![Memorias del extremeño que mejor conoció a Adolfo Suárez](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/02/01/Con%20Suarez%20y%20Ansn-RwjNOXMFjM1rrGKfzoOvW2H-1200x840@Hoy.jpg)
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No ha olvidado José Julián Barriga Bravo (Santiago del Campo, 1943, hijo adoptivo de Garrovillas de Alconétar) el pescozón que recibió durante un acto de Franco por no contar el 'Cara al sol' como esta escrito –«¡levanta el brazo, so cabrón!»–; tampoco aquel papel ... manuscrito confidencial de Adolfo Suárez que él despedazó y tiró a la papelera y reapareció años después; ni el susto que se llevó su padre cuando se presentaron en la casa familiar del pueblo dos guardias civiles vestidos de paisano para interrogarle sobre su hijo, uno de los contados periodistas que seguían a Franco. Todos esos recuerdos y otros muchos están en 'En defensa de la Transición: Memoria de un testigo afortunado' (Pigmalión, 257 páginas, 19 euros), el libro que acaba de publicar quien fue jefe de prensa de Adolfo Suárez. El autor lo presentará el 17 de este mes en Trujillo, en 20 en Plasencia y el 26 en Cáceres.
La muerte del dictador, el atentado que mató a Carrero Blanco, el primer discurso de Juan Carlos I, el 23F... «No tiene ningún mérito haber presenciado todo eso de cerca, viví esos momentos porque me ganaba la vida contándolos», relativiza Barriga, que trabajó en HOY, RNE, Cope, Pueblo, Ya, las revistas Opinión y Tiempo, y las agencias EFE, Pyresa, Comtelsa y Servimedia, ocupando cargos de responsabilidad en varios de estos medios. Además, es cofundador del Club Sénior de Extremadura y miembro de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes.
«Los valores de la Transición, que fueron el consenso, el diálogo y la convivencia pacífica, están ahora en peligro, y por eso he querido dar testimonio personal de lo que yo viví en esos años», explica el periodista, agradecido a la vida por haberle permitido vivir en primera persona «la edad de oro de la historia política española». «La Transición –opina– fue el mayor avance en la historia política de nuestro país, pero no todo fue perfecto en ella, tuvo también sus miserias».
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Por ejemplo: la corrupción, personificada en Juan Carlos I. «Lo del emérito nos ha descolocado –admite–. Yo le reconozco que heredó todas las estructuras de la dictadura y a los dos años nos incorporamos al grupo de países de nuestro entorno, que eran el espejo en el que nos mirábamos. Pero eso se ha visto empañado por lo que hemos sabido luego». Del tiempo pasado cerca de él conserva varias anécdotas, como la del día de su presentación como sucesor a título de Rey. «Fue en un acto en la sede de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid, en medio de una gran expectación –rememora–. Él subió al estrado, se llevó la mano a uno de los bolsillos de su guerrera de oficial de Infantería, sacó un papel y lo leyó: «Se abre el acto», dijo. Y al terminar, igual. Cogió el papel y dijo: 'Se clausura el acto'».
Era el verano de 1969, y para entonces, Barriga llevaba ya unos años cubriendo todo lo que tuviera que ver con Franco, que tampoco era demasiado porque el dictador era más bien parco en comparecencias públicas. «Si iba a un pantano, allí me tocaba ir; y lo mismo si pasaba 15 ó 20 días en el Pazo de Meirás en La Coruña o en de Ayete en San Sebastián. No recuerdo el primer acto suyo que cubrí, lo que quiere decir que no debió impresionarme mucho. Nunca le saludé, ni nuestras miradas se cruzaron, pese a tantos años cubriendo sus actos».
Incluido el último. «Fue el 12 de octubre de 1975 en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid –rescata Barriga–. La guardia militar que le acompañaba ese día nos dejó cubrir el acto en el escenario, tras la cortina, a dos metros de Franco, que ya tenía Párkinson. En un momento, descorrí la cortina y vi cómo la mano le temblaba tanto que era incapaz de depositar sus guantes blancos en su gorra militar».
El periodismo durante la dictadura tiene su propio capítulo en la obra recién publicada, que recibió el Premio Internacional Sigma Pigmalión de pensamiento y ensayo, y que «es en parte un alegato en defensa de la memoria de Adolfo Suárez», explica el autor. «Heredó una dictadura y a los dos años entregó una democracia», resume Barriga antes de relatar una anécdota de esos años en la Moncloa. «En la crisis final de UCD, me llama un día Alberto Aza, entonces jefe de gabinete de Suárez, y me dice que en el telediario de la noche se iba a anunciar la composición del nuevo Gobierno. Pero el telediario pasó y no había lista de ministros. Y pasaban las horas y nada. Y los periodistas quejándose. Me dicen que vaya a Moncloa. Voy y me traigo una lista con el membrete oficial del Gobierno. Y sobre medianoche, me vuelven a llamar y me dicen que esa lista no vale, que fuera a por la buena. Voy al palacio y me traigo un papel manuscrito por Suárez, con tachaduras, con los nombres de sus nuevos ministros. La pasamos a máquina, y luego al télex, y rompí el papel y lo tiré a la papelera. Años después, un alto funcionario de La Moncloa me dijo que ese papel lo tenía él, reconstruido».
Tampoco olvidará nunca el extremeño el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. «Yo estaba en el Congreso, en la Sala de los relojes, corrigiendo el discurso que iba a pronunciar Calvo Sotelo en sustitución de Suárez. Entraron dos brigadas disparando fogueo y exigiendo cuerpo a tierra, y yo en una tele seguía viendo cómo en el hemiciclo no paraba la votación. Escuchamos a un guardia civil con bigote que hablaba por teléfono decir 'Sí, mi general', y pensamos que nos estaban protegiendo de un ataque terrorista. Después, ese agente nos explicó que no, que era otra cosa. Cuando todo acabó, fui el único director general que se fue a La Moncloa. Tenía que atender a los periodistas que llamaban al teléfono fijo de Comunicación de Presidencia del Gobierno».
Eran otros tiempos. Poco que ver con los de ahora, sobre los que Barriga prefiere no profundizar. «No le encuentro ningún parecido a los protagonistas de ahora con los de entonces», dice el periodista, que habla en su libro de cinco grandes protagonistas de la Transición: Suárez, Carrillo, Fraga, González y Torcuato Fernández-Miranda. Con este último tuvo «algún desencuentro profesional», recuerda. «Un jefe me dijo que Torcuato le había dicho que yo le estaba generando dolores de barriga», recuerda entre risas José Julián Barriga, que durante todos sus años en Madrid, nunca dejó de volver a Extremadura. A Garrovillas de Alconétar, su pueblo, donde ahora pasa más tiempo. Vive alejado de la primera línea periodística pero muy al tanto de todo. Como siempre.
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