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¿Quién manda aquí?
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¿Se va a pagar o no se va a pagar la cuarentena a los padres que tengan que quedarse en casa para cuidar a sus hijos aislados? Un vicepresidente dice que sí, una ministra dice que no, y los ciudadanos no saben a quién creer. Este es uno de los últimos ejemplos de descoordinación en el Gobierno de España a la hora de gestionar la pandemia.
Seis larguísimos meses después de que los hospitales empezasen a llenarse de infectados de covid y las residencias de ancianos comenzaran a contar por decenas los fallecidos sigue habiendo demasiada confusión, demasiados errores no forzados. Y no debido a la dificultad de enfrentarse a algo desconocido, sino a la torpeza de algunos gestores.
La vuelta a las aulas ha sido el ejemplo más llamativo: se ha dispuesto de meses para prepararla y se está haciendo a toda prisa en los últimos días. La descoordinación entre comunidades y Gobierno central ha sido sangrante.
Decayó el estado de alarma, desapareció el mando único, llegó agosto y se dejó para septiembre la organización del curso más complicado a que nos hemos enfrentado nunca: padres desorientados, maestros desorientados y políticos temerosos de tomar decisiones impopulares. Demasiado a menudo da la impresión no solo de que nadie manda aquí, sino de que nadie quiere mandar. Y digo mandar en el sentido de tomar decisiones comprometidas, no en el de regar de dinero los pueblos o subir las pensiones. Sánchez, que mandó mucho (y rectificó más) ha dejado en manos de los barones autonómicos la gestión del día a día de la crisis.
Estamos en un estado descentralizado y la mayoría de las competencias dependen de las comunidades. Sin embargo, esta pandemia ha puesto en evidencia el absurdo de implantar normas distintas en regiones limítrofes. El virus no conoce fronteras políticas y viaja de Madrid a Cáceres o de Aragón a Cataluña y viceversa sin preguntarse qué partido gobierna en Zaragoza, en Barcelona o en Extremadura. Gobiernos como el catalán, que tanto se dolieron de que Sánchez les quitara competencias, están comprobando, ahora que tienen el mando único en sus manos, lo difícil que resulta frenar la expansión del virus.
Adoptar criterios únicos para cerrar un colegio o declarar una cuarentena es imprescindible si no queremos que esta segunda ola que se ha adelantado a agosto nos lleve otra vez por delante.
De momento, es cierto que la incidencia no es tan grave. El repunte de casos no es tan serio como el de marzo y abril, según ha insistido el vicepresidente Vergeles. Pero no sabemos si la situación empeorará cuando llegue el otoño, nos metamos en espacios cerrados y el virus tenga más oportunidades de contagiarnos.
La evolución de la pandemia en España en los próximos meses va a depender de que se consigan dos objetivos: que los contagios en los colegios no se descontrolen y que las comunidades más pobladas, es decir, Madrid y Cataluña, sean capaces de disminuir la expansión del virus. Que no se conviertan en esas 'bombas víricas' de las que hablaba el presidente de Castilla La Mancha mirando con temor a sus vecinos. En la conferencia de presidentes celebrada el viernes Pedro Sánchez pidió a las comunidades que se coordinen para un eventual cierre de colegios, es decir, que hagan ahora lo que no se hizo en marzo. Es lo que pide el sentido común y lo que todos daríamos por sentado que se haría si se dejasen a un lado las batallas de partido.
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