Para combatir ese complejo tonto de ser los últimos en casi todo, los extremeños, desde niños, nos aferramos a rankings rebuscados en los que destacamos. Por ejemplo, que Cáceres y Badajoz son las dos provincias más grandes de España y, uniéndolas, suman casi tantos kilómetros ... cuadrados (41.635) como los Países Bajos (41.850). También nos gusta presumir de que Cáceres (1.750,33 km2) tiene el término municipal más grande de la nación, casi tan extenso como toda la provincia de Gipuzkoa (1.991,20). Pero es que Badajoz es el tercero (1.470,43) con Lorca (1.675,21) en medio.
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Esa calificación se repite al contar el número de vacas: Cáceres y Salamanca liderando y Badajoz tercera. Y ya que estamos con las clasificaciones agropecuarias, ahí nos salimos, provocándonos una gran satisfacción estar en el podio de productores de arroz, maíz, ganado ovino, caprino, equino y porcino ibérico, toros de lidia, tomate, tabaco en rama, corcho, higos, soja, frambuesa, carbón vegetal, cereza, derivados del olivo... Y qué decir de la producción de energía: somos la región que más energía genera con un balance de 19.617 GWh tras restar la consumida, estando a continuación Castilla y León con 13.346.
Así que podemos presumir de ser la despensa alimenticia y energética de España. Si es que nos sobra comida, nos sobra energía y nos sobra agua (somos la región con más agua embalsada en 13 centrales hidroeléctricas y 126 presas). Con esos datos, cualquier país se monta una película nacionalista y reivindicativa que daría miedo. Pero lo peor es que también nos sobran complejos y nos sobra resignación.
Aquí nos conformamos con lo que hay y presumimos de lo que podemos. Por ejemplo, de que somos la región con más kilómetros de costa de España, otro dato incontestable, pero que mueve a risa cuando lo sueltas en Galicia o en Mallorca, donde la costa, si no es marítima, no cuenta y la nuestra, ya saben, es fluvial. Y ahí aparece el agua, nuestra gran preocupación, que nos lleva a presumir de tener el río más largo de la Península Ibérica, el Tajo (1.007 km) y el cuarto: Guadiana (818 km), o el orgullo de tener pantanos que en algún momento fueron los más grandes de Europa: Alcántara y La Serena. Ahora es el de Alqueva, que también nos toca, aunque sea de refilón.
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En Extremadura, históricamente, el agua marcaba el estado de la economía. La otoñada, lluviosa o seca, anunciaba los gastos, las compras, las inversiones y también la euforia o tristeza colectiva. Este otoño, tras las lluvias de la última semana, nos ha devuelto la sonrisa la noticia de que los grandes embalses de la región han ganado 200 hectómetros cúbicos y que el de Villar del Rey ha recogido agua para abastecer a la ciudad de Badajoz todo el año.
Eso sí, como antaño, en cuanto llovió mucho, se fue la luz en muchos lugares, por ejemplo, en gran parte de la ciudad de Cáceres, que estuvo a oscuras media hora: ni Internet, ni cocina, ni nevera, ni tele, ni agua caliente, ni ascensores... Y la quinta del carburo, la palmatoria y el orinal bajo la cama, o sea, los bisabuelos, rezongando: «Ya os lo decía yo, que tanto depender de la luz no era bueno. Antes, si llovía, se iba y si había sequía, también, pero teníamos brasero, botijo, velas, cocinas de carbón y una lumbre para sentarnos alrededor y contar historias. Ahora, ya veis, se va un ratino la luz y no sabéis qué hacer con vuestras vidas».
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Llueve y nos inundamos o se va la luz. No llueve y se nos va un dineral en comprar agua y paja para el ganado, la aceituna no cuaja y las preocupaciones nos agobian. Somos una región líder en peculiaridades.
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