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EL pintor Antonio López rechazaba hace unos días en una entrevista en El País esa idea puesta en circulación, y que ya es un lugar común, de que los humanos saldremos mejores de esta pandemia; aprenderemos de este monumental bofetón que nos está dando el coronavirus. En mi modesta opinión, es probable que el viejo y sabio artista tenga razón. Quizá salgan mejores los que ya son mejores, pero la inmensa mayoría aprenderemos poco o nada. Al ser humano le gusta tropezar una y mil veces en la misma piedra.
Cierto que esta crisis está sacando a la luz comportamientos solidarios por miles, pero también se produjeron durante la recesión de 2008, y nada hace pensar que se vayan a producir los cambios, que tendrían que ser mundiales, que eviten futuras crisis sanitarias de esta entidad.
El empresario y filántropo Bill Gates, (que fue de los pocos que en 2015 predijo que podría producirse una epidemia mundial devastadora) ha abogado también en estos días por buscar una solución global. Ya es evidente que los nuevos virus que aparecen en China, en África, en Arabia, si llega el caso, son cosa nuestra. O hay una estrategia mundial o estaremos al albur de que mañana otro virus, tan peligroso como el coronavirus o más, salte de un murciélago o de un pangolín a un humano y mate a miles o millones de personas alrededor del mundo. Sin olvidar las enfermedades que ya están matando por miles a diario, como la malaria, a la que no hacemos demasiado caso porque de momento no afecta a los países más desarrollados.
Y si se necesitan soluciones mundiales también se necesitan líderes mundiales. Es curioso que en estos días tan extraños todos escuchemos con más atención a los científicos que a los políticos. A esos investigadores a los que durante años se les ha negado la financiación para trabajar en sus laboratorios se les pide ahora que inventen a toda prisa una vacuna que nos haga inmunes al coronavirus. Ni siquiera estoy segura de que, pasado el susto, se les financie mejor. Volverán a sus laboratorios y nos olvidaremos de sus nombres hasta la próxima.
Echamos la vista alrededor en busca de líderes que no trabajen solo para obtener un buen resultado en las próximas elecciones y no vemos a nadie. Si exceptuamos a Angela Merkel, que parece haber afrontado sin aspavientos y con inteligencia la crisis, solo se divisa populismo. En España y, peor aún, en países claves como Estados Unidos, México, Brasil o Reino Unido. En este último solo el hecho de que su primer ministro cayera enfermo le ha hecho recapacitar y tomarse en serio la pandemia.
Otra idea que circula mucho, probablemente tanto como el virus, esas simples hebras de ARN tan dañinas, es que la sociedad, empezando por la española, es mejor que sus políticos. Todos los que no somos políticos nos apuntamos entusiasmados a ella, sin detenernos a analizar si es cierta. ¿De verdad los españoles somos mejores que esos gobernantes al que ya se le ha colgado la etiqueta de «el peor Gobierno en el peor momento»? ¿O se trata de apuntarnos a la reconfortante idea de que todo lo malo que nos pasa es culpa de los otros?
Una idea por cierto muy querida por populistas y nacionalistas de todo pelaje, como se puede comprobar en las declaraciones delirantes de los secesionistas que proclaman que si Cataluña hubiera sido independiente hubiese tenido menos muertos. Me gustaría ser optimistas y concluir, en contra de Antonio López, que a la postre algo aprenderemos, pero hay que reconocer que algunos no nos lo ponen fácil.
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