La gravedad de la crisis provocada por la pandemia es de tal calibre, que hasta las voces más críticas se han atemperado en las últimas semanas. Se ha visto en el reciente debate del estado de la región celebrado en la Asamblea de Extremadura, con un José Antonio Monago menos ácido que en las primeras semanas del estado de alarma. También en el homenaje presidido por el Rey en Madrid, del que solo se han descolgado los extremos: Vox, ERC, Bildu, BNG y la CUP, que ponen por delante sus postulados ideológicos a la necesidad que tienen la mayoría de los españoles de sentirse unidos para salir del atolladero.

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Al menos en España no tenemos políticos que hagan campaña contra el uso de mascarillas o que se tomen a broma el coronavirus. Algo es algo.

En Extremadura todos los partidos han aprobado un pacto de reactivación, con medidas de fomento del consumo y la inversión. Está por ver su resultado. No va a ser fácil reactivar una economía fulminada por la pandemia; ni siquiera conocemos con certeza qué sectores y qué empresas se van a quedar definitivamente en la cuneta. Sabemos que el turismo, el comercio y la restauración están sufriendo el primer envite, pero la crisis afectará a la economía en su conjunto.

La previsión del Banco de España de que el PIB baje un 11% en 2020 ya da una idea de la profundidad de la caída. La recuperación dependerá de cuánto dure la emergencia sanitaria, y, de momento, la situación no pinta bien.

Pero ese pacto alcanzado en la Asamblea tiene mucho de gesto de unidad ante la ciudadanía. La mayoría nos habíamos relajado pensando que ya habíamos pasado lo peor y empezábamos a disfrutar del verano, pero con la multiplicación de brotes empezamos a ver el futuro algo más sombrío.

Estamos cansados del coronavirus y no necesitamos políticos que se peleen sobre a quién se atribuyen los muertos, sino gobernantes sensatos que no le roben ni un minuto a la tarea de reducir el daño sanitario y económico que causa la pandemia.

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España se está jugando este fin de semana en Bruselas la consecución de un acuerdo de reconstrucción favorable; o al menos razonable. Se ha debilitado la idea de que la UE iba a salir al rescate económico de España e Italia, los países más afectados, sin ponerles condiciones. Y ya se ha visto que no es así. Ni se allegarán tantos fondos como se prometió, ni se entregarán a cambio de nada. Holanda, líder de la Europa del norte, calvinista y amante del rigor económico, tiende a vernos como el hermano calavera que se pule la riqueza de la familia en juergas y que una y otra vez promete que se va a enmendar y no va a volver a gastar por encima de sus posibilidades.

Es cierto que también Europa se la juega. El proyecto de Europa como potencia política, social y económica, -el lugar más decente para vivir, donde hay cierta garantía de que se respeten los derechos humanos- se pone a prueba en esta crisis. Si es capaz de rescatar a sus miembros más atribulados por la pandemia (y eso no quiere decir que no se exijan garantías del buen uso de los fondos) la idea de Europa como empresa común de esta pequeña parte del mundo saldrá reforzada. Si se impone la desunión y norte y sur terminan tarifando habremos dado un paso atrás hacia el nacionalismo y el sálvese quien pueda. España, no solo Pedro Sánchez, se la juega en Europa. La UE, también.

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