Hace frío en la planta de la agrupación de cooperativas del Valle del Jerte, el kilómetro cero de la mejor cereza del mundo. Aquí llegan, lavan, enfrían, miden, envasan y expiden las cerezas por las que se pirran en medio mundo. Aquí te cruzas en una nave con un grupo de trabajadores paquistaníes, y en otra con un inspector inglés que ha viajado para comprobar de primera mano que recibirán en su país el producto por el que han pagado, o sea, el mejor posible, la cereza inmaculada.
Esas cajas apiladas en las que escudriña el británico del chaleco fluorescente están en la última estación. Podemos llamarla 'Expedición', y la separa justo un kilómetro de la primera, 'Recepción'. Mil metros divididos en ocho paradas. Son las ocho pequeñas historias que hay tras cada una de las cerezas que vende la agrupación. Este es el relato de un viaje, el que va del árbol a la tienda.
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Mientras está en su árbol, a la cereza no le gusta el agua, de ahí que la lluvia le haga tanto daño. Pero una vez que entra en las instalaciones de la agrupación, lo primero que recibe es una ducha fría de dos minutos con el agua a entre cero y dos grados. «Hay que bajarles la temperatura, porque del campo pueden venir a 25 y hasta 30 grados», explica José Antonio Tierno,presidente de la Agrupación de Cooperativas del Valle del Jerte.
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Tras la ducha, el fruto pasa en cajas a una cámara donde hace todavía más frío que en la nave de la agrupación. La temperatura baja nada más cruzar la puerta. En esa cámara, las cerezas están a menos de cinco grados y con una humedad de entre el 98% y el 100%.
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«Apreciar el valor del conjunto de una mercancía por el valor de unas muestras». Eso es escandallar, según la Real Academia. En la estación de escandallo de la agrupación de cooperativas del Valle del Jerte hay varias pantallas de televisión que muestran cerezas que van cambiando de color y junto a ellas, unos números. Es la imagen que devuelve una máquina por la que van pasando los frutos.
Este escandallo mide la calidad de la materia primera, y en función de ella, el agricultor cobrará de la agrupación más o menos dinero por su mercancía. Si no está de acuerdo, puede reclamar una revisión.
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'Valencianas'. Un papel con esa palabra junto a un número identifica a cada máquina calibradora. Las primeras que llegaron a la agrupación eran fabricadas en Alzira (Valencia), así que el personal empezó a llamarlas valencianas, y hasta el día de hoy. En las calibradoras, cada cereza pasa por un dispositivo que mide su tamaño o calibre, y en función de él, la dirige a uno u otro ramal.
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Las calibradoras llevan las cerezas hasta las envasadoras, donde los frutos entran en el recipiente. La automatización del proceso permite un envasado inteligente, teniendo en cuenta las exigencias de cada cliente concreto en cuanto a calibre y calidad. No obstante, a lo largo del procedimiento hay trabajadores que supervisan y perfeccionan el trabajo de las máquinas.
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Cajas de cerezas de distintos colores y con diferentes etiquetas apiladas esperando a entrar en el camión que las llevará hasta las tiendas. En torno a la mitad de la producción de picota, la variedad más valiosa y la distintiva del Valle del Jerte, se vende en el extranjero, con Reino Unido como el principal destino. Allí, como aquí y en otros muchos sitios, saben que si quieren la mejor cereza, tienen que ir a Extremadura.
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