Él no se da importancia, de hecho no quiere ser protagonista de ningún artículo, solo difundir su mensaje sobre la amenaza del lobo. A sus 98 años, tras una vida dedicada a la ganadería, Antonio Egea Colás constata que vivir del campo es cada año un poco más complicado y, debido a la protección de este cánido desde 2021, y que por tanto está prohibido cazar, su presencia va a más. Según la Fundación Artemisan, hay en torno a 370 manadas con un total estimado de 2.800 ejemplares, lo que supone un 26% más desde el último censo de 2014.
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Antonio Egea tiene cerdos, vacas retintas y sobre todo ovejas merinas en su finca ubicada entre Alburquerque y Herreruela. En su dilatada carrera afirma haber presenciado varias 'lobadas', que es como llama a los ataques de este predador. Las describe con horror: «sobre el ganado lanar queda el paraje sembrado de cadáveres, animales con los intestinos a la vista, borreguitos blancos inmovilizados por la muerte, reses de pie, pero inmóviles, tienen la tráquea perforada por invisibles taladros originados por los dientes de la fiera».
Don Antonio no tiene hijos y ahora la finca la gestiona su sobrino, pero la vocación le tira y él todavía visita cada semana su cabaña para confirmar los reportes que le hace su mayoral. «Al campo hay que ir, pero es una empresa y por eso no se puede llevar aislado desde un cortijo sino desde donde se toman decisiones y se hacen gestiones con clientes, proveedores...», razona este ganadero cuya lana es adquirida por empresarios textiles catalanes que aprecian la calidad en unos tiempos en que lo sintético invade los armarios y estanterías. «La lana cada vez vale menos dinero y lo mismo come una oveja con mala lana que otra que da buena lana», pone como ejemplo de lo cuesta arriba que se pone dedicarse al sector primario, por eso nunca vio claro que las autoridades declararan al lobo un animal protegido y ha escrito un artículo con el que pretende difundir una realidad nada edulcorada del lobo.
Prudente en la conversación, no termina de decir que antes se vivía mejor del campo, pero de lo que no hay duda es que este extremeño no es nada optimista cuando hace su pronóstico sobre la ganadería y la agricultura, actividades que dependen de cuestiones ajenas al empresario, empezando por la climatología. «Todas las sequías son coyunturales, pero esta está siendo muy dura ya», dice sentado en un sofá del vestíbulo del Hotel Río.
Otros factores que no controla el ser humano y obedecen a la inercia social, detalla, son la despoblación rural y por consiguiente el desmantelamiento de la mano de obra en el campo. «La gente prefiere cobrar la mitad a trabajar el doble en el campo», expone este perito agrícola para subrayar que el tema que le obsesiona y que sí están en manos del hombre, el control de la población de lobos.
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De momento, según la Fundación Artemisa, están mayoritariamente repartidos por Castilla y León, Galicia, Asturias y Cantabria, y detectándose con frecuencia en Aragón, Cataluña y Extremadura, aunque no se han confirmado grupos reproductores en estas últimas.
«El lobo no es necesario para nada. En cambio sus efectos negativos son abrumadores. Tan no es necesario que, en Gran Bretaña el último lobo desapareció en el siglo XVI y posteriormente Inglaterra formó su gran imperio. En Francia el último lobo fue abatido en 1950 en la Alta Saboya. Francia continúa siendo una nación importante», expone.
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Para Egea, prohibir la caza del lobo en España es una iniciativa de «progres» y personas «urbanitas» que no conocen el campo, por eso la posición que defiende en su artículo no admite medias tintas y llama «terroristas» a estos predadores.
«No dudamos de la buena voluntad de los que pretenden la presencia del lobo. Son gente de ciudad, completamente desinformados del tema. Si preguntamos a la gente de campo que los tiene o los tuvo que soportar o sufrir, otra sería su opinión pues se enteraría de que el lobo mata y mata mientras puede, se come lo que puede, deja tras de sí reses domésticas muertas y heridas, el lobo hace los efectos del terrorista, ¿qué hay que hacer con los terroristas?», se pregunta.
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La cabaña de Antonio Egea la inició su bisabuelo en 1850 y luego fue pasando a sus descendientes. De sus cinco hermanos, solo él estuvo interesado en vivir del campo y empezó a gestionar en 1958, cuando salió de la mili, la lana y carne de sus rebaños.
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Antes, recuerda, asistió a una Guerra Civil que dividió el país en dos bandos y de milagro no hizo desaparecer aquel patrimonio familiar. Con sus ovejas, este ganadero practicó la trashumancia hasta 1992 y esto permitía asegurar pastos verdes. Hoy día lamenta que esto no sea posible y que las nuevas costumbres faciliten las incursiones del lobo.
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«Años atrás –dice Egea al respecto–, cuando la gente habitaba el campo, cada 'atajo' de unas 250 ovejas tenía un pastor que vivía cercano a ellas, e incluso existían unas pequeñas cabañas móviles, llamadas 'chozuelos', en donde pernoctaba uno de los pastores que seguía el movimiento de los corrales o rediles, que era donde pernoctaba el ganado. Por otra parte, había mastines guardianes con su cuello protegido por collares de hierro que se llamaban 'carranclas', pero que se sepa estos perros necesitaban de la presencia del hombre que los atienda y acaricie frecuentemente. Si el mastín no encuentra el cariño humano se marcha donde lo encuentre. Como ve, en otro tiempo con el campo poblado se producían tragedias. ¿Qué sería ahora cuando las ovejas están mucho tiempo solas y que incluso el pastor se va a dormir al pueblo quedando ellas solas ante su poderoso predador».
El interés de Antonio Egea por defender al sector lo llevó a contribuir a crear en 1985 la Asociación Española de Criadores Cerdo Ibérico (Aeceriber) y también fue socio fundador de la Asociación Nacional de Criadores de Ganado Vacuno Selecto de Raza Retinta.
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