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J. L. G.
Domingo, 11 de febrero 2024
«Mamá, ven a recogerme, por favor, porque me quieren pegar». Aquella llamada cuando apenas había transcurrido un mes de curso fue el inicio de ... un calvario para una alumna de segundo de la ESO de un instituto de Badajoz que terminó cambiando de centro. Según sus padres, María (nombre ficticio) ha pasado muchas noches sin dormir, ha llorado explicando cómo era tratada por sus compañeros de clase y en ningún momento sus padres sienten que hayan sido comprendidos ni protegidos por la directiva del centro. Para su madre, su caso es de los que no salen en las estadísticas porque no encajan en la definición de acoso que recoge un protocolo que, según ha comprobado en persona, a ella no le ha servido de nada.
Todo empezó cuando un día sus compañeros le bloquearon la salida del aula, ella se abrió paso como pudo y a continuación la amenazaron entre varios para pegarle en cuanto saliera de clase. Su madre la recogió angustiada y esa misma tarde puso el caso en conocimiento de la tutora. «Le dije que era el inicio de un posible caso de acoso escolar y me dijeron que me tranquilizara. Al día siguiente mi hija no quiso ir al instituto y, cuando regresó, toda la clase le hizo el vacío. Notó que nadie le hablaba, incluidas las tres o cuatro amigas que tenía en clase. Cuando se dirigían a ella era en plan despectivo. Le decían 'púdrete' y cosas parecidas».
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La madre siguió informando de la situación a la dirección del centro. «Todo eran paños calientes», declara. Cuando vio que la solución era complicada pidió que, por favor, la cambiaran de clase. En otra reunión en el centro afloró otra versión en la que, de repente, María era la que pegaba e insultaba y la acusaban de exagerar por ser demasiado sensible. La madre habló con los padres de sus compañeros para recabar más información y su actitud, dice, fue correcta. Desconoce qué instrucciones tendrían los compañeros de su hija por parte del centro o de sus familias, pero los menores que iban con ella a clase seguían con la misma actitud de desprecio hacia ella. «Nadie de su clase le hablaba», relata la madre. En el centro escolar se sentía desamparada y seguían negándole el cambio de clase con la excusa de que nunca habían hecho salgo así. «La acusaban de que estaba urdiendo un plan para que la cambiaran con sus amigas, algo totalmente falso porque la situación de vacío a la que sometían a mi hija estaba en un punto en que ella prefería irse a un instituto donde no conociera a nadie antes que seguir allí». Según cuenta, solo una profesora y la orientadora mostraron cierta empatía, pero la dirección y la tutora prefirieron no hacer nada. «Todo lo que me venían a decir es que mi hija tenía que acostumbrarse porque en la vida no todo es bonito. Aquello fue como un bofetón».
La madre de María no sabe si se ha activado algún protocolo de los que presume el sistema educativo, pero sí que sus gestiones no servían de nada. Tras consultar con varios especialistas ajenos al centro le recomendaron que la cambiaran de instituto. «Me sorprendió que, en apenas 24 horas, ese trámite estuviera resuelto y que cambiar de clase como pedía mi hija fuera imposible porque en el instituto no querían sentar un precedente así, como me decían».
A día de hoy María está plenamente integrada en su nuevo centro escolar, donde hizo amigos desde el primer día, algo que a la madre le sirvió para constatar que su hija no tenía ningún problema debido a su sensibilidad como trataban de sugerirle en su antiguo instituto. «Nunca se pusieron en contacto conmigo después y sé que a los antiguos compañeros no le han explicado qué ha pasado por mi hija y por qué ya no va con ellos a clase. Es como si de repente hubiera desaparecido», relata.
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