. El juego me quitó la libertad, el trabajo, a mi mujer y a mis amigos. Sobre todo me robó la capacidad para relacionarme en el entorno de la gente que me quería. Era un zombi. Los únicos que me quedaron fueron mis padres y mi hermana», reconoce.
Hoy puede decir que hace once años que no juega. A los 32 fue la última vez. Él se autoprohibió la entrada en este tipo de locales. «Fue cuando se descubrió el pastel y mi vida dio un giro de 180 grados. Mi padre subió a Madrid y me aseguró que algo no cuadraba. Debía dinero. A partir de ahí lo reconocí todo. Eso sí, esa fue la noche que mejor dormí. Fue una liberación», asegura tras explicar que tuvo que regresar a Cáceres. «Mi padre fue mi brújula y mi guía; él me ayudó a salir del pozo».
Sin embargo, el camino de la recuperación lo ha tenido que recorrer él. «Cuando empiezas la terapia primero te preguntas qué ha pasado. Luego pasas a tener miedo al juego, seguidamente lo odias y lo rechazas. Incluso te da asco. Más tarde llega la indiferencia», comenta. «Te das cuenta de que forma parte del paisaje e intentas obviarlo. Es complicado porque cada minuto te bombardean con imágenes que aluden al juego. En la calle, en la televisión, en la radio, cuando ves un partido de fútbol o en los bares. Sin embargo, sabes que te hace daño y lo evitas».
Javier Ponce de León actualmente ayuda a otras personas que están pasando por lo mismo que él padeció. Lo hace desde la Asociación Cacereña de Jugadores de Azar en Rehabilitación (Acajer). En ella llevan a cabo terapias dirigidas por un psicólogo a las que cada vez asisten más jóvenes. «Hay muchos chavales adictos al juego. En la asociación hay varios chicos que tienen 20 años y están recibiendo ayuda. Solo en las últimas semanas han llegado dos», apunta Javier, quien detalla que la media de edad del adicto ha bajado considerablemente y se sitúa por debajo de los 30.
«El juego online está haciendo mucho daño y contra eso es muy difícil actuar. Algunos jóvenes viven pegados al móvil y la legislación en este asunto tiene muchas lagunas. Los políticos solo se llevan las manos a la cabeza cuando les tocan el bolsillo y no saben cómo atajar este tsunami», dice Javier. Se apoya en su experiencia y en datos.
La Unión de Consumidores de Exremadura destaca que entre el tres y el ocho por ciento de los adolescentes tiene una adicción al azar, en la mayoría de los casos relacionada con las apuestas deportivas. «Los jóvenes ya no quedan en el parque, ahora lo hacen en la puerta de las casas de apuestas», lamenta Javier. Alude a la cantidad de negocios de este tipo que han proliferado durante los últimos años. En 2014, la cifra de locales habilitados para apostar en Extremadura era de 14 establecimientos. En la actualidad, según la Consejería de Hacienda y Administración Pública de la Junta, la región cuenta con 114.
Javier Ponce asegura que no pisa ninguno de esos locales. Está totalmente rehabilitado y trabaja como asesor energético. «Ahora no me va nada mal», dice sonriente. «La ludopatía es algo que muy poca gente entiende. Es una adicción más, con los mismos patrones que las relacionadas con sustancias. Solo que aquí todo es psicológico», añade con la esperanza de que su historia ayude a muchos otros. «De esto se puede salir pero hay que estar dispuesto a hacer sacrificios. Hay que aprender a no mentir y a ser humilde».
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