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Junqueras en Esparragalejo
CARTA DE LA DIRECTORA ·
El indiscutible líder del independentismo fija con firmeza su posición: o nos dejáis poner las urnas y preguntar a los catalanes si quieren la independencia, o no hay investidura de Pedro SánchezSecciones
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CARTA DE LA DIRECTORA ·
El indiscutible líder del independentismo fija con firmeza su posición: o nos dejáis poner las urnas y preguntar a los catalanes si quieren la independencia, o no hay investidura de Pedro SánchezMe gustaría ir a Esparragalejo, en Extremadura, y a Torre de Pedro Gil, en Jaén, donde nacieron mis bisabuelos, para hablar con la gente y explicarles lo que somos, porque sin diálogo es imposible entenderse». Así acaba la entrevista con Oriol Junqueras que publicó La Razón el pasado viernes.
No es la única apelación al entendimiento que hace Junqueras. Toda la entrevista está dedicada a pedir diálogo al Gobierno y a establecer las condiciones para que ERC permita la investidura de Pedro Sánchez: una mesa bilateral en el que se sienten cara a cara ambos gobiernos, el catalán y el español, y el derecho a hacer un referéndum de autodeterminación. Es decir, la mismas demandas que antes del 1-0. Más un plus, la amnistía para los condenados por el procés.
Junqueras, que es el indiscutible líder del independentismo, fija con firmeza su posición: o nos dejáis poner las urnas y preguntar a los catalanes si quieren la independencia, o no hay investidura de Pedro Sánchez con los votos de ERC.
Si alguien pensaba que dos años de cárcel iban a ablandar al líder se equivocaba. «La prioridad no es salir de la cárcel», dice en otro momento. «No me arrepiento de nada», añade para demostrar que no se ha movido ni un milímetro desde 2017. Ni medio. «Declarar la independencia y hacer un referéndum no es un delito», insiste.
Y si Junqueras y ERC parece que están clavados al suelo, ¿a quién le toca moverse para propiciar ese acuerdo que todos dicen ansiar? ¿Al PSOE?
No ha sido casual el momento de conceder la entrevista. Junqueras exhibe sus bazas en plena negociación para que ERC facilite la investidura de Sánchez; y, de paso, y aterroriza con sus exigencias a la mitad de los socialistas (especialmente a los históricos), que temen que las cesiones que se pacten sean insoportables. Ya lo dijo Rufián hace tres meses: después será más difícil el acuerdo. Los resultados electorales le han acabado dando la razón al colocar a los socialistas en el borde del precipicio. No pueden ir a unas terceras elecciones y no pueden saltarse la Constitución, como reclama ERC. Cabalga ese tigre, Pedro Sánchez, el tigre del independentismo irredento, y arriésgate a acabar devorado por él.
La entrevista a Junqueras (que les aconsejo que lean) ayuda a conocer a un político que tiene mucho de mesías. Está místicamente convencido de su misión, llevar a Cataluña a la tierra prometida de la independencia, y no le importan ni los costes sociales que acompañen ese camino ni los sacrificios personales, como su estancia en la cárcel.
Es cierto que envuelve toda su retórica con una constante apelación al diálogo, pero leyéndole una acaba convencida de que esa oferta para sentarse y hablar de todo tiene trampa, porque él no está dispuesto a moverse de su fe independentista. Son los demás quienes deben acercarse a sus postulados.
Una periodista catalana me decía hace unos días que los políticos de Madrid siempre se han equivocado con Junqueras. Todos confiaron en sus buenas palabras y se sintieron engañados cuando vieron que adoptó las posturas más radicales. Quienes le conocen no creen que haya cambiado, por más que apele al diálogo. Hablando se entiende la gente, recalca el expresidente de la Generalitat al anunciar su deseo de visitar los pueblos de sus bisabuelos.
Y es cierto, hay que hablar, pero surge la duda de si Oriol Junqueras no querrá venir a Esparragalejo como los misioneros iban hace siglos a tierras de conquista, no a comprender a sus habitantes, a los infieles, sino a convertirlos a la fe verdadera; a convencer a los vecinos del pueblo de origen de sus antepasados de que los catalanes tienen un derecho sagrado a formar un Estado, digan lo que digan las leyes.
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