Marquesas y comunistas
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ES un lugar común, pero no por ello incierto, que el ambiente político en Madrid está más encanallado que en el resto de España. La gravedad de la situación creada por la pandemia (una crisis sanitaria no vista en un siglo) hacía abrigar la esperanza de que las relaciones entre los partidos mejorarían. Ante una emergencia nadie espera que los líderes encargados de gestionarla se líen a garrotazos en lugar de unirse para ayudar. Pero así es en España. O al menos en su capital. Es llamativo que en la mayoría de las comunidades gobierno y oposición, mal que bien, han colaborado; o al menos no han montado espectáculos como los que tenemos que soportar casi a diario en el Congreso o el Senado.
Es el llamado síndrome de la M-30. Es entrar en Madrid y la política se vuelve bronca. Será porque todos huelen el poder con mayúsculas, (porque lo tienen o porque aspiran a conseguirlo) y eso les enloquece.
¿Y quién es responsable de esta deriva vergonzosa? Parece obvio que, en primer lugar, el Gobierno. Pedro Sánchez nunca ha querido consensuar con el PP una respuesta a la pandemia. Siempre ha reclamado un apoyo incondicional. Y cuando Pablo Casado se hartó de dar gratis los votos al Gobierno para aprobar el estado de alarma se dejó seducir por la retórica radical de Vox. El resultado está a la vista: unos políticos que se empeñan a diario en dividir a la sociedad española, en etiquetarnos a todos como rojos o azules, fachas o comunistas. ¿Por qué lo hacen? Un poco porque les va la marcha, porque son unos irresponsables que no saben lo peligroso que es dividir y enfrentar a la ciudadanía; y otro poco porque piensan que les puede dar réditos electorales. Creen que polarizando a la sociedad ganan porque movilizan a los suyos frente al adversario. No es nada nuevo, Trump es un maestro en esa concepción de la política como una guerra en la que hay que enfervorizar a los propios para aplastar al enemigo.
Cuando Pablo Iglesias (vicepresidente del Gobierno, no lo olvidemos), se dirige a Cayetana Álvarez de Toledo como 'marquesa', además de provocar, quiere trasladarnos con engaño a la España de hace un siglo, cuando marqueses y terratenientes mandaban en un país empobrecido. Cuando la portavoz del PP alude a Iglesias como hijo de un terrorista ahonda en el mismo propósito de resucitar un país de buenos y malos.
Los dos, cínicamente, nos utilizan, nos quieren hacer cómplices en la reinvención de un país de trincheras en el que los demás nos atizaríamos y ellos seguirían siendo la élite dirigente.
Como si en la España de 2020 el problema que tenemos fuera el de marqueses contra comunistas. Qué política.
Decía al principio que, por fortuna, la política que se practica en las comunidades, en el poder alejado de Madrid, es menos cainita. En Extremadura, José Antonio Monago intentó al principio de la pandemia calentar el ambiente acusando a Fernández Vara de ser directamente responsable de los muertos por coronavirus. 'Genocidio', llegó a denunciar Fernando Manzano, expresidente de la Asamblea y actual secretario general del PP. El presidente extremeño no entró al trapo de las descalificaciones y eso probablemente ha evitado que subiera la crispación. El refrán de que dos no riñen si uno no quiere también se cumple en política.
PSOE y PP, Sánchez y Casado, tienen en su mano acabar con la bronca continua. Si no lo hacen es porque el presidente del Gobierno no quiere frenar la retórica incendiaria de su socio en el Ejecutivo y el líder popular tiene miedo de que Vox le coma el terreno. Gana el radicalismo, perdemos todos.
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