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Día 1: El Rey llega a Las Hurdes
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HOY reconstruye el viaje de Alfonso XIII por la comarca en 1922 y lo conecta con el presente. La primera noche fue la única de la visita que el rey pasó en una casaLas Hurdes no existen. Esas Hurdes del paludismo desbocado, el bocio, el cretinismo, el enanismo y el hambre aguda que Alfonso XIII recorrió hace cien años no se parecen ya a las que su bisnieto visitará el próximo día 12. De aquel lugar al que ... las crónicas de hace un siglo describían con adjetivos que hoy da pudor reproducir quedan recuerdos, libros y fotos como las que Felipe VI verá el próximo día 12 en el Centro de Documentación de la comarca. Está en Pinofranqueado, y las calles que lo rodean eran la semana pasada un museo del agujero. Las estaban poniendo guapas para su majestad, que verá allí una exposición sobre esa visita que su bisabuelo hizo a la comarca entre el 20 y el 24 de junio de 1922. Al cumplirse un siglo, HOY reconstruye ese viaje histórico y lo conecta con el presente. Hasta el próximo martes, este diario publicará una serie de reportajes especiales que conforman un recorrido visual y periodístico con fotos, textos y testimonios de entonces y de ahora. Empezamos.
Que Las Hurdes no existen –las de Alfonso XIII de 1922, las de Buñuel de 1933, las de Unamuno de 1913, las de la leyenda negra, en definitiva– lo escribió hace veinte años el periodista hurdano Javier Rodríguez Marcos en ‘Relatos al atardecer’, un librito delicioso de la Editora Regional de Extremadura que reúne piezas breves de varios de los mejores escritores nacidos en la región (Cercas, Landero, Valverde, Hidalgo Bayal, Fuentes, Ángel Campos). «Las de hoy –escribía Rodríguez hace dos décadas–, iguales a cualquier sitio y distintas a cualquier sitio del mundo».
No existe en Extremadura un lugar que se parezca a Las Hurdes. Ni ahora ni en 1922, cuando se hablaba del sitio como un reducto casi salvaje aislado de toda civilización. El 20 de junio de ese año, martes, a las ocho y media de la mañana salieron del palacio de Aravaca en Madrid cinco coches oficiales. En el segundo de ellos va Alfonso XIII, con cuatro pasajeros más: el ministro de la Gobernación señor Piniés, el Duque de Miranda y los doctores Varela y Marañón. Este último, de hecho, tiene mucho que ver con la decisión del rey de viajar a la comarca extremeña.
Marañón la había recorrido dos meses antes, junto a los doctores Goyanes, Ortega y los extremeños Bardají y Sánchez Hoyos, el conde de la Romilla, el hispanista francés Maurice Legendre y el antropólogo Luis Hoyos Sainz. Esa expedición médica a la zona dio pie a un informe titulado ‘El problema de Las Hurdes es sobre todo sanitario’, que incluía datos preocupantes de incidencia de varias enfermedades y también de mortalidad. Y propició también que el famoso galeno y escritor animara al monarca a ver aquello que él ya había visto. Algo parecido había hecho en 1904 el obispo Jarrín, de Plasencia, que llevó a un grupo de hurdanos a Salamanca para que el rey les conociera. Entre las llamadas de atención de unos y otros, Alfonso XIII acabó por tomar conciencia del problema y se puso en marcha, animado también por la situación que vivía España en ese momento.
«El viaje tuvo un componente importante de operación de marketing», sitúa Luciano Fernández, que en 1979, nada más acabar la carrera de Historia en la Universidad de Extremadura, se integró en un equipo de recién licenciados liderado por el antropólogo y sociólogo italiano Mauricio Catani, fallecido en 2005 y uno referente en los estudios sobre Las Hurdes junto a Legendre.
«Alfonso XIII y sus partidarios –amplía Fernández– vendieron esta expedición como una prueba de que la monarquía se ocupaba hasta de sus súbditos más necesitados, pero le sirvió para desviar la atención de la gran crisis que sufría el país, tan profunda que al año siguiente empezó la dictadura de Primo de Rivera».
Ese rey desde la cuna que empezó a ejercer a los 16 años, mujeriego y que salió de España con prisas tras dejar el trono en 1931, enfiló el camino hacia el norte cacereño con la idea de recorrerlo durante cuatro días. Dejó atrás Madrid, a las diez de la mañana pasó por Ávila y más tarde por Béjar, para entrar en Extremadura por el valle del Ambroz.
luciano fernández
Profesor de Historia, expertos en Las Hurdes
Atravesó Hervás y paró en una arboleda junto a la fuente de Las Cañadas, a dos kilómetros de Aldeanueva del Camino. «Tras el almuerzo –relataba ABC–, el monarca trabó conversación con un mozo del pueblo, que resultó ser el cabo de Húsares de la Princesa, que está en uso de licencia, reponiéndose de las heridas que sufrió en África. Llámase el mozo Martín Torres. Le acompaña su hermano Lucio, que también estuvo tres años en Marruecos. La conversación que el rey sostuvo con Matías fue interesantísima. Le dio un cigarrillo y le hizo muchas preguntas acerca de las acciones en que tomó parte».
La información que sostenía estas páginas se basaba en los partes de Gobernación, que se enviaban a las seis de la tarde y llegaban a la capital del reino el día siguiente sobre las once de la mañana. La comitiva real incluía un periodista, García Mora, y un fotógrafo, Campúa. Otros redactores iban siguiendo al séquito a la distancia marcada por el ministro Piniés, entre ellos Latorre, del periódico ‘La acción’, que acaparó las conversaciones del días tras caerse del caballo y dislocarse un codo.
Entre vítores, el rey pasó por Aldeanueva del Camino, y en Segura de Toro cambió el coche por el caballo, que será su medio de transporte durante el resto de su aventura extremeña. Y no siempre, porque algunos senderos tenían tanta pizarra que los animales resbalaban y no quedaba que hacerlos a pie. Esta dificultad en los senderos dejó párrafos periodísticos citados de forma recurrente cuando se aborda este primer viaje regio por Las Hurdes. «Caminos que iban dejando de ser sendas de lobos para empeorar y trocarse en atajos de perdices», decía ABC, que mantenía entonces la tesis de que «allí sería absurdo intentar una obra civilizadora, dada la absoluta inhospidad del terreno».
De hecho, el contexto de la expedición está plagado de referencias duras. En Las Cortes, el conde de la Romilla, diputado por Hoyos (en la Sierra de Gata, distrito al que pertenecían Las Hurdes entonces) lo resumió de modo ilustrativo. «En esta comarca donde viven unos ocho mil habitantes –dijo en su discurso– no hay ni una carretera ni un camino vecinal ni un médico ni un practicante ni una farmacia, y apenas hay iglesias y apenas hay escuelas. Aquí no hay nada de nada».
Para otros, la realidad era equiparable a la de otros sitios de España y el extranjero. «Las casi legendarias Hurdes se han puesto de moda, y la literatura de periódico y mitin dirige sus tiros vehementes hacia esa pobre y sin duda demasiado olvidada región de la sierra extrema», escribía José María Salaverría en ABC. Después citaba a «los doctores impregnados de tanta literatura como ciencia, y los cronistas que luchan a diario con la penuria de asuntos». Unos y otros, añadía, «se han abalanzado sobre ese un poco teatral tema de Las Hurdes». «Irlanda está llena de Hurdes», afirmaba el periodista, que mencionaba también a la Auvernia y la Bretaña francesas, «la miseria social y fisiológica de ciertos barrios populosos de Londres» y «la embriaguez que hace estragos en el campo de Normandía».
Con los ojos de hoy, Luciano Fernández cree que «con la salvedad del problema sanitario que detalló Marañón, la comarca extremeña que en esos días acaparaba titulares «no era muy distinta a otras de la España de la época, como las Alpujarras granadinas, La Maragatería leonesa o zonas de Asturias o Cantabria, es decir, lugares de montaña donde aún hoy se identifican huellas de la dificultad de desarrollo propias del aislamiento geográfico».
Esa dificultad orográfica complicó el viaje a caballo de Alfonso XIII por el norte extremeño, que coincidió con unos días de calor sofocante. Tras Segura de Toro, la expedición llegó a Granadilla y paró en un ventorro a refrescarse. Después este pueblo, desalojado en los años sesenta para hacer sitio al pantano de Gabriel y Galán si bien al final no lo inundó, el rey siguió hasta Mohedas y de allí a Guijo de Granadilla, donde le presentaron a dos hijos del poeta Gabriel y Galán. A las seis y media de la tarde, Alfonso XIII entró en la plaza de Casar de Palomero, llena de público. Era el primer punto y seguido de su histórico viaje por Las Hurdes.
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