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En Sierra de Gata, en las Villuercas, en La Siberia...En poblaciones que apenas pasan de los mil habitantes y están a más de una hora en coche de alguno de los principales hospitales de Extremadura. Rodeados de campo, calma y alejados del ruido diario de las ciudades de Extremadura. Son pueblos en los que el tiempo se detiene y que se desangran demográficamente. También en lo que a la sanidad se refiere porque cada vez es más difícil dar con médicos que quieran trabajar en el mundo rural.
En Extremadura hay lugares en los que muy pocos facultativos están dispuestos a pasar consulta. No son buenos tiempos ni para la Medicina de Familia ni para la rural. Según los últimos datos de la Consejería de Salud, hay 30 vacantes de atención primaria que no están cubiertas, y a ellas se suman el centenar de puestos de atención especializada en hospitales que tampoco cuentan con especialistas.
Sin embargo, hay médicos que trabajan donde la mayoría no quieren. En Extremadura hay ejemplos. Adolfo o María son solo algunos de ellos. En sus casos son facultativos de atención primaria con años de experiencia ejerciendo la medicina allí donde otros profesionales ni se plantean ir.
Otros son como Elena, jóvenes considerados por muchos bichos raros, porque van a contracorriente. Mientras los recién graduados prefieren trabajar en grandes hospitales, con la última tecnología y formarse en especialidades en centros punteros de grandes ciudades, ella es feliz en el consultorio médico de la localidad cacereña de Torrecilla de los Ángeles, de apenas 600 habitantes. Explica que le compensa el trato cercano con el paciente.
La Consejería de Salud ha puesto en marcha un plan para intentar captar y fidelizar sanitarios en el SES a través de incentivos económicos y formativos. El objetivo es cubrir vacantes a través de pluses en sus nóminas que oscilan entre los 250 y los 750 euros, además de un módulo de transporte que varía entre 110 y 197 euros por desplazamiento según la distancia.
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Por el momento, el SES ha ofrecido casi un centenar de puestos y en la mayoría de los casos tienen incentivos económicos, son de especialidades hospitalarias pero obligan a compaginar el trabajo en dos hospitales.
Las ofertas se irán actualizando según las necesidades del SES, y se espera que también se incluyan las plazas vacantes de atención primaria, de aquellos pueblos que no cuentan con médicos y el futuro no se presenta nada esperanzador para la atención sanitaria de su población.
Hay que recordar que en la última convocatoria de plazas MIR el 50% de los puestos ofertados en Extremadura quedaron desiertos. Eso, unido a las jubilaciones, hace muy complicado el relevo generacional.
Adolfo Cabanillas Jado Médico en Guadalupe
Adolfo Cabanillas Jado es médico de familia, tiene 62 años y lleva trabajando más de tres décadas. De ellas, dos las ha pasado en el centro de salud de la localidad cacereña de Guadalupe, una de las zonas de la región que más ha sufrido la carencia de facultativos. A ello se suma que el hospital más cercano y de referencia de esa población está en Cáceres, a más de una hora y media en coche.
«Siempre he sido médico rural y he pasado por momentos que eran muy duros por atender a toda la población cuando no había suficientes médicos. He llegado a estar dos meses cubriendo yo solo toda la zona de salud. Llevaba Guadalupe, Alía y sus pedanías, que viene a ser unas 3.000 personas», relata Adolfo, que es de Logrosán, pero ya es uno más de Guadalupe.
«Llegaba a las siete y media de la mañana al trabajo y cuando podía iba a Alía dos o tres veces por semana. Salía tarde y había veces que las enfermeras me llamaban y tenía que ir al otro pueblo. Ha sido horrible», recuerda el doctor.
Pese a todo, le compensa. Le gusta la medicina rural. Es uno de esos médicos que trabaja en una zona que por regla general y de manera histórica no han querido cubrir los profesionales.
«Si no hay incentivos de algún tipo la gente joven no quiere venir. Los médicos recién formados prefieren ciudades grandes, hospitales con más especialidades o centros de salud más amplios», explica Cabanillas.
«Cuando en un centro de salud grande faltan dos médicos, se pueden repartir las consultas, pero en nuestro caso eso es imposible. Si falta uno ya no podemos abarcar todo», lamenta Cabanillas, que considera que la atención primaria corre peligro.
«La medicina de familia está tocada y lo que viene puede ser peor. Ya no atrae a los jóvenes que terminan la carrera universitaria, así que no sé cómo el SES cubrirá estas zonas dentro de unos años», augura Adolfo, que ya teme las vacaciones.
En verano llegan muchos turistas, sobre todo de la capital madrileña, a zonas como las Villuercas y la población se duplica. En consecuencia, se incrementa la demanda asistencial en los centros de salud, sobre todo en los del norte cacereño.
Elena Grimaldi Miranda Médica en Torrecilla de los Ángeles
Lo hizo por vocación y convicción personal. Si Elena Grimaldi Miranda, canaria de 33 años, hubiera hecho caso de los consejos, hoy no sería especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. «Conocidos y familiares médicos me recomendaban no hacer una especialidad que tampoco se potencia en la universidad, pero yo hoy volvería a hacer el mismo MIR», cuenta al término de una jornada laboral en el consultorio de Torrecilla de los Ángeles, el pueblo de poco más de 600 habitantes en la frontera entre Sierra de Gata y Las Hurdes en el que trabaja desde hace más de un año y medio.
Tras graduarse en Medicina en Gran Canaria, hizo el MIR en Huelva y comenzó a trabajar en Cataluña. A su marido, especialista en Hematología, le ofrecieron un contrato en el Virgen del Puerto de Plasencia y el matrimonio decidió trasladarse a la ciudad. Elena empezó a trabajar como médica de Familia en un centro de salud urbano, pero cuando surgió la oportunidad de hacerlo en uno rural, aceptó.
«Cambié discusiones diarias con los pacientes por una hora de coche de ida y otra de vuelta desde mi casa hasta el consultorio. A mí me compensa», deja claro. «Después de la pandemia aumentó el tiempo de espera en las consultas y elevó la irritabilidad, provocando un ambiente tenso de trabajo». Unas condiciones, dice, que dificultan la práctica médica. «Aquí, en Torrecilla de los Ángeles, el ambiente es mucho más distendido. Yo puedo dedicar tiempo a mis pacientes, revisarles y hacer seguimiento, mantener una relación cercana con ellos. Sé que soy un bicho raro, pero me encanta ser médica de Familia».
Grimaldi reivindica su especialidad en las horas bajas que atraviesa. «Permite ejercer una medicina completa y autosuficiente, con margen de actuación sobre los pacientes». Sin embargo, las plazas MIR de Familia no se cubren. «Es imprescindible que se acabe con el desprestigio que la envuelve». Y, para ello, no basta solo con invertir en Atención Primaria y mejorar las condiciones laborales. «También el resto de especialistas y la sociedad en general deben comprender y valorar que tenemos los mismos años de MIR, que estamos de sobra preparados para llevar a los pacientes, que nuestra función no es ni mucho menos derivarlos a otros especialistas».
María Moreno Frades Médica en Villarta de los Montes
Cada martes, cuando el reloj marca las 5 de la mañana, María Moreno coge su coche para recorrer los más de 200 kilómetros que separan su Badajoz natal de Villarta de los Montes, localidad pacense limítrofe con Castilla-La Mancha. Llega puntual y, a las 8 de la mañana, comienza su jornada laboral como médica de familia en el consultorio local. Ya no regresa a Badajoz hasta el jueves.
Es la rutina que repite cada semana tras el acuerdo al que llegó con la gerencia del área de salud para quedarse como médico de familia para alegría de los vecinos y del propio alcalde de un pueblo en el que nadie parecía querer ejercer la medicina. «No encontraban a nadie, pero para mí era imposible, con una familia, trabajar aquí cinco días a la semana», recuerda sobre cómo empezó su segunda etapa en La Siberia extremeña, donde ya había trabajado diez años antes. Como le ocurrió aquella primera vez, en principio dijo que no. «Pero me daba mucha pena la gente de allí, cada día una consulta diferente con seis opiniones de seis médicos distintos». Así, esta vez, llamó ella a la gerencia, «ofrecí venir tres días haciendo consulta y guardia para no tener que pagar alquiler allí».
Se volvió entonces a enamorar de una especialidad, la de medicina familiar, que no fue su primera opción tras terminar la carrera, en 2006, en Badajoz. Ella quería hacer psiquiatría, pero cuando consiguió la plaza solo quedaba esta especialidad en el norte de España, por lo que dio prioridad a las opciones que le permitían estar cerca de casa y esto pasaba por medicina de familia.
Tras completar la especialidad en el centro de salud 'El Progreso', en Badajoz, empezó un periplo de contratos de sustituciones del que se cansó en 2012, cuando le llegó la opción de una comisión de servicio en Villarta de los Montes, pueblo que no sabía situar en el mapa. Lloró al llegar, recuerda, pero también cuando se tuvo que marchar un año después al entrar otro médico. Sin embargo, se quedó cubriendo la Atención Continuada de los consultorios locales de Valdecaballeros, Helechosa y Villarta.
Su vida volvió a cambiar en 2017 cuando, por motivos familiares, optó por trabajar más cerca de Badajoz, en Gévora. Fue madre, aprobó la oposición y… Llegó la pandemia. «Fue una hecatombe, como en todos sitios, viendo a 80 pacientes al día, sola, con urgencias, llamadas… Lo dejé por un tiempo». Hasta que, a finales de 2021, llegó ese acuerdo para regresar a Villarta, «que me aporta el poder ejercer como médico con calidad».
El tiempo de atención al paciente es, para ella, una de las claves. En Badajoz, cuenta, llegan a tener un paciente cada 5 o 6 minutos, «apenas les puedes dedicar tiempo». En Villarta, llegan a ser hasta 15 minutos por paciente, «antes de cada consulta tengo tiempo para revisarme los historiales; esto es inviable en cualquier consultorio más grande».
Herrera del Duque, donde se encuentra el 112, es lo más cercano, a unos 40 minutos; el hospital de Talarrubias está a más de una hora. «Aquí estás para todo», dice de una medicina rural «que me permite ser médico en mayúsculas; en otros sitios no eres médico, pasas a ser un robot y casi que ni sacas el fonendo». En estos años también han sido numerosas las anécdotas, como cuando llevaron al consultorio un mastín herido por un jabalí. «Querían que lo cosiera yo, pero no, le dejé las cosas que tenía que usar a la dueña y lo hizo ella», comenta entre risas.
Las diferencias con la medicina urbana las encuentra también en el trato. «Allí soy Doña María, que a mí no me gusta nada pero son incapaces de decirte por tu nombre, ese respeto se ha perdido en otros sitios», afirma sobre una localidad en la que, a su pesar, no se ve trabajando dentro de 10 años: «Cuando mi hijo cumpla 12 años no es posible esta reducción de jornada y me veré obligada a irme».
Ella entiende que la Administración debe hacer más atractiva la medicina rural, «no en lo salarial, porque yo me siento bien pagada, pero sí, por ejemplo, permitiendo cubrir a la vez zonas urbanas y rurales, con más tiempo por paciente».
María Cumbres Dávila Médica en Peraleda del Zaucejo
Con apenas 30 años, María Cumbres está, probablemente, entre los médicos más jóvenes de la medicina rural. Sigue viviendo en Quintana de la Serena, su localidad natal, pero trabaja desde hace casi año y medio en el consultorio de Peraleda del Zaucejo, municipio próximo a la provincia de Córdoba y que no alcanza los 500 habitantes.
Estudió Medicina en Badajoz, donde también hizo la residencia, en concreto, en el centro de salud San Fernando. Después, trabajó durante nueve meses en Urgencias del hospital comarcal Don Benito-Villanueva antes de llegar a la medicina rural en Peraleda. «No es que me sienta más médico, porque eso lo eres en cualquier sitio, pero es una manera diferente de trabajar», dice sobre el cambio.
María, que eligió por pasión la Medicina de Familia, reconoce que ha notado diferencias de lo urbano a lo rural, «aunque hay cosas muy buenas y otras que no lo son». En lo numérico, pasó de un cupo de 1.300 pacientes en Badajoz a menos de 500. «Al tener menos pacientes, tengo más tiempo para dedicárselo; además, conozco prácticamente la vida personal de cada uno». Una cuestión que, para ella, no es baladí. «Aunque somos médicos, lo social también influye mucho en la salud; aquí ya conozco a muchas personas, sus familias, los problemas que tienen… Trabajas de otra manera y a mí me gusta mucho». También ve a la gente más respetuosa, «en otros sitios más masificados quizás no hay tanto respeto». Pero, eso sí, hay contras: «Estoy sola junto a mi compañera enfermera; si pasa algo gordo, tenemos solo cuatro manos, para lo bueno y para lo malo».
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